Opinión Nacional

Un día de gloria

Nadie hubiera creído hace algunos años, cuando Blanca Ibáñez salía disfrazada de comando paracaidista a repartir caramelos entre los damnificados de El Limón, que una fecha por entonces tan menoscabada como el 23 de Enero volvería muchos años después a brillar por sus antiguos fueros. Eran los tiempos de Antonio Ríos, cuando la dirigencia de la CTV se alojaba en palaciegos penthouses de La Florida y cabildeaba en Miraflores o en el Bunker de Acción Democrática con personeros de la estatura política y moral de Luis Alfaro Ucero. Un grupete de funcionarios y amnistiados deudores hipotecarios del Banco de los Trabajadores se asomaba cada 23 de Enero con alguna pancarta por los predios de El Silencio, desfilando sin mucho convencimiento ante algún prócer de la IV. El país olía por entonces a suburbio mayamero, con su rentismo petrolero y su nomenklatura experta en acomodos, corruptelas y pactos secretos. El resto, es decir el inmenso país indiferente, dormía una siesta homérica de más de treinta años en el sabroso Beauty Rest del dólar a 4.30. ¿El 23 de Enero? Un feriado fastidioso que más valía la pena pasar en Miami, si coincidía con un puente largo. Tiempos de bostezo colonial, celebrar el fin de una dictadura paleolítica quedaba en manos del sindicalerismo adeco. Que por algo Venezuela era una democracia moderna, bipartidista y emancipada. Suficientemente provista de todo terrenos, motor homes, cronómetros rolex, motos de alta cilindrada, escocés añejado y townhouses. Estaban de moda los arrebatones y la amenaza de inseguridad apenas nublaba el panorama de nuestra hibernada clase media. Hasta teníamos un Metro. Éramos felices.

Muy pocos advirtieron que el terrorífico despertar del 4 de Febrero tendría las más nefastas consecuencias para el país. Y muy especialmente para su clase media, que aunque adormecida, ya despertaba rumiando su despecho y su ira contra el insolente que le había arrebatado el colchón de la paridad cambiaria condenándola a prescindir del ta’barato de Hialeah. Y así, en lugar de cerrar filas con quienes defendían y le garantizaban la defensa de sus instituciones, prefirió apostar a la destrucción de la democracia. De pronto le escandalizó aquello que en medio de su hibernación acomodaticia dejó hacer sin reclamos. Y se puso al frente de un levantamiento social que combinaba sus aspiraciones conservadoras con las más delirantes e insólitas propuestas revolucionarias. Montó el chiripero, eligió a Caldera y le preparó la alfombra al teniente coronel que terminaría por desempolvar nuestros peores fantasmas. Hoy estamos al borde del abismo. Y a un tris de volver a sufrir los tiempos que un glorioso 23 de Enero de hace 43 años terminara por aniquilar.

Aún estamos lejos de perder lo que mal que bien fue construido durante estos cuarenta años de democracia. Sobre todo si terminamos por despertar y comprender que la construcción del futuro no se delega en nomenklaturas corruptas. Y que un sistema político es valioso no sólo ni principalmente porque nos garantiza el cómodo disfrute de los bienes que otros produjeron. Sino porque nos permite asumir en nuestras manos nuestro propio destino, vivir en paz, en libertad, en justicia y en tolerancia. Todo lo que aquel 23 de Enero hiciera posible.

Por ello, porque el 23 de Enero debe ser recordado para siempre como un día de gloria, salgamos a la calle.

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