Opinión Nacional

Totalitarismo blando y totalitarismo duro

Su balance en materia de difusión del conocimiento y transparencia de la información, sin embargo, presenta un saldo abiertamente favorable.

La explosión de las redes sociales y el desarrollo televisivo fractal de la televisión expresada en formatos como youtube está haciendo posible que cada ciudadano tenga una trinchera personal para decir lo que piensa. Por esos reductos individuales de la comunicación global se cuela cualquier infidencia, se desmonta, si hay insumos para hacerlo posible, cualquier matriz, y se vierten toda suerte de puntos de vista.

Este es un costado de la modernidad, todo hay que decirlo, producto de un estado de la historia que produjeron las sociedades abiertas y las democracias liberales que la hacen posible. Nos guste o no nos guste. Reductos políticos y jurídicos que existen asumiendo los límites de su perfectibilidad, concebidos para ser fiscalizados y criticados por la ciudadanía. Quiso George W. Bush justificar la invasión a Irak fabricando un artificio en torno a la existencia de las armas de destrucción masiva: fue desenmascarado gracias a la existencia del periodismo independiente y de la existencia de marco legal que ofrece garantías a las personas.

«Los grandes laboratorios mediáticos», «la dictadura de las trasnacionales de la información», «el latifundio informativo».

Con esta suma de vocablos prefabricados los minúsculos reductos de la izquierda borbónica internacional ­que han encontrado en el presidente venezolano un padrino tardío­ quieren justificar su vocación por la censura y su renuencia a contrastar sus prejuicios con el dictamen que ofrecen los hechos.

En Venezuela los chavistas se quejan por la fulana existencia de un latifundio que no le permite a sus simpatizantes expresarse como deberían en medio de la diatriba pública nacional. Al mismo tiempo, suman y suman espacios a la cadena de medios públicos leales a sus postulados, con un estado millonario al respaldo dispuesto a complacerlos. La cadena de medios estatales y para estatales es en este momento gigantesca. Da lo mismo: salvo algunas excepciones aisladas, sus índices de audiencia son minúsculos y la calidad de sus contenidos ­pese a disponer de enormes recursos para comprar sofisticados equipos, pagar excelentes sueldos y tener poderosas señales de alcance nacional­ es bastante pobre.

En materia de debates sobre comunicación y política uno de los ejemplos más acabados del cretinismo ideológico global lo encarna el señor Ignacio Ramonet, el célebre autor de la tesis del «totalitarismo blando».

Es este un depurado crítico de cualquier matiz en el cual quede en evidencia que las sociedades occidentales quebrantan su promesa ante la legalidad y los ciudadanos. Ramonet objeta las orientaciones de las cadenas informativas de gran tamaño; censura las fisuras de la política occidental; protesta ante la orientación de los mercados y los flujos de capital. En líneas generales, Ramonet denuncia la existencia de un planeta tomado por corporaciones globales, que imponen, en sus términos, la agenda informativa que va a consumir la audiencia, inundan el juicio de almas inocentes con la anestesia de la industria del entretenimiento y secuestran los espacios para la reflexión y el pensamiento crítico.

Nada de esto le impidió a este sujeto apoltronarse junto a Fidel Castro ­padre del otro totalitarismo, el duro­, para desarrollar una exquisita conversación ­publicada en un libro­ en torno a sus barbas para que el jerarca cubano le explicara a los incautos lo que él entiende por democracia y libertad política. Fidel Castro: el creador de una sociedad en la cual no existe oposición organizada, con la tasa acceso a Internet más baja del hemisferio; donde hay libros prohibidos y sus ciudadanos se enteraron del derrumbe de la Unión Soviética con tres años de retraso.

Ramonet se irrita ante el escándalo de Strauss-Kahn, el eyectado presidente del FMI: dice que es el síntoma de la crisis de la modernidad, del doble discurso occidental, de la flacidez doctrinaria de occidente y el capitalismo. Pasa a continuación a sentarse embelesado a escuchar de nuevo las andanzas de Castro en la Sierra Maestra. Ni siquiera se le ocurrió preguntarle si no existía otro mecanismo para elegir al nuevo presidente cubano que no fuera el uso de su dedo índice: cederle la silla a su hermano, haciendo, con el poder político, de su propiedad personal, uso de un curioso derecho de sucesión.

Se retrata ante la audiencia con un libro que, como dijo Carlos Alberto Montaner de otro hagiógrafo castrista, el italiano Gianni Minná, ha batido un récord universal: es la entrevista más larga en el mundo hecha de rodillas.

Antes de ocuparnos de combatir el totalitarismo blando que tanto mortifica a Ramonet, intentemos abolir para siempre el otro: el duro.

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