Opinión Nacional

Una limonada ahí

La actual administración venezolana se ha llenado la cabeza con la ficción de que una revolución nos atraviesa. La cúpula (note usted que esta palabrita tan vilipendiada en los últimos años por los protagonistas del “proceso”, paradoja entre paradojas, les viene como anillo al dedo), digo, la cúpula gobiernera transformada en gurú iluminador del momento, se cree de cabo a rabo, con todas las letras y con una seriedad de lo más cómica, que aquí los cambios, otrora bandera flameante en la lucha por conquistar el poder, se están dando tal cual fueron cacareados. Supongo, a la luz de lo que uno está condenado a ver donde asome las narices, que esta gente vive en estado permanente de levitación, en una nube, en el inefable hiperurano, en una supernota trastocadora de la bien cruda realidad.

Claro, la cantaleta de las reservas internacionales, de la inflación controlada, de los inversionistas haciendo cola para venirse en cambote, y otras palabrerías que se caen desde lo alto ante el mínimo análisis de cuanto ocurre alrededor, tiene por supuesto asiento de primera fila en eso que pudiera llamarse el poemario clásico del populismo y la demagogia en Venezuela.

Resulta pues que el asidero fundamental del discurso del gobierno y, es más, la tabla de salvación que por ahora lo mantiene a media máquina en la superficie de unas aguas que se crecen diariamente en turbulencia, es el altísimo y circunstancial precio que cobró el petróleo hace sólo un tiempecito atrás. Ya lo sabemos: mientras éste se mantenga en alza (lo cual ha sido por desgracia una característica típica de las políticas económicas venezolanas a lo largo y ancho de nuestra historia democrática) todo capote es remendable, con la apostilla de que luego, después de la pachanga y borrachera, otra verdad se impone con el peso de una lápida: la resaca.

Continúan los mismos cantos de sirena, el vivo espíritu de los cuarenta años que tanto insomnio y afán desvirtuador propició en los politiqueros actuales. No hemos cambiado para nada, y lo peor es que tampoco se observan voluntades orientadas a impulsar algo que se parezca a un golpe de timón. Este país vive de ratón en ratón, de cuerpo malo en cuerpo malo, o sea, curándose de los excesos cometido la noche anterior. Este país, tristemente, asume la actitud del borracho a quien medio mundo aconseja moderarse, organizarse, redimensionarse, las que invariablemente siempre serán, a sus oídos, nada más que pendejadas.

Cuatro planes Marshall ingresaron por concepto de renta petrolera. En tres años, santo Dios, algo así como sesenta mil millones de billetes verdes llenaron la piñata de la fiesta revolucionaria, del cambio y del proceso. Con uno de ellos fue reconstruida Europa en la postguerra. Gasto público irresponsable, empobrecedor y hambreador (no podría ser de otra manera según la receta de la biblia populista); reservas en plena desbancada, ahora que transitamos las horas de la bolsa de hielo y la sopita; mínima inversión extrajera y local; fuga de capitales; deuda interna triplicada; siembra de odios; denuncias y denuncias de corrupción; blablismo acrecentado; centralización como nunca; asquerosa sumisión de los poderes públicos ante el Ejecutivo; militarización con mayor fuerza; desempleo arrollador; radicalización y alicate para los que disienten; conductas fascistoides pronunciadas; música de caceloras (arrechera, pues, en el pueblo) y un largo y más que vergonzoso etcétera es todo lo que cosechamos.

El año que comienza anuncia un cielo gris. Ya la resaca ha empezado y parece que durará un buen tiempo. Huele, sí, a licor rancio, a tufo de bebedor amanecido, a vómito viejo en acera. Sin los dólares del oro negro es poco probable que el gobierno tenga mayores posibilidades para inventar maniobras evasoras del mal que nos engulle, y lo que estará casi obligado a hacer será devaluar, o aplicar un control de cambio, amén de incurrir en más endeudamiento, con toda la carga de secuelas negativas que esto implica. Por lo pronto, a usted y a mí nos meterán de inmediato la mano en los bolsillos mediante el cuartarrepublicano impuesto al débito bancario, cuestión destinada obviamente a, entre pataletas de ahogado y chillidos antioligarcas, intentar minimizar parte del ratón que se ganaron. He aquí una primera aspirinita recoge fondos, después del caudal desperdiciado.

Esto cada día luce peor, sin conducción, sin capacidad, sin sensatez. Nos hemos pasado la vida, fíjese bien, de jaqueca en jaqueca, de promesa en promesa, de caudillo en caudillo, de fiestecita en fiestecita, de paño tibio en paño tibio, de café negro en café negro, de baño helado en baño helado.

Yo pido además, mientras se pueda, una limonadita ahí, si no es mucha molestia.

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