Opinión Nacional

Un epílogo: por ahora dejémonos de disparates

Teodoro Petkoff, el ex comandante de las guerrillas del Partido Comunista Venezolano, fundador del Movimiento al Socialismo MAS y su candidato presidencial en la contienda de 1983, actualmente retirado de la política activa en sus calidad de director del periódico vespertino TalCual, de Caracas, ha acuñado una muy pintoresca expresión para designar a esa izquierda venezolana anclada en los sesenta y que, según el mismo Teodoro, aún no se han enterado de la caída del muro de Berlín: la llama “la izquierda borbónica”. Elegante y diplomática manera de llamarla minusválida intelectualmente, reconocida su feroz incapacidad para aprender de los viejos errores y decidirse de una buena vez a volver la página.

Esa izquierda borbónica, ahora no ya la venezolana sino la internacional, que para mayor desgracia no está mínimamente informada acerca de lo que realmente ocurre en nuestro país, insiste en medir nuestra realidad con los cartabones de sus propias experiencias pasadas. Y como una buena porción de dichas experiencias se consumió en una insólita capacidad para acumular errores y hundirse en el tremedal de callejones sin salida, busca en trasnochados paralelismos insuflarle aire a sus propios equívocos.

Nuestra buena izquierda borbónica chilena pretende ahora encontrar un exacto paralelismo entre los sucesos venezolanos del 11 de abril y los muy desgraciados sucesos chilenos del 11 de septiembre de 1973. Incapaz de ver un poquito más allá de sus congestionadas narices, ni siquiera aventura algún paralelismo con el Tancazo del 29 de junio de ese mismo año, prefacio o balón de ensayo del golpe que pusiera dramático fin al intento de socialismo en democracia llevado adelante por la los sectores moderados de la Unidad Popular y a los afanes por instaurar una dictadura revolucionaria de los sectores radicales del PS y del MIR.

Nada más lejos del golpe de estado de las Fuerzas Armadas chilenas y todos los sectores sociales, económicos y políticos que adversaban al gobierno de Salvador Allende, que esta opereta de golpe de estado vivida en Caracas entre el 11 y el 13 de Abril recién pasado. Ni siquiera el contexto social. En Chile, la acción de la Unidad Popular había herido de muerte al capitalismo internacional y criollo con una agresiva política de privatizaciones. No sólo con la nacionalización del cobre sino con la reforma agraria y la estatización de la banca y de las grandes y medianas empresas privadas. En Venezuela no se ha efectuado en estos tres años de gobierno de Chávez ni una sola privatización. Las dos más importantes fuentes de ingreso del país: el hierro y el petróleo fueron nacionalizadas durante el primer gobierno del presidente socialdemócrata Carlos Andrés Pérez en enero de 1975 y 1976 respectivamente. Y el estatismo que se pretendió implementar en Chile ha sido un mal endémico del que se quejan en nuestro país tirios y troyanos: el estado venezolano ha poseído líneas aéreas, hoteles, industrias básicas, compañías navieras y otras empresas dedicadas a insólitas actividades económicas que han terminado en la quiebra sistemática, el dispendio y la corrupción. El país está vacunado contra el estatismo hasta el extremo tal que Chávez no se ha atrevido hasta hoy a intentar una sola estatización.

Pero valga al respecto una pequeña aclaración, pues una suerte de estatización dentro de la estatización, fue el detonante final de esta crisis que quebrantó quizá si para siempre la triunfante y ascendente carrera de Hugo Chávez, hoy sentado en su puesto no por quienes lo eligieran democrática y masivamente el 4 de diciembre de 1998, sino por un estado mayor del ejército que no supo qué hacer con el vacío de poder que se viviera en estos pocos días que sacudieran al mundo. Sobre todo ante la impericia política y la ceguera de una camarilla a la que ese mismo estado mayor le entregó el mando y debió quitárselo rápidamente, ante su gigantesca incapacidad de gestión política y el aislamiento al que lo empujaron los sectores democráticos antichavistas del país. Pues no fueron ni el saqueo de la marginalidad ni la acción de los círculos bolivarianos ni las masas populares quienes devolvieron a Chávez al sillón del que estaba dispuesto a renunciar si le daban a él y a su familia el derecho a asilarse en Cuba.

Me explico: Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA), la primera empresa petrolera del mundo y la empresa más grande de toda América Latina fue creada por el mismo Carlos Andrés Pérez en 1976, para gestionar la extracción, producción y mercadeo nacional e internacional de nuestro principal producto de exportación y nuestro fundamental proveedor de divisas. Más del 80% de los ingresos nacionales derivan de la acción de PDVSA. Conscientes todos los sectores políticos del país de que esa empresa era nuestra gallina de los huevos de oro y que había que cuidarla como a “hueso santo”, según reza la expresión chilena, no se la entregó a la rebatiña política. No es malo usar en este asunto otro paralelismo, recordando la eficacia operativa y gerencial de los interventores del PC, del PS y del MAPU que se hicieron cargo de las empresas chilenas nacionalizadas por la UP. Insistiendo además en guardar las debidas proporciones: PDVSA aporta anualmente al fisco venezolano no menos de 25 mil millones de dólares.

Ante la magnitud del negocio petrolero, el país decidió fundar y gestionar PDVSA como una empresa con fines de lucro, y así quedó establecido en sus estatutos. No es, pues, una empresa del Estado a gerenciar con otros fines que no sean los de la optimización de la ganancia, no siendo una empresa con fines caritativos o sociales, ni un medio para financiar proyectos políticos. Pertenece a todos los venezolanos, sin exclusión de ninguna naturaleza. Tan en serio fue tomado este espíritu fundacional, que PDVSA se convirtió en una de las empresas más sólidas del mundo, sus empleados en ultra calificados profesionales y su gerencia en una elite surgida de las propias filas de la empresa tras una muy seria y estricta calificación en un proceso de carrera que recibió el nombre de “meritocracia”. En PDVSA se ha ascendido hasta hace unas semanas por estrictos y rigurosos métodos de calificación profesional, no por lo que la tradición nacional llama “la carnetización”, es decir la pertenencia a alguno de los partidos del establecimiento de paso por el gobierno.

Tan eficiente ha sido esta gestión, que el gobierno de Hugo Chávez recibió de PDVSA la bicoca de 75 mil millones de dólares en estos tres años de gobierno, nada menos que la quinta parte de lo recibido por la democracia venezolana en estos últimos 43 años. Pero no fue la pregunta sobre el destino que Chávez le ha dado a esos gigantescos ingresos – no existe una sola obra pública realizada en el país desde 1999 y el Estado Vargas, devastado por la tragedia natural de todos conocida, sigue en un lamentable estado de abandono- lo que generó la crisis de cuyos daños y perjuicios venimos dando cuenta. Fue el hecho de que, desconociendo esta tradición meritocrática, Chávez decidió destituir a la junta directiva de PDVSA, entonces a la cabeza del general de brigada Guaicaipuro Lameda – puesto por Chávez en esa posición clave después de un brillante desempeño al frente de otra institución estatal y hoy en la oposición- y nombrar una directiva con algunos militantes del chavismo, presididos por un profesor en la materia sin ninguna experiencia gerencial y operativa, todos ellos tradicionalmente enemigos de las políticas que se habían implementado en la empresa desde su misma fundación. De allí a pensar que con la violación a un estilo administrativo y gerencial se estaba tras el intento de convertir a PDVSA en caja chica del chavismo y en instrumento de su política internacional, no había más que un paso. Visto, además, el rechazo que ha despertado en la población el acuerdo energético con Cuba firmado por Hugo Chávez y Fidel Castro, altamente lesivo a los intereses de la nación y rechazados unánimemente por el personal de la empresa.

La reacción de los empleados y trabajadores de PDVSA fue completamente adversa a la decisión del gobierno. Y la solidaridad de la sociedad venezolana durante las semanas que se prolongó el enfrentamiento del personal de PDVSA con el gobierno de tal magnitud, que el 11 de Abril marcharon en apoyo a esos empleados y trabajadores en su lucha contra el intento del gobierno por someterla a sus fines políticos alrededor de un millón de personas. Fue la marcha más grande y conmovedora realizada en la historia del país. Lo fue, además, en el clásico estilo desenfadado que caracteriza al venezolano: pacífica, desarmada, con música y alegría. Por su parte, el gobierno venía enfrentando lo que se sabía sería una reacción absolutamente colosal, con el clásico estilo desafiante, destemplado y desconsiderado que le caracteriza: despidiendo en su dominical programa de radio de manera humillante a los altos funcionarios rebeldes de PDVSA como si se hubiera tratado de delincuentes. Le volvía la espalda a un país que no reclamaba entonces más que rectificación: echar atrás el absurdo nombramiento y dialogar en términos positivos con los defensores de la meritocracia.

Para terminar de explicar la magnitud del levantamiento popular del 11 de abril: culminaba el rechazo a toda una serie de medidas tomadas por el gobierno de manera arbitraria e inconsulta, como la promulgación del paquete de 49 leyes en noviembre pasado y que, al negarse a discutir con la oposición, generara la primera división en el seno del MVR, el partido de gobierno. Fue tan conmovedora la acción de esa marcha y tan repudiable la forma que encontró el gobierno para enfrentarla en su avance hacia el palacio de Miraflores – por medio de sus grupos de apoyo, algunos de ellos armados, ante la negativa del Ejército y la Guardia Nacional a obedecer la orden presidencial de activar el llamado “Plan Ávila”, despliegue de todas las fuerzas militares de la Guarnición de Caracas para reprimir la manifestación, lo que hubiera provocado no decenas, sino miles de muertes – que el principal operador político de Chávez, quien lo sacara de la semi clandestinidad, lo dotara de solvencia civil, lo convenciera de asumir la vía electoral, le creara un piso político amplio de alianzas y le financiara su campaña, llamó a una rueda de prensa en el principal canal de televisión del país y declaró su definitiva ruptura con el gobierno de su protegido de antaño. Hablamos nada más y nada menos que de don Luis Miquilena, amigo personal, factotum, ministro del interior y presidente de la república en ausencia de Chávez durante sus numerosos viajes por el exterior. El personero político más importante del chavismo después del propio Hugo Chávez. ¿Alguna semejanza con el 11 de septiembre?

El hecho irrebatible es que el 11 de abril se produjo una gigantesca manifestación pacífica que expresó cívicamente el repudio hoy mayoritario del país al gobierno de Hugo Chávez. El segundo hecho irrebatible es que como consecuencia de tal repudio y los gigantescos errores del mismo presidente, que ordenó silenciar los medios y hablar por cadena nacional asegurando que el país estaba en calma mientras a las puertas de palacio se producía una masacre de civiles -de cuya autoría intelectual no faltan militares y civiles que le culpan directamente a él, que siguió por radio todas las operaciones represivas que llevaron a la muerte de 12 personas, decidiendo implementar un plan militar de represión masiva llamado Plan Ávila -, sus propios compañeros de armas decidieron deponerlo.

Ya entonces se había producido en el seno de la oposición una quiebra irreparable, que vuelve a demostrar cuán extraviada anda nuestra izquierda borbónica pretendiendo equipar el 11 de septiembre con el 11 de abril. Los sectores anti golpistas de la oposición, absolutamente mayoritarios pues representan a los partidos políticos y a la Central de Trabajadores de Venezuela se niegan a respaldar a Pedro Carmona Estanga, puesto por las mismas fuerzas armadas, dado que no representa al conjunto de las fuerzas sociales y políticas que adversan a Hugo Chávez. ¿Alguien se imagina a Eduardo Frei, a Andrés Zaldivar o a Patricio Aylwin dándole la espalda a Pinochet el 11 de septiembre y dejándolo, por ello mismo en la estacada? ¿Quién, de entre los opositores a Allende tuvo la sabiduría, la inteligencia y el coraje de oponerse a la ignominia? Guardando, es claro, las debidas distancias. Pues el general Vásquez Velasco, y todo el estado mayor de las Fuerzas Armadas venezolanas no permite un ápice de comparación con ese vergonzoso y traicionero estado mayor que convalidó la ignominia nacional aquel día que jamás será olvidado y que aún no encuentra la debida reparación pública.

Y ello por una simple razón: Venezuela no es Chile. Es más: ni siquiera Fedecámaras, la organización empresarial venezolana, es la SOFOFA. La misma noche del viernes, en uno de los más importantes programas de opinión de la televisión venezolana, Teodoro Petkoff, uno de los más encarnizados opositores a los extravíos de este gobierno, se declaró indignado por las medidas de este insólito interinato y dijo estar ya en la oposición a Carmona. Lo mismo hizo la inmensa mayoría de la clase política nacional que se opone al gobierno de Chávez. Así, a la mañana siguiente de la espuria promulgación del absurdo decreto que disolvía las instituciones vigentes, las fuerzas políticas de la oposición representadas en el parlamento, en especial de Acción Democrática y COPEI, se unieron a la fracción parlamentaria del MVR, partido del entonces destituido gobierno, para rechazar y denunciar ante el mundo el golpe de estado que estaba en marcha. Lo mismo hicieron otros muy importantes periodistas de oposición. Para esa y otras explicaciones me remito a algunos artículos de prensa que se anexan y que dan cuenta paso a paso de los hechos de esos desgraciados días.

Finalmente, y para terminar de precisar algunas cuestiones. Quienes creen que Chávez sigue en Miraflores porque hizo lo que no hizo Allende y porque el pueblo impidió la consumación del golpe están profundamente equivocados. Chávez fue detenido por sus “hermanos del alma”, que hace apenas unas semanas juraba conocer como la palma de su mano asegurando sobre la Biblia que jamás se levantarían en su contra. Fue tratado con una deferencia absoluta. Y si no está en Cuba con su familia, que fue lo que solicitó a cambio de firmar su renuncia, es por una decisión de los inexpertos asesores de Carmona Estanga, que se negaron a aceptarle esa condición. Pidió el concurso de los máximos dignatarios de la iglesia, a los que ofendiera y atacara públicamente en reiteradas ocasiones para que protegieran su integridad física y la volvió a pedir cuando lo traían de vuelta a palacio. Comparar esa circunstancia con la nobleza heroica de Salvador Allende en La Moneda es una perversión histórica. Recientemente Fidel Castro ha resaltado que fue él quien retuvo telefónicamente la mano de Chávez impidiendo se inmolara con un suicidio. Nada más lejos de la verdad contada en su primera declaración al país por el ya re-puesto presidente Chávez. A no ser que estemos ante otra de las habituales mascaradas de nuestros controversiales personajes: Chávez, quien para salvar la cara le haya insinuado a su bienamado maestro la decisión de “sacrificar su vida en aras de los altos intereses de la patria”; Fidel, reclamando algún protagonismo en los lamentables y ominosos sucesos. Tal decisión no se compadece con el llamado que le hiciera a Monseñor Baltasar Porras para que viniera a proteger su integridad física durante su entrega en el Fuerte Tiuna, de Caracas, sede del Ministerio de la Defensa y a Monseñor Velasco para que lo acompañara en su regreso en helicóptero desde La Orchila, la isla de veraneo presidencial en la que lo retuvieran durante sus horas de cautiverio.

Al observador desapasionado le asombra la falta de cohesión interna y solidaridad militante del chavismo en esta hora tan aciaga: generales de la más absoluta confianza del presidente, como el General Vásquez Velasco, recientemente puesto al mando del ejército por el propio Hugo Chávez, o el general Rosendo, uno de sus más cercanos y leales compañeros de carrera al que ha encargado durante su gobierno tareas políticas de primera magnitud en la marco del Plan Bolívar 2000, se unieron al inmenso grupo de oficiales de alta graduación que le solicitaran su renuncia. Esta fue anunciada por el consentido del teniente coronel, el único general de 3 soles del ejército venezolano desde los tiempos del general Eleazar López Contreras, el inspector general de las fuerzas armadas venezolanas Lucas Rincón, quien renunciara junto a todo el Estado Mayor, la madrugada del 12 de Abril. Gobernadores electos por el chavismo, como el masista David de Lima, gobernador del estado Anzoategui, o el emeverrista Antonio Rojas Suárez, gobernador de Bolívar y por quien Chávez siente particular afecto, le volvieron la espalda de inmediato. A la mañana siguiente, 23 diputados de la Fracción Parlamentaria del MVR en la Asamblea Nacional se declararon dispuestos a “saltar la talanquera”, como llaman los venezolanos al hecho político de voltearse la chaqueta. Y cuando se leen las declaraciones de algunos de los más conspicuos miembros del gabinete del entonces depuesto presidente, asombra ver de qué modo eluden condenar el golpe de estado en marcha en esos mismos momentos. Así, José Vicente Rangel, ministro de la defensa y de hecho segundo de a bordo, se cuida hasta el sofisticamiento de comprometerse con declaraciones en uno u otro sentido. Todo el mundo da por hecho la irreversible caida del caudillo, con excepción de Isaías Rodríguez, Fiscal General de la República, que rechaza con vehemencia el nuevo decreto de destitución de las autoridades, calificando al documento de no ser otra cosa que “una mierda”.

Visto con absoluta objetividad, Chávez se quedó completa y absolutamente solo en poder de los militares, sin otra carta a su favor que la insólita impericia y torpeza del nuevo gobierno. Si el golpe no hubiera sido el mero producto de insólitas y sorpresivas aunque no inesperadas circunstancias y Carmona no se hubiera visto sentado en un trono para el que no estaba ni anímica ni políticamente preparado, Chávez estaría hoy en la cárcel, esperando ser juzgado por traición a la patria. Nada mejor que los hechos para demostrar que los sucesos del 11, 12 y 13 de Abril no fueron la culminación de una conspiración larga y detenidamente planificada. ¿Comparable con el Golpe de Estado protagonizado por las Fuerzas Armadas chilenas, desde un punto de vista estratégico y táctico tan extraordinariamente bien planificado y ejecutado que no permitió la menor reacción de un pueblo que estaba masivamente tras de su presidente? Es más: durante las horas de las acciones propiamente militares que terminaron con la destitución de Chávez y el nombramiento de Pedro Carmona Estanga no se produjo ni un solo disparo. Tampoco al reponer a Chávez en palacio. En un escenario imaginario que uniera a la izquierda chilena de la Unidad Popular con las Fuerzas Armadas y el empresariado venezolanos, Allende hubiera muerto de viejo sentado en La Moneda. Triste ejercicio retórico, pues al comparar las virtudes de ambos políticos, el venezolano obtiene un muy deplorable puntaje.

En cuanto al pueblo en la calle: los sectores más populares de Caracas fueron saqueados por el vandalismo con pérdidas irreparables para los modestos comerciantes que sufrieron los destrozos de sus bienes. Ocho mil desempleos se suman como consecuencia de estas acciones criminales a las cifras del desempleo, que jamás han sido tan altas como lo son en la actualidad. Y lo cierto es que Caracas no se vio invadida por cientos de miles de chavistas pidiendo la reposición del caudillo, sino por algunos miles de simpatizantes presentes en el Palacio de Miraflores, tomado por la guardia de honor de Hugo Chávez, que los golpistas ni siquiera tuvieron a buen recaudo destituir de sus cargos la noche del derrocamiento. ¿Se imaginan los chilenos si, en lugar de reunirse todas las fuerzas de la izquierda chilena por cientos de miles frente al palacio de La Moneda la noche del 29 de Junio de 1973 en contra del golpe del general Viaux y a favor del gobierno constitucional, turbas del PC, el PS, el MAPU, la Izquierda Cristiana y el MIR hubieran saqueado las panaderías, tiendas, farmacias, botillerías y sucursales bancarias de San Miguel, Conchalí y La Vega? Más insólito aún: ni siquiera los hubo el 11 de septiembre. Chile, es cierto, no es Venezuela. Los saqueos del 12 y 13 de abril correspondieron a una tradicional forma de actuar de ciertos sectores populares del país. Y al recordar sucesos de la pasada historia republicana que terminaron no sólo en saqueos, sino en incendios de ciudades enteras y masacres de civiles contra civiles, la sensatez del estado mayor habrá llegado a la conclusión de que ante el vacío de Poder en el que había caído la aventura Carmona, más valía optar por el mal menor: traer de vuelta al desprestigiado y ya deslegitimado ex presidente de la república. Un solo antecedente: según el historiador venezolano J-L Salcedo Bastardo, durante la guerra civil conocida como guerra federal librada entre 1858 y 1863 murieron 350 mil venezolanos, la mitad de su población. Cifran los historiadores en un millón de muertos las víctimas por los enfrentamientos políticos del siglo XIX, incluida la guerra de la independencia.

El saldo de estos días es desolador, pero muchísimo menor de lo que hubiera podido ser de no mediar la sensatez que aún reina en el espíritu de todos: fuerzas armadas, oposición y gobierno. De las fuerzas armadas, que se devolvieron a tiempo de una aventura sin sentido, de la oposición política, que no secundó una salida no institucional al callejón sin salida en que se encuentra Chávez. Del gobierno, que comienza a reconocer la gravedad de sus errores y promete rectificación. Para nuestra borbónica izquierda nacional e internacional una dolorosa enseñanza: al margen de la credibilidad que uno le asigne a los propósitos de enmienda del gobierno la vía de la revolución bolivariana está definitivamente clausurada. El ejército se halla profundamente quebrantado y dividido y no servirá de peón a los propósitos “bolivarianos” de Chávez. Los generales encargados de la guarnición de Caracas que recibieron su criminal orden de enfrentar a los cientos de miles de manifestantes con las tropas del ejército – lo que hubiera acarreado miles de muertes – se negaron terminantemente a acatar tan siniestra mandato, dando así inicio a la cadena de acontecimientos que terminaron con su destitución. El pueblo está asimismo fracturado y la reconciliación sólo será posible si Chávez renuncia a su mesianismo decimonónico y reconoce que fue electo para dirigir un gobierno democrático, no para llevar a cabo una “revolución bolivariana” que ha perdido el respaldo mayoritario de sus electores. El aura de invencibilidad que coronaba al caudillo ha rodado por los suelos, en una jornada extremadamente humillante para el teniente coronel. La pesada sospecha de cobardía que le acompaña desde que se refugiara en el Museo Militar dejando sus tropas sin conducción ante el palacio de Miraflores la noche del 4 de Febrero de 1992 se ha visto fortalecida y ya casi parece un dato objetivo con el que habrá que contar a futuro. ¿A algunos de los felones militares golpistas que empujaran a Allende al suicido se le ha ocurrido acusarlo de cobardía?

Dejémonos de disparates. Olvidemos las comparaciones

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