Opinión Nacional

Solidaridad mundial (1)

Esta vez parece que la tragedia ha calado ancho y hondo. La respuesta mundial está siendo extraordinaria. En la cumbre de Yakarta se han tomado decisiones que podrían cambiar muchas cosas. Parece ser que, por fin, el maremoto del océano Índico y sus terribles consecuencias de muerte y sufrimiento no se olvidarán…

Sin embargo, a los pocos meses del demoledor terremoto de Bam, en Irán, hace poco más de un año, ya nadie recordaba. ¿Y el huracán Mitch? ¿Y las decisiones de la Cumbre del Milenio? ¿Y las conclusiones de la Cumbre de Monterrey sobre financiación del desarrollo?
Esta vez puede ser distinta si se escucha el clamor que en todas partes han levantado los efectos de las olas gigantescas. Quizá esta vez no olvidemos, porque los tsunamis llegaron poco después de que, a primeros de diciembre, Unicef anunciara que en el año 2003 habían muerto cinco millones de niños por carecer de los mínimos aportes nutritivos y de las condiciones higiénicas y sanitarias indispensables; unos días más tarde, ONUSIDA había anunciado que esta enfermedad mata, como mínimo, a 8.500 personas al día, y la OIT nos alertaba de que casi mil millones de personas malviven con un dólar al día.

A estos hechos, que interpelan a nuestra conciencia y no nos dejan conciliar el sueño, se añadían otras catástrofes como la plaga de la langosta, las víctimas del terror y de las guerras, los refugiados, los emigrantes, las escenas dramáticas de las «pateras», etcétera. «Ojos que no ven, corazón que no siente». Como los cincuenta mil (¡!) seres humanos que mueren cada día de hambre y olvido. No se ven. No se sienten.

Ahora, como dijo el cardiólogo norteamericano Bernard Lawn al recibir el Premio Nobel de la Paz en 1985, «tendremos que aprender a ver los invisibles para poder hacer los imposibles». Tendremos que aprender a actuar y a cambiar tantas prácticas, y a invertir de otra manera, sin necesidad de que se produzcan aldabonazos de estas características.

El famoso cantante irlandés Bono y el empresario estadounidense Bill Gates no sólo han ofrecido importantes donativos, sino que instan «a los líderes de las naciones del G 8» a que estén a la altura de las circunstancias porque «su visión y capacidad de acción nunca han estado tan en juego». «El año 2005 será un año grande en la lucha contra la pobreza», anunciaba a mediados de diciembre The Economist. «Conseguiremos que la pobreza pase a la historia»…

Seguramente estas declaraciones bien intencionadas no hubieran conseguido modificar las actuales tendencias. Ahora -sería el mejor tributo que podríamos rendir a las víctimas del maremoto de colosales proporciones- los gobernantes no pueden tomar medidas de aliño y, mucho menos, intentar saldar otras «cuentas pendientes» con sus aportaciones a los países más afectados.

Ni disfrazarlas en créditos al desarrollo. No es inútil recordar en este punto que la recaudación efectuada hasta el momento y que, sin duda, refleja sobre todo la generosidad popular, no alcanza a duplicar lo que se gasta diariamente en armamento (unos dos mil seiscientos cincuenta millones de dólares).

«La inercia es nuestro mayor enemigo», proclamaba a primeros de 1999 el presidente de la poderosa Asociación Americana de Físicos, al inaugurar en Atlanta su reunión anual. Inercia para hacer frente a los problemas de hoy con las soluciones del pasado. Para proyectar el futuro con los moldes del presente. Inercia que impide cambiar a tiempo los aspectos secundarios y conservar, de este modo, los esenciales. Por querer mantener a ultranza posiciones de pertenencia -desde las religiosas, ideológicas y culturales a las deportivas- se cometen desmanes y se evitan cambios que podrían resultar muy beneficiosos.

Las propuestas «de los otros» se rechazan incluso antes de conocerlas. La evolución constante en la que lo fundamental permanece, es la mejor garantía contra la revolución en la que todos pierden. El conocimiento y la audacia deben ir de la mano. Mañana puede ser tarde. Pero no es cierto, en muchas ocasiones, que ya sea demasiado tarde. Nunca es demasiado tarde para el coraje si no ha sido demasiado pronto para el abatimiento.

En este estado de confusión, perplejidad y sentimientos solidarios ha comenzado el año 2005. Lo primero es siempre prestar apoyo a los afectados. Pero, después, evitar que se repita o, si no es posible, mitigar los efectos con todos los medios al alcance. A finales de este mes de enero se celebrará en Porto Alegre el Foro Mundial Social. Gran reunión pacífica de quienes se hallan particularmente comprometidos con las generaciones que llegan a un paso de nosotros. ¿Protestas sólo?
No: propuestas también, muy interesantes, para que se reduzcan las asimetrías económicas y sociales que no cesan de aumentar. Para que los ciudadanos sepan la realidad de su país, qué es lo que sucede realmente. Por ejemplo, ¿a quién pertenecen hoy de verdad los países? Y, en un tema más concreto, ¿sabe el pueblo norteamericano que la única nación que no ha suscrito la Convención de los Derechos del Niño es Estados Unidos? Para transformar la realidad es imprescindible conocerla. Y para ello es necesario, a su vez, que los pueblos participen y que no se resignen.

*Federico Mayor Zaragoza
Ex Director General de la Unesco

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