Opinión Nacional

Sobre los origenes y los supuestos historicos y doctrinarios del militarismo venezolano

Agradecimiento: Agradezco a los directores del Grupo Jirahara, y especialmente a los organizadores de esta reunión, el haberme invitado a someter a la consideración de Ustedes algunas reflexiones sobre una cuestión histórica que, vuelta de nuevo una calamidad, asedia a la sociedad venezolana.

Justificación: Como he intitulado esta charla “Sobre los orígenes y los supuestos históricos y doctrinarios del militarismo venezolano”, creo que debo ofrecer una justificación de esta decisión, y que ésta ha de ser doble.

En primer lugar, debo referirme al empleo de la expresión “militarismo venezolano”. Digo la expresión, y no el concepto, porque quiero eludir la discusión, que juzgo irrelevante, sobre si se trata del militarismo “propiamente dicho”; es decir tal como lo define la ciencia política ilustrada, que universaliza la experiencia histórica de una porción de la Europa occidental; y que al hacerlo nos mantiene en un insuperable déficit de conocimiento, que fluctúa entre la degradación de lo conceptual y su siempre imperfecta imitación. Empleo la mencionada expresión, igualmente, porque he allí un persistente fenómeno sociopolítico, que se volvería casi ininteligible si le aplicáramos alguna de las denominaciones localistas, tales como la de montonera o militarada, o cualquiera otra.

En segundo lugar, me creo obligado a ofrecer una explicación, necesariamente sucinta, acerca de la expresión “los supuestos históricos y doctrinarios”, referida al fenómeno sobre el que propondré algunas consideraciones. Los califico de supuestos históricos porque en ellos se combinan una tergiversación deliberada de la historia, con una buena dosis de pura y simple ignorancia de la misma. Y califico por igual a los pretendidos fundamentos doctrinarios del militarismo venezolano, porque en ellos se conjugan el dislate de una insostenible atribución, a los militaristas venezolanos, de una colección de méritos, cualidades y facultades, con el abusivo traslado a nuestra historia de una circunstancial categoría sociopolítica, producto del sector más empeñosamente antirrepublicano, y fervorosamente ultramontano, de la opinión pública de Francia, categoría que ha sido cuestionada por la historiografía. Me refiero al concepto de “el gendarme necesario”, acatado, y aún aplaudido por algunos, como una suerte de clave para la comprensión de nuestra historia contemporánea.

Sobre los orígenes históricos del militarismo venezolano.

Diré, de inmediato, que para adelantar en el conocimiento de esta cuestión se requiere el nada sencillo ejercicio de la crítica histórica; es decir de la resultante de la acción mancomunada del sentido histórico y del espíritu crítico, en una tarea de desbroce de la conciencia histórica tradicional. Me refiero a la manera de pensarnos históricamente los venezolanos, que ha sido persistentemente nutrida, en sus valores primarios, por la historia patria; y apuntalada por los requerimientos de la historia nacional.

Permítanme explicar, de pasada, que denomino historia patria la que tuvo y todavía tiene, como finalidad predominante, justificar la Independencia; y por historia nacional la que ha tenido y tiene, como finalidad predominante, consolidar las bases ideológicas de la República. Añadiré que si bien ambas son modos historiográficos justificados históricamente, también son fuente, separada y conjuntamente, de extravíos del conocimiento histórico, algunos de los cuales, como sucede en este caso, siguen pesando de manera nada constructiva en nuestra sociedad.

Sintetizaré la naturaleza de la tarea histórico-crítica que debemos adelantar, con una expresión chocante: realizarla demanda el esfuerzo intelectual de superar la visión beatamente heroica de la denominada Independencia, es decir de la compleja y cruenta disputa librada, a lo largo de más de un siglo, en torno a la abolición de la monarquía, como ordenamiento sociopolítico, pero sobre todo a la erradicación de su legado espiritual e intelectual, de naturaleza autoritaria, subsistente de manera activa y esencial en la República liberal autocrática; y a su reemplazo por su verdadera contraparte, es decir por los principios y la práctica de los valores sociopolíticos de la República liberal democrática. Vale decir, la lucha una de cuyas duras etapas vivimos actualmente.

Este aserto me obliga a reconocer que podría sonar exagerado, y hasta extravagante, el sólo sugerir que seguimos empeñados los venezolanos en disipar los vestigios de la monarquía absoluta, y, lo que es más, el afirmar que en esto no nos diferenciamos mucho de otras sociedades que han vivido y viven igual tránsito entre regímenes sociopolíticos, afirmación que baso en la pretendida comprobación de que la monarquía absoluta era, ante y sobre todo, más un hecho social que uno político.

Pero veamos algunos de los esclarecimientos críticos necesarios. Creo poder agruparlos en la siguiente comprobación: el militarismo venezolano tiene un doble origen y una doble justificación histórica, en los cuales se combinan lo históricamente comprobable con lo atribuido.

Sobre los orígenes históricos del militarismo venezolano
En lo concerniente al origen del militarismo venezolano se advierte una derivación de una preocupación inicial históricamente fundada. Me refiero a la de preservar la estructura de poder interna de la sociedad colonial venezolana. Esta preocupación, en sus dos expresiones complementarias, la cívico-institucional y la coyuntural-militar, se halla cumplidamente documentada en el Acta levantada, bajo presión de algunos munícipes caraqueños para justificar, más que para explicarlos, los acontecimientos del 19 de octubre de 1810.

Recuérdese que lo esencial de la justificación de tales actos consistió en atender a la urgente necesidad de compensar …”la impotencia en que ese mismo gobierno [se refiere al componente metropolitano del poder colonial, conformado en orgánica vinculación con el poder social ejercido por la clase dominante criolla] de atender a la seguridad y prosperidad de estos territorios, y de administrarles cumplida justicia en los asuntos y causas propios de la suprema autoridad”… Para el efecto se tomaron disposiciones institucionales y militares dirigidas, en lo primero, a procurarle legitimidad al acomodamiento del poder colonial, preservando su origen divino al proclamar los inalienables derechos de Fernando VII; mientras que en lo segundo se procuró compensar la desazón y la preocupación que podían ensombrecer la lealtad de los militares.

Esta necesidad de preservar la estructura de poder interna de la sociedad, que se buscó satisfacerla mediante un grado de autonomía fundado doctrinariamente, se agudizó una vez consagrada la abolición de la monarquía, y roto irreversiblemente el nexo colonial, en los términos de la denominada Declaración de Angostura, de 20 de noviembre de 1818. La edificación de la República moderna liberal, a partir de 1821, acentuó la urgencia de restablecer la estructura de poder interna de la sociedad, severamente perturbada al ser privada de legitimidad por la abolición de la monarquía, enmarcada en la disputa de la Independencia, hasta el punto de que amenazase la disolución social, al estilo, tan temido, de lo sucedido en Haití..

Ubicado el origen del militarismo venezolano en esta perspectiva histórica, es posible reconocer la presencia en él de tres circunstancias concurrentes, que enuncio sin pretender que el ordenamiento adoptado marque una relación de preponderancia entre ellas. Quiero subrayar, en cambio, la concurrencia y simultaneidad histórica, es decir no estrictamente cronológica:
En primer lugar, se advierte la determinación de preservar la estructura de poder interna de la sociedad colonial, amenazada, en lo interno, por las luchas de los esclavos por su libertad y de los pardos por la igualdad. Estas luchas, consubstanciales con la dinámica discriminatoria en lo social y lo racial, se veían estimuladas por las repercusiones indirectas de la fase Convención nacional de la que denominamos la Revolución francesa. Estas repercusiones estuvieron representadas por los acontecimientos de Haití; marcados por la abolición de la esclavitud; por los traslados jacobinos del liberalismo español, predicadas por Juan Bautista Picornell, Manuel Gual y José María España; y por el mensaje mirandino, imprudente por ser reivindicador del aborigen y promisorio de igualdad. Parece históricamente comprobado que lo esencial de esas repercusiones, en el sentido que nos ocupa, consistió en disparar los temores causados en la clase criolla dominante, y en sus colaterales metropolitanos, por la inminencia de la abolición de la esclavitud y por la prédica de la igualdad social.

En segundo lugar, cabe subrayar una circunstancia que ha sido subestimada, si no ignorada, por las historiografías ya mencionadas. Consiste en los intentos de restablecimiento de la estructura de poder interna de la sociedad colonial por la vía de la restauración del absolutismo monárquico, realizados por los primeros caudillos surgidos de la disputa de la Independencia, cuyo arquetipo es José Tomás Boves, quien fue pionero, igualmente, del militarismo venezolano al desconocer la autoridade del Gobernador y Capitán General Juan Manuel de Cajigal, usurpación que fue exaltada por el Arzobispo Narciso Coll y Prat, y convalidado por la Corona.

Bien comprendo que lo que diré a continuación suena a herejía, pero estimo que debe ser dicho: de estas consideraciones surge la tentación de hallar áreas de similitud entre los abiertos motivos de tales caudillos y los disimulados propósitos de los hombres del 19 de Abril; como quizás ayuden también a comprender por qué porciones de la entonces Gobernación y Capitanía General de Venezuela optaron por permanecer en el seno de la monarquía absoluta, y otras acogieron la restauración de la misma.

Permítanme observar, de pasada, que tales caudillos eran venezolanos en la medida en que todos éramos españoles, si bien unos lo éramos de América y otros de la Península, según lo estipulado en la Constitución Política de la Monarquía Española, promulgada en Cádiz el 19 de marzo de 1812: “Artículo 1. La Nacion española es la reunion de todos los españoles de ambos hemisferios”, y “Art. 5. Son españoles – Primero. Todos los hombres libres nacidos y avecindados en los dominios de las Españas, y los hijos de éstos”.

En tercer lugar, cabe recordar que iniciada la abolición sistemática de la monarquía, una vez consagrada legalmente la independencia con el establecimiento fundamental y constitucional de la República de Colombia, hubo que enfrentar la urgente necesidad de restablecer la estructura de poder interna de la sociedad, para que pudiese iniciarse la edificación del Estado de la República moderna liberal, acordada en la Villa del Rosario de Cúcuta, el 30 de agosto de 1821. Para el caso de Venezuela, una vez rota la República de Colombia, esta función quedó personificada en José Antonio Páez, quien continuó, ahora en beneficio de la República, la función otrora cumplida por José Tomás Boves en favor de la monarquía absoluta.

Sobre la justificación doctrinaria del militarismo venezolano:
En lo concerniente a la justificación doctrinaria del militarismo venezolano, se advierte la concurrencia de gruesas y deliberadas tergiversaciones de la historia, y de no menores omisiones, reforzadas doctrinariamente por una traslación de valores, si no por una calificada imitación de los mismos. En otros términos, en esta operación ideológica se combinan falsificaciones de la historia y una flagrante extrapolación conceptual.

En lo concerniente a las tergiversaciones de la historia, y sus correlativas omisiones, son particularmente relevantes tres:
En primer lugar, la tergiversación de la historia que consiste en la afirmación de que los militares venezolanos son los herederos universales de los ejércitos que conquistaron, heroicamente, la Independencia; y, por lo mismo, al hacerlo se omite que en realidad lo son, y sólo parcialmente, del ejército de la República de Colombia, vencedor en Carabobo el 24 de junio de 1821. Para el efecto se pretende borrar los siguientes hechos significativos: el Congreso Constituyente de Colombia se había instalado en la Villa del Rosario de Cúcuta el 6 de mayo de 1821, y el 12 de julio siguiente aprobó la Ley Fundamental de los pueblos de Colombia, en virtud de la cual fue ratificada la Ley Fundamental de la Unión de Colombia, aprobada en Angostura el 17 de diciembre de 1819. Cabe recordar que el Artículo 1º de esta última Ley reza: “Las Repúblicas de Venezuela y la Nueva Granada quedan desde este día reunidas en una sola bajo el título glorioso de República de Colombia”; y que en el Articulo 8º se estipula: “El Congreso General de Colombia se reunirá el 1º de enero de 1821 en la villa del Rosario de Cúcuta”… Este Congreso, que aprobó la Constitución de la República de Colombia el 30 de agosto de 1821, dictó el 20 de julio un Decreto considerando, “Que la por siempre memorable jornada de Carabobo, restituyendo al seno de la patria, una de sus mas preciosas porciones, ha consolidado igualmente la existencia de esta nueva República”, y dispuso que se colocase en los salones de las Cámaras un retrato del general Simón Bolívar, con la inscripción: “Simón Bolívar Libertador de Colombia”.

En segundo lugar, cabe mencionar la tergiversación-omisión del hecho de que la independencia de Venezuela fue sellada por el ejército de la República de Colombia, invasor del Virreinato del Perú, al consolidar la de la República de Colombia, en la batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824.

En tercer lugar, cabe evaluar, en aras de la historia crítica, la conseja con que pretende recomendarse el militarismo venezolano, como forjador de libertades, arrogándose méritos que no le corresponden históricamente. Una informada y críticamente adelantada valoración de la República de Colombia, revela que la concebida como una República moderna liberal, fundada en los principios de libertad, seguridad [en el sentido de Estado de Derecho], propiedad e igualdad, y puesta bajo la égida de …”los principios liberales que ha consagrado la sabia práctica de otras naciones”, tuvo que enfrentar la creciente perturbación de la estructura de poder interna de la sociedad, lo que condujo a la trágica dialéctica entre el restablecimiento y la consolidación del orden público, por una parte, y la vigencia y el disfrute de la libertad, por la otra . De esta dialéctica brotó la República liberal autocrática, que hoy se afana, en el caso de Venezuela, por permanecer en el escenario histórico, contrariando la consolidación de la República liberal democrática. Para el caso se echa al olvido la insistencia demostrada por los congresos de la República de Colombia en caracterizar a ésta como “libre por sus leyes e independiente por sus armas”, subrayando con ello el origen civil y la naturaleza jurídica de la libertad inherente al ordenamiento republicano.

En la extrapolación conceptual, a que me he referido, confluyen dos fuentes:
Una de esas fuentes es la explotación ideológica, basada en una lectura ahistórica, de la afirmación de Simón Bolívar sobre que en Colombia el pueblo estaba en el ejército. Ciertamente que esta sentencia se halla en la conocida carta que dirigió al Vicepresidente General Francisco de Paula Santander, desde San Carlos, el 13 de junio de 1821: …”En Colombia el pueblo está en el ejército, porque realmente está, y porque ha conquistado este pueblo de manos de los tiranos; porque además es el pueblo que quiere, el pueblo que obra, y el pueblo que puede”… Pero no se detuvo allí esta cuestionable sentencia, que ha sido, expresa y tácitamente, la carta de seudo legitimidad del militarismo venezolano, expresada hoy como el reemplazo de la voluntad popular por la discrecionalidad militar, encubierta en una aparente alianza, esa sí asimétrica, de actores políticos. Este tendencioso aprovechamiento de la infausta sentencia bolivariana ha sido estimulado por el hecho de que en ella también se estigmatizó a la contraparte, representada por la civilidad: …”todo lo demás es gente que vejeta con más o menos malignidad, o con mas o menos patriotismo, pero todo sin ningún derecho a ser otra cosa que ciudadanos pasivos”… No parece que se requiera un gran esfuerzo histórico-crítico para delimitar el alcance de estas sentencias, refiriéndolas a las circunstancias históricas en que fueron escritas, es decir cuando todavía cabía la incertidumbre en relación con el desenlace de la guerra. En todo caso, atribuirle a tal sentencia una vigencia intemporal representa una escandalosa falsificación de la historia, cometida en beneficio de la aspiración de perennidad de un militarismo que fue muchas veces censurado por el mismo autor de las sentencias.

La otra fuente de la extrapolación conceptual es el traslado, al escenario venezolano, de la concepción sociopolítica sintetizada con la fórmula el gendarme necesario, acuñada en Francia, hacia 1890, cuando el todavía fresco impacto causado en la sociedad por la Comuna de París, ocurrida en el lapso marzo-mayo de 1871, llevó a que el vistoso, revanchista y muy popular general Georges Boulanger (1837-1891), quien se había destacado en la implacable represión de los llamados comuneros, fuese aclamado como le gendarme necessaire por quienes temían el rebrote del espíritu comunero, y lo veían como el garante, en el escenario de una República todavía vacilante, no sólo de la preservación del orden público, amenazado por movimientos sociales, sino también de la restauración de la monarquía. Laureano Vallenilla Lanz, nacido en 1870, familiarizado desde temprano con la literatura sociopolítica francesa, y presente, para su formación, en Francia desde 1904, tuvo ocasión de empaparse de esta compleja situación sociopolítica. Recuérdese también, al respecto, que en lengua española el término gendarme significa, propiamente, “Militar destinado en Francia y otros países a mantener el orden y la seguridad pública”, y esta voz es considerada una derivación de la francesa gendarme, derivada a su vez de gent d’arme, es decir hombre de armas. Confundir el caudillo, que, como he dicho, es un complejo producto ambivalente de la disputa de la Independencia, con un guardián del orden público, revela una de cuatro cosas: una injustificable subvaloración sociohistórica del fenómeno del caudillo; un ostensible propósito partidario de legitimar el militarismo característico de la República liberal autocrática, eludiendo el señalarlo con los términos dictadura, tiranía o despotismo; el propósito de encubrir estas desacreditadas prácticas mediante un eufemismo; o, en todo caso, una banalidad que ha sido glorificada. Nunca la expresión de un arrebato de creatividad conceptual.

El militarismo venezolano es sustentado por falsas creencias:
De este tronco historicista, pero hecho de falsificaciones de la historia, de intencionales tergiversaciones, de francas omisiones y de un préstamo o traslado conceptual, han brotado tres fuertes creencias, lastimosamente arraigadas en la mente de una porción de los venezolanos aún no ganada para la democracia moderna.

Una de esas creencias está representada por la atávica conciencia monárquica absoluta, que aún rige, incrustada en el inconsciente colectivo, en la percepción del poder social como una resultante de la fuerza, y no de la ley; lo que denunciara Jesús Muñoz Tébar en 1890, en su obra El personalismo y el legalismo.

Otra creencia está representada por la nefasta confusión entre Independencia y Libertad, que ha permitido a los autócratas de todo pelaje, a sus pajes y a sus escuderos de pluma, defender la siempre cruda privación de libertad, esgrimiendo como escudo la tramposa defensa de la independencia nacional. Se han valido de este ardid conceptual para secuestrar nuestra determinación democrática, con el doloroso resultado de hacer de Venezuela una nación proclamada libre mientras su sociedad es oprimida.

La tercera creencia se nutre del mito de la eficacia de los regímenes militares. Se expresa como el mantenimiento de un ficticio orden público, -es decir de la que debía ser la tarea justificadora del bendito gendarme necesario-, puesto que se funda en la privación libertad; y en la promoción del progreso material, haciendo pasar el resultado social de la paz como la obra eficaz de las políticas anuladoras de la libertad.

El saldo no puede ser más claro: No parece que, luego de las reformas liberales modernizadoras promovidas por el General Antonio Guzmán Blanco, -seguidor también en esto de las pautas establecidas por los congresos de la República de Colombia-, sea posible identificar un solo resultado socialmente significativo, -y subrayo esta denominación-, del militarismo del Siglo XX, representado por la hoy moribunda República liberal autocrática. Ni siquiera el mantenimiento del orden público mediante el ejercicio despótico de la violencia, que ha sido y es, de suyo, ineludiblemente desorganizador, y no creo que esto requiera demostración alguna.

A manera de balance:
Me permitiré, con la venia de Ustedes, hacer algunas consideraciones que espero no parezcan del todo marginales:
Los venezolanos estamos viviendo el último asalto del militarismo ancestral contra la Segunda República liberal democrática, instaurada al término de la dictadura ejercida, durante diez años, por ese mismo militarismo, disfrazado entonces de desarrollismo nacionalista. Quizás esta situación contribuya a explicar los más sobresalientes signos de la presente etapa de la que he denominado La larga marcha de la sociedad venezolana hacia la democracia.

Uno de esos signos es la desatada virulencia del acceso de militarismo que actualmente padece la sociedad venezolana, literalmente tomada por asalto por un militarismo ahora más que nunca históricamente reaccionario.

Otro signo es la manifiesta necesidad que tiene ese militarismo históricamente reaccionario de encubrirse, poniéndose para ello la máscara de una pretendida democracia revolucionaria, -remedo de la democracia denominada popular o socialista, nominalmente proclamada en la olvidada URSS-, y hasta la de un disparatado socialismo ad hoc.

Por último, cabe mencionar la creciente decadencia de la institucionalidad de las fuerzas armadas, reconocida hasta por sus más altos mandos, como se desprende de los pronunciamientos de éstos en relación con la corrupción reinante en la administración pública, cargada como está de presencia militar; y con la forzada identificación-subordinación de esas fuerzas con la galimática ideología gubernamental.

En los hechos, estas circunstancias y rasgos explican el que el rebrote del militarismo no ocurra como una alternativa respecto de la democracia moderna liberal, sino como una crisis en la históricamente incontenible consolidación de esa democracia.

Esta crisis nos plantea, como cuestión central, la obligación de rescatar la vigencia de esa democracia, y de perseverar en el seguimiento de la vía ya abierta por la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE), sintetizada en el lema: “modernizar el Estado profundizando la democracia”; lo que significa, en esencia, estimular el desarrollo y la consolidación de una genuina sociedad democrática. Lo que significa, también, que para la sociedad venezolana está planteada la cuestión esencial de toda democracia moderna. Esa cuestión es la vigencia y el disfrute de la libertad.

A este respecto me pernito cerrar mis palabras invocando dos postulados:
Uno, que he propuesto varias veces, reza: “Una democracia puede ser tan ineficaz y corruptible como una dictadura, sobre todo si ésta es militar; una dictadura, sobre todo si es militar, puede ser tan ineficaz y corruptible como una democracia. Pero hay un campo en el que ambos regímenes sociopolíticos jamás podrán competir, y tal es el del ejercicio y el disfrute de la libertad”.

El segundo precepto estuvo escrito con asfalto, recientemente, al pie de la puerta de Brandeburgo: “La libertad es para el cuerpo social lo que la salud para cada individuo. Si el hombre pierde la salud ya no disfruta de placer alguno en el mundo; si la sociedad pierde la libertad, marchítase y llega desconocer sus genes”.

Gracias.

Escuela de Historia.

Facultad de Humanidades y Educación
Universidad Central de Venezuela

NOTA: El presente Mensaje histórico, Nº 18, es el texto de una ponencia
presentada el 29 de abril de 2007 en la notable reunión del Grupo Jirahara, A.C., celebrada en Barquisimeto, Estado Lara, durante los días 28, 29 y 30 de dicho mes y año. En el seminario, intitulado “Militarismo vs civilismo, o qué”, participaron: como moderador Gustavo Tarre Briceño, y como ponentes Silvia Mijares, Domingo Irwin, Naudy Suárez y el suscrito.

Primer Mensaje histórico: “En defensa de las bases históricas de la conciencia nacional”. 2º Mensaje histórico: “La Larga marcha de la sociedad venezolana hacia la democracia”. 3º Mensaje histórico: “Recordar la democracia”. 4º Mensaje histórico: “¿Zonas de tolerancia de la libertad y guetos de la democracia?”. 5º Mensaje histórico: “El ‘punto de quiebre’ ”. 6º Mensaje histórico: “Entre la independencia y la libertad”. 7º Mensaje histórico: “El discurso de la Revolución”. 8º Mensaje histórico: ¿Reanudación de su curso histórico por las sociedades aborígenes o ¿hacia dónde llevan a Bolivia? 9º Mensaje histórico: Cuando Hugo se bajó del futuro. 10º Mensaje histórico: ¿La historia ha caído en manos de gente limitada e imaginativa? 11º Mensaje histórico: Las falsas salidas del temor. 12º Mensaje histórico: ¿Hacia dónde quiere ir Venezuela? 13º Mensaje histórico: Defender y rescatar la democracia. 14º Mensaje histórico: Sigue la marcha de la sociedad venezolana hacia la democracia. Nota: Estos mensajes, hasta el número 13, fueron recogidos en un pequeño volumen intitulado Recordar la democracia (Mensajes históricos y otros textos). Caracas, Editorial Ala de Cuervo, 2006. 15º Mensaje histórico: En el inicio del 2007: un buen momento para intentar comprender. 16º Mensaje histórico: Las historias de Germán Carrera Damas. 17º Mensaje histórico: “República liberal democrática vs República liberal autocrática.

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