Opinión Nacional

Tiempo de acciones definitivas

2002 fue un año especial. Estuvo lleno de jornadas exitosas aunque no hubiésemos liquidado al régimen. Pero avanzamos. Sin necesidad de estar unida por un candidato, por un programa o por un nuevo mesías, Venezuela se acuerpó gracias a una actitud básica frente al régimen. Hasta ahora no se ha tratado de un programa ni de consignas concretas para respaldar personalidades. Jamás hubieran podido hacerse las cosas que vivimos como resultado de planes de laboratorios políticos al margen de la voluntad popular. Venezuela, desde finales de 2001, despertó ante una realidad arrolladora. Una verdadera tragicomedia que pretende arrollar con todo lo que de democracia y libertad hemos logrado en estos años. Estupefactos presenciábamos el derrumbe de toda una cultura de la libertad y del respeto a los valores de las democracias de inspiración libera y judeo-cristiana. Pero frente a ello estalló, en forma increíble y casi milagrosa, un sentimiento, una actitud básica contra algo que sin estar exageradamente claro en la conciencia de la gente reflejaba la enorme intuición y fuerza de los grandes momentos populares de la historia. El ciudadano común aprendió a volar. Desde lo alto vio con claridad la generosidad de unos y la pequeñez de quienes nunca entenderán la alegría contagiosa de un pueblo manifestando en la calle su verdadera voluntad. Por eso, mi preocupación mayor en estos días, es ver como algunos de los más encumbrados dirigentes, responsables de cuanto ha acontecido, no remataron la faena, no asumieron las enormes responsabilidades y riesgos de ser consecuentes con el momento que Venezuela vivió hasta el 2 de febrero de 2002. Día del llamado “firmazo”, pero también de la enorme frustración del referendo consultivo y del paro cívico como escalones del proceso definitivo contra el régimen.

Iniciamos otra etapa de la lucha. Ojalá la falta de grandeza de los políticos actuales no rompa la casi unanimidad de la calle contra este gobierno, ni sirva para perjudicar el ánimo general sobre la necesidad de derrocar a Hugo Chávez y a la pandilla criminal que lo acompaña. La Coordinadora Democrática no puede continuar con consignas extremadamente agresivas, muy justificadas por cierto, que estimulado protestas y acciones de calle dejan a la gente con las manos vacías, con una inagotable sensación de que calculadamente no se remata y, en consecuencia, las cosas siguen más o menos igual. No estamos satisfechos con lo existente. Nos ofende tanto la insolencia de los gobernantes como los cálculos insólitos de cierta categoría de opositores. El sacrificio del pueblo, de las verdaderas fuerzas motrices de la nación, de sus dirigentes y del ciudadano de a pié, no ha sido en vano. No puede ser negociado, ni utilizado para diferir el desenlace entre negociaciones y regateos sin sentido. ¿Qué estamos esperando? Si Bolívar hubiera calculado tanto no hubiera ido más allá de Petare.

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