Opinión Nacional

¿Son todos los hombres educables?

Si la modernidad (en su totalidad, esto es, filosófica, política, social, económica, estética) hubiese triunfado, el interrogante que titula esta nota no tendría razón de ser. La progresiva difusión del conocimiento – entendido no como simple acopio de informaciones, sino como capacidad de aprender y de pensar– habría “ilustrado” suficientemente a todos los hombres como para volver hasta ofensiva semejante pregunta.

En los lugares donde la modernidad parece haber logrado algún avance, lo ha hecho en su versión economicista: ha conseguido el bienestar pero no el “conocer”.

Este bienestar, por lo demás, es medido con la vara del consumo y casi poco o nada tiene que ver con el “bien estar”, con el sentirse pleno y dichoso. Comprar muchas cosas puede, en muchos casos, vaciar la vida en lugar de llenarla, sobre todo si el bien que se compra no desarrolla alguna habilidad humana.

Por poner un par de ejemplos, la adquisición de un piano para alguien que no tiene vocación ni talento para la música es un acto que se explica sólo sobre la base de la compulsión a la compra propia de la ideología consumista.

Igualmente, la compra de muchos libros sin que exista la voluntad efectiva para leerlos, sólo conforma una biblioteca “decorativa”.

Podemos, entonces, responder a la pregunta que titula este artículo de la siguiente manera: Los acontecimientos históricos han mostrado hasta ahora que los hombres sólo se han educado en el grado que ellos mismos podían, dadas las condiciones de vida que tuvieron que enfrentar. La perfectibilidad de los hombres sin considerar las condiciones de vida que la concretizan o la impiden, se convierte en pura utopía.

La modernidad en su versión economicista, con su concepción del bienestar como la mayor capacidad y realización de consumo posible (consumismo) se ha convertido en la actualidad en la “condición de vida” de casi todo el planeta (globalización). Es hora de encarar el hecho de que esta versión de la modernidad choca contra aquella otra que quería a todos los hombres educados, y por ello sostenía que todos los hombres eran educables.

Lo que equivale a decir que la modernidad entendida como pura y simple mejoría económica constituye un impedimento para la educación, para la difusión del conocimiento entendido como capacidad de conocer, pensar y criticar constructivamente. Esta clase de modernidad sabe mucho de “industrias educativas” pero casi nada de educación (las universidades de casi todo el mundo se pliegan a los ritmos del mundo del trabajo en desmedro de una auténtica formación y merecen ser llamadas “fábricas de información” ).

Porque si por educación entendemos la capacidad de aprender sin tutelas (con autonomía), y no simplemente el aprender a adaptarse a las condiciones de vida dadas por la economía mundial, debemos concluir que la modernidad en su versión economicista es “lo otro de toda educación”.

En el lugar de la educación, la modernidad que estamos criticando, coloca la “organización”, y, en verdad, se pregunta por si todos los hombres son “organizables”. Porque lo que quiere son “piezas” de un engranaje, estos es, unidades para el sistema.

Desde luego, no hay gobierno en el mundo que no se jacte de que está educando a la gente mostrando sus cifras. Son cifras que exponen la “cantidad de individuos colocados en el sistema escolar”.

Hasta se habla en términos de porcentajes del PIB. Obviamente no hay “cifras acerca de la calidad” de esta ¿educación?
Pero, “¿qué importa?” se dicen a sí mismos los gobiernos del mundo (comenzado por las reformas europeas en la materia, desde el liceo hasta las universidades.

Carreras de tres años, prorrogables dos años más para obtener un título de Maestría).

“¿Quién puede ver la calidad?” Y si ésta, en un mundo cada vez más de fachadas, no puede ser vista, tanto peor para la calidad. Quedará reducida para el folleto “ilustrativo” de cada institución que, por simple añadidura, “casi por accidente”, se vende en el mercado: “Ofrecemos una educación de calidad”. “Nuestro reto es la excelencia educativa”, y así sucesivamente, mientras tanto se abarrotan las aulas (allí donde las hay…), se bajan los “índices de admisión”, o se “arman planes”.

Entonces, cómo no preguntar: ¿Son todos los hombres educables?

(): Fuente El Nacional

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