Opinión Nacional

TSJ = Tribu Stalinista y Jacobina (3 de 3)

«La toma del poder había exigido tal concentración de energías, que los bolcheviques no habían tenido tiempo para considerar los problemas de gobernar. Todo era, quizás inevitablemente, improvisado.

Trotsky recuerda haber estado absorto en la búsqueda de un nombre. ¿Cómo debería llamarse al régimen?.

¿Cómo debemos llamarlo? Reflexiona Lenín en voz alta. Mientras no sea ‘ministros’ –un nombre repulsivo y desgastado. Podríamos decir ‘Comisarios’, sugiero yo, sólo existen hoy dos comisarios. ¿Quizás Comisarios Supremos?… No, ‘Supremo’ suena mal. ¿Quizás ‘Comisarios Populares’?. ¿Comisarios Populares?, sí, eso puede funcionar, asiente Lenín. ¿Y el gobierno como un todo?, soviético, por supuesto, ‘El Consejo de los Comisarios Populares’, ¿Ah?, pregunto yo. ‘Consejo de los Comisarios Populares’, repite Lenín: excelente.. ¡qué maravilloso olor a revolución!.

La ironía de que, lo que Trotsky siempre tenía que presentar como un movimiento de masas, se resumía, a una función de estilo literario, en una conversación privada entre dos individuos, no parece haber sido notado por el propio Trotsky.

Para decirlo en mala forma, un puñado de gente estaba ahora a cargo.

El marco psicológico de referencia, era ahora, de hecho, totalmente diferente. He aquí como lo relató Trotsky:

‘Lenín todavía no había tenido tiempo de cambiarse el cuello, pero sus ojos están muy abiertos, a pesar de que su rostro lucía tan cansado. El me mira suavemente, con esa suerte de absurda timidez que en su caso indica intimidad. ‘Tú sabes, dijo él nerviosamente. De la persecución y la vida clandestina, llegar tan repentinamente al poder…’ El hace una pausa buscando la palabra correcta. ‘Es schwindelt’ (sic)[1], concluye él, cambiando repentinamente al alemán y haciendo circular su mano alrededor de su cabeza. Nosotros nos miramos el uno al otro y reímos un poco. Todo esto, toma un minuto o dos, después un simple… ‘pasando al próximo punto de agenda…’ «. [2]. (fin de la cita).

No es criticable, que a pocas horas del triunfo de la Revolución Bolchevique de 1917, como nos relata el biógrafo de León Trotsky, Joel Carmichael, sus dirigentes se hayan dedicado a improvisar sus próximos pasos –ahora como gobierno. Pero ¿Puede, hasta el alma más condescendiente y caritativa de Venezuela, aceptar que los chavistas sigan improvisando cada día sus acciones, después de cuatro años?.

Porque eso es precisamente lo que estaba haciendo Luis Martínez Hernández, cuando redactaba la ponencia de la Sala Electoral del (%=Link(«http://www.tsj.gov.ve»,»TSJ»)%), que SIN DECIDIR O DICTAR SENTENCIA, sobre el asunto planteado ante ella, sino acordando una «medida cautelar», dejó a Venezuela sin uno de los cinco poderes públicos creados por la Constitución de 1999, y sin que exista en el futuro previsible, ni la más remota idea de cuando los venezolanos volveremos a contar con un Poder Electoral.

Si la improvisación es imperdonable, mucho menos lo son, el cinismo y la deliberada intención de ser cínicos, que existe detrás de esa improvisación.

Es ampliamente conocido por todos los venezolanos, que los chavistas desataron un feroz ataque contra el CNE, después del extraordinario y muy exitoso esfuerzo de la sociedad democrática –donde destacó entre los diferentes partidos políticos que contribuyeron, Primero Justicia, y especialmente su dirigente, Carlos Ocariz- consistente en recabar más de dos millones de firmas y hacerlas llegar a los directivos del cuerpo electoral, a través de una lluvia de piedras, botellas y balas (hubo tres muertos y numerosos heridos); y una nube de gas lacrimógeno; para cumplir con la exigencia primordial que establece la Constitución Nacional para la celebración de un referéndum consultivo.

El objetivo chavista era claro: aplastar una iniciativa popular que había escapado del cerco –no leninista o trotskysta- sino stalinista y totalitario, conformado por la abyecta sumisión de todos los poderes públicos nacionales, a la voluntad personal del déspota de Miraflores.

Y todos los venezolanos sabemos, que la principal y vil maniobra chavista contra el CNE, fue la de ordenar a sus partidarios políticos que fungían como directivos principales de ese organismo, que renunciasen a sus cargos, porque sabían que ya no había suplentes disponibles, de los que ellos mismos habían designado luego de la debacle del 28 de mayo de 2000; y en consecuencia, al renunciar los principales, se crearía un vacío de poder y una paralización en el Poder Electoral. Es decir, se taparía el hueco creado en su cerco totalitario.

La conformación original del CNE, luego de la debacle del 28 de mayo de 2000, fue la siguiente: Principales: Alfredo Avella Guevara, Imelda Rincón, Vicente Nelson González, Rómulo Arquímedes Rangel Ruiz y César Piña Vigas; y como suplentes, José Manuel Zerpa, Leonardo Pizani Uzcátegui, Roberto Ruíz, Ignacio Ávalos y Rómulo Lares Sánchez.

Compare usted, amigo lector, esa directiva original, con la actual, para que se percate de los abundantes trastornos que padeció la directiva del CNE, hasta el «ataque final» lanzado por Luis Martínez Hernández con su ponencia que culminó, con la eliminación fáctica del Poder Electoral.

Sólo me resta decir, que no puede producirnos sino asco, el que el principal argumento de la ponencia de Luis Martínez Hernández, haya sido que, «no se requiere que la autoridad a quien competa, le acepte la renuncia a su cargo, a un suplente, por cuanto eso no afectaría para nada el funcionamiento de la institución a la cual está renunciando».

(1): Es schwindel: Dá vértigo, mareo.
(2): Trotsky, An Appreciation of his Life. Joel Carmichael, St. Martin’s, New York, 1975. p. 213.

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