Opinión Nacional

Todo un hombre

Yo no sé como la recibirá el gran público. Pero para mí leer la biografía de Rafael Vegas de Eduardo Casanova, publicada por la Biblioteca Biográfica Venezolana, fue particularmente emocionante. Quise a Rafael Vegas como a un padre. En los pocos años que estudié en el Colegio Santiago de León de Caracas hablaba con él interminablemente. A veces, durante las horas de recreo, nos tomábamos una cerveza en su oficina. Fue uno de los hombres más inteligentes y rectos que he conocido. Cincuenta años después me sorprende como me vienen a la mente las anécdotas que me contaba, las cosas que me decía y los consejos que me daba.

            Los alumnos lo llamaban “El Loco”, lo que a mí me indignaba, porque presentía que era una personalidad superior. Lo que no anula el hecho de que a veces pudiera ser extravagante o arbitrario. Una vez expulsó a mi hermano del Colegio porque lo habían botado de clases, junto a Douglas Arroyo, y los encontró en el pasillo. Después los reintegró, y cuando le pregunté qué había pasado me dijo: “Para qué me hacen caso, ¿no saben que soy loco?”. Mi cercanía a él  llamaba la atención de otros alumnos. Según mi muy querida amiga Norma Olivares, también estudiante del colegio, eso se debía a que el loco era yo y que cuando el doctor Vegas, psiquiatra profesional, se dio cuenta, dijo: “déjenmelo a mí, que yo me encargo de él”.

            Para quienes vivimos esos años, el texto de Eduardo Casanova es excelente. Escrito con un cariño merecido. Pero le debo hacer dos objeciones. La primera es que dice que Vegas tenía “una oposición inalterada a que se organizaran los alumnos”. Eso no es del todo exacto. En 1959 tuve la iniciativa de promover la asociación de estudiantes del Colegio, comenzando por el tercer año de bachillerato, que entonces cursaba. Tuve el máximo apoyo del doctor Vegas, y esa fue una de las bases de nuestro acercamiento. Cuando le llevé los estatutos que había redactado se rió y me comentó: “esto es más largo que la Constitución Nacional”. Buena lección. Después la Asociación se extendió a todo el Colegio.

            Dentro de las actividades de la Asociación de Estudiantes organicé la proyección de películas los días jueves. Una vez me vetó una película, no porque estuviera en desacuerdo, sino porque los padres le iban a armar un escándalo. Debí salir a última hora a buscar otra mientras el director del colegio elegía una con el distribuidor. Cuando me alejaba lo oí decir en el teléfono: “Marylin Monroe ¿Y quién es esa?”

 No sé lo que pasó en los años siguientes, pues debí viajar al exterior y no pude reintegrarme al Colegio, porque en otras de sus arbitrariedades el doctor Vegas había eliminado la opción de Humanidades, que yo había elegido. No por eso perdimos el contacto. Los ex alumnos que nos habíamos ido a otro Colegio nos jubilábamos y nos íbamos a nuestra vieja escuela. En esos casos me sentaba en un banco con el doctor Vegas en los recreos y conversábamos. Conocía a cada uno de los alumnos al dedillo. Establecía una relación personal  con cada uno de ellos. Se daba el trabajo de conocerlos.

El segundo reparo a la biografía es que no menciona que algunos curas le hicieron la guerra a la escuela de Rafael Vegas. Consideraban que ese Colegio laico de excelencia les disputaba la clientela y difundieron la especie de que se trataba de una institución que era casi un Club, de disciplina laxa y tendencias comunistoides. Una vez lo encontré indignado porque en una revista de un colegio de curas se referían indirecta y despectivamente a su Colegio.

Eduardo y yo fuimos compañeros de clases en cuarto año de Humanidades. El es mayor que yo, pero se había reintegrado al Colegio porque tenía, creo, un problema de reválidas. Desde entonces hemos sido amigos. Nos une, entre otras cosas, la admiración sin reservas por Rafael Vegas. Un hombre excepcional, al que Venezuela no supo aprovechar cabalmente porque las pequeñas rencillas, y la estrechez de horizontes de su clase dirigente, lo llevaron a refugiarse en su Colegio y a alejarse de la función pública, a la cual había aportado grandes logros. Nos queda la lección de que las mezquindades y exclusiones le hacen a menudo al país desaprovechar a sus mejores personalidades. Pero nos queda el consuelo de haber podido beneficiarnos de las enseñanzas de quien Don  Miguel de Unamuno hubiera llamado “nada menos que todo un hombre”.    

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