Opinión Nacional

Times are in changing

O se abren a las ventoleras de los nuevos tiempos, sacuden sus anquilosadas estructuras, renuevan sus hábitos y se ponen a tono con los tiempos de la globalización, o podrían vegetar en el invernadero de la historia. Ese desván al que resulta muy fácil ingresar, y del que salir resulta una tarea de titanes. Como diría el bardo:                                                                                                           times are in changing

El voto del exilio fue abrumadoramente caprilista. Y a tal extremo, que María Corina Machado supera a Pablo Pérez. Lo cual permite colegir que buena parte de esa votación abrumadoramente favorable a Capriles, de no haber mediado el temor que conlleva a la economía del voto, se hubiera inclinado a favor de María Corina Machado.

            Mi deducción es elemental, aunque puedo estar perfectamente equivocado: quienes se inclinan por la modernidad, por el progreso, por una nueva Venezuela capaz de medirse con Paris, con Berlín, con Miami, con Melbourne, Madrid, Santiago de Chile o Buenos Aires – cuyos parámetros de progreso y modernidad ya forman parte constitutiva de la mentalidad de nuestro exilio – se desbordaron a favor de Henrique Capriles Radonsky y muestran claras simpatías por María Corina, e incluso Diego Arria. Pues tan abrumador como el respaldo a Capriles fue el rechazo a Pablo Pérez.

            La cantidad de votantes no puede confundirnos respecto a la calidad de sus preferencias. Ni mucho menos llevarnos a descuidar las consecuencias de unos resultados que ya debieran formar parte del análisis colectivo. El rechazo a Pablo Pérez no es atribuible ni achacable al candidato, que hizo dentro de sus estrechos márgenes de tiempo y espacio una excelente y muy encomiable campaña electoral, sino a la metáfora, al discurso político que representa: la del cansancio del país con las fórmulas tradicionales de un discurso político que ha sido incapaz de adecuarse al ritmo de los tiempos y persiste acomodada a un estilo de manejo político partidista que la ciudadanía, confrontada a la modernidad del desarrollo y el protagonismo de la sociedad civil, se niega a aceptar para su país.

            No lo digo ni con alegría ni con satisfacción, sintiéndome un hombre absolutamente proclive a una democracia de partidos. Lo digo con pesar. Pero obligado a auscultar el sentimiento de nuestra sociedad, acorralada por el resentimiento, la regresión y la barbarie de un régimen que ha llevado el tradicional discurso del populismo a los bajos fondos del oprobio y la repulsión. El país quiere sacudirse las taras del populismo. Que ve representados en los partidos del establecimiento. Y hasta ahora culpa del mismo, antes a la social democracia y a los partidos tradicionales, incluido desde luego a COPEI y las pequeñas agrupaciones como el PPT o la Causa R, que a los nuevos partidos como PJ o VP y a las nuevas figuras políticas que han desarrollado gran parte de su actividad desde las filas de la oposición al actual gobierno.

            Es un crucial cambio de paradigmas. Al que los partidos tradicionales debieran ponerle una adecuada atención. O se abren a las ventoleras de los nuevos tiempos, sacuden sus anquilosadas estructuras, renuevan sus hábitos y se ponen a tono con los tiempos de la globalización, o podrían vegetar en el invernadero de la historia. Ese desván al que resulta muy fácil ingresar, y del que salir resulta una tarea de titanes. Como diría el bardo: times are in changing.

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