Opinión Nacional

Un giro de 180°

Justo apenas pocos días después de haber comenzado la campaña presidencial, un amigo que tiene una enorme experiencia en campañas electorales -le ha tocado trabajar en esto, no sólo en la Venezuela de fines del siglo XX, sino en algunos países latinoamericanos y del Caribe- me hizo un comentario de paso, que no dejé de guardar en mi memoria.

Según él, confiarse sólo en las manifestaciones públicas -lo que llamaríamos acciones de calle- sin prestarle la debida atención -y dedicación- al asunto de comprometer a los simpatizantes, y en la medida de lo posible, organizarlos, era un error. Para él, la emoción de calle pasa rápido y por eso es necesario «amarrar» a la gente en un compromiso concreto al que no abandonarán una vez que la emoción pasara. No pueden imaginarse cómo estas palabras han adquirido un sentido abrumador después del 7 de octubre.

No sólo quienes nos oponemos al proyecto demencial de Hugo Chávez quedamos fascinados por el impacto que el candidato Capriles provocaba en todas partes, sino que creímos que con eso bastaba. Es más, juzgamos al otro lado, al oficialismo, por sus escuálidas manifestaciones públicas y erróneamente concluimos que «estaban paralizados». Con ese diagnóstico en la mano, nuestro triunfo estaba cantado. Que no fuese así, nos derrumbó.

Las encuestas, rebeldes como siempre, nos insistían, sin embargo, en que la aparente desmovilización del chavismo no era otra cosa que eso, pura apariencia. Que esas mismas encuestas pusieran al chavismo por encima, cuando eso era negado por nuestros ojos y oídos produjo un letargo en la oposición y una creencia de que, como el peligro era el fraude electrónico, todo el trabajo había que centrarlo en los testigos, que con eso bastaba.

No se nos ocurrió que el chavismo iba a utilizar todo el poder -y los recursos- del Estado para garantizarse los votos; que las manifestaciones públicas de simpatía y adhesión no eran lo importante para ellos. Se dedicó, pues, a una sola cosa: a montar una compleja operación de Estado.

Esa compleja «operación de Estado» atendió a varios asuntos. El primero, poner a punto el «Estado sumergido», esa maraña de misiones, comunas, y en general programas clandestinos (que no vemos en la calle porque no son para nosotros), para atender a la importante logística de aquel domingo: chequeo de los votantes remisos, de quienes estaban haciéndose los locos para no votar. A todos ellos había que detectarlos, y luego acarrearlos a las mesas de votación.

El segundo, que a la vasta masa de funcionarios públicos había que convencerles de que si perdía Chávez, sus empleos entraban en agonía, y que debían desoír las machaconas garantías de Capriles sobre que eso no sucedería. El tercero: que violando todo control, la maquinaria dispondría de los recursos que hicieren falta para obtener el voto del mayor número posible de electores. Eso imponía un trabajo continuo con la vasta masa de beneficiarios, utilizando cuanto contacto se tuviese con ellos. Debían ser alertados de que, si Capriles ganaba, sus beneficios cesarían de inmediato. Los cuentos de cómo funcionó esto en las colas de los ancianos pensionados arroja luces sobre cómo fue en muchas otras áreas.

La tarea de «La banda de las cuatro» (The Gang of Four, como la prensa occidental bautizó al liderazgo de la extrema izquierda china a la muerte de Mao) del CNE no fue otra que la de facilitar la tarea logística de ese fatídico día. Y hay que decirlo, en las zonas apartadas y con escasa vigilancia, el Plan República hizo también su trabajo. Como puede uno imaginarse, los militares «institucionalistas» fueron asignados al Este caraqueño y similares en el interior. A las zonas «de cosecha» oficialista fueron los otros…

Si esta hipótesis es cierta, la lección debe ser aprendida. Y hay que poner lo aprendido en práctica de inmediato. El chavismo, en efecto, no quiere «sorpresas» al estilo 2007; nosotros tampoco deberíamos permitirlas al estilo 7-O. El chavismo quiere erradicar los logros y ganancias de la oposición, pero sus «aliados» (PCV, Tupamaros y otros) no se la están poniendo fácil. No lo hagamos nosotros.

La lección que mi amigo quería aprendiésemos ya está ante los ojos de todos. No basta con la emoción pública, hay que «amarrar» los votos y eso comienza con la garantía férrea de que acudirán a votar en masa. No hacerlo es lo mismo que votar por la «caja negra» del Estado Comunal que Chávez quiere imponer, porque ya que la Revolución agoniza en Cuba, ¿qué tal resucitarla en Venezuela?

 

 

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