Opinión Nacional

Unas líneas sobre Manuel Jacobo Cartea, alias Duglas

Son las 11.45 de la mañana del dia 13 del mes de mayo del año de 1971 en en el aeropuerto de Gatwick de Inglaterra y me apresto a tomar el avión que me llevará a Copenhague y luego a Estocolmo. Tengo que admitir que siento un inquietante frio ante lo impredecible de este viaje, que en principio tiene que ver con la posibilidad legal de reunir algunos dólares como estudiante trabajador de verano en ese país. Dólares que servirán bien a la hora de pagar los gastos de la escuela de cine en Londres y no menos los gastos de vivienda y calefacción. Aunque parezca raro, hace más frío en Inglaterra a cinco sobre cero que en Suecia a 15 bajo cero.

La cola al “gate” de salida es escueta. Entre otros, unos jóvenes franceses, unos brasileños y un individuo que ante el funcionario de inmigración esgrime un pasaporte venezolano.

¿Hola, eres venezolano? – Bueno sí, pero voy solo. – Yo también, y también voy solo — le contesté un poco irritado– y si no te molesta, quisiera que hagamos compañía.

Duglas se llamaba este muchacho a secas; y apenas me levanté para ir al baño me quitó el puesto de la ventana: – espero que no te importe si me siento aquí – dijo perspicazmente. Y yo, perplejo ante tal desfachatez, no tuve más remedio que aceptar callado.

Ya en Estocolmo, conseguimos cuarto juntos en una residencia estudiantil, conseguimos trabajo juntos en una panadería, y hasta conseguimos compañías femeninas que vivian juntas.

Poco común para MJ Cartea esto de las cosas juntas, pero las circunstancias obligan y juntos fuimos a museos, a fiestas y a velorios. Y siempre me martilló algunos centavos.

Mucho habría que hablar de todas las cosas que pasaron, ya que el tiempo es implacable en eso de acumular recuerdos. Pero de todo lo que pasa en el discurrir del tiempo, existen situaciones, no todas, que ameritan ser revividas, ya sean por su crucial importancia o simplemente por el placer de recordarlas. Hoy quiero traer a colación una anécdota esclarecedora de la personalidad de MJ.

Era un día de marzo o abril de 1972, el estío londinense difícilmente progresaba, como si el invierno nunca lo dejara prosperar.

Las calles ligeramente templadas y el ánimo emborrachado por los también templados olores del “underground” me han ido llevando, poco a poco, sin darme cuenta y sin haberlo buscado, a encontrarme con Manuel Jacobo Cartea en la calle. Ni una palabra de la última pelea ética que confrontamos entre Gotemburgo y Londres dos meses atrás, ni sonrisas ni desonrisas. -¿Como estás, Liko Pérez? –Pues bién: preparándome para volver a Venezuela pero con un pequeño problema –a saber le expliqué aquello de las cincuenta libras esterlinas que tenía que pagar para poder obtener una copia de mi película (examen final) que certificaría mis estudios–. Se despidió pensativo.

Dos días después, dia lluvioso y sin paraguas recuerdo, y en la misma calle de Regent street, acudí a su llamado. Se hizo presente y corto y conciso inició la conversación: -Aquí tienes cincuenta libras para que saques tu película y puedas volver a Venezuela y mostrar que te graduaste.

No quiero entrar en detalles sobre el tiempo transcurrido, pero en 1983, once años después, me presenté en Caracas a su casa. Era él, para ese entonces, director del CONAC y, según mis investigaciones, temido por los círculos que acostumbran a parasitar al Estado.

Yo que soy cineasta y no pintor, había pintado una centena de cuadros en un proceso de autoanálisis espontáneo. Y válgame Dios que Cartea se enamora de mi pintura “San Anarco”. Una tela de 220 por 110 que, verdaderamente, tengo que admitirlo, imponía e impone aún. Cincuenta mil bolívares quiso pagar. Pero de mi parte no estaba en venta.

Lo que es la vida que te da y te quita, y te quita y te da. Ahora es mi oportunidad, pensé, para pagar con creces aquellas cincuenta libras que hicieron posible que Rodolfo Izaguirre, Roffé, Hermini, Guedes (gente de la Cinemateca Nacional) y otros intelectuales, pudieran apreciar mis cualidades de cineasta.

Dicho y hecho. La tela, que enrollada traía desde Paris, recibió un bastidor hecho por un carpintero de La Carlota o de Los Ruices, no recuerdo, pero sí recuerdo que costó 850 bolívares.

Ya en casa de MJ, y con el cuadro tan anhelado por él en perfecta disposición, sentí como que si la deuda de aquellas cincuenta libras de Londres estaba pronta a desaparecer.

Nunca reconoció que me hubiera “prestado” cincuenta libras para la copia de mi película. Pero yo, sin embargo, le di el cuadro en pago por tal supuesta deuda. Y mucho más: -MJ, tienes que estar consciente de que el bastidor ha costado 850 bolívares, y eso no va incluido en la deuda y espero que me los pagues en la mejor ocasión.

El tiempo pasa mucho más rápido entre amigos que no se ven a menudo. Las oportunidades de interactuar son escuetas; no sólo por la inmensa distancia que existe entre Caracas y Estocolmo, sino por los momentos circunstanciales de cada quién.

¿Como es posible que MJ se me haya ido sin pagar? Sé que hubiera sido un placer para él encontrar el momento adecuado para cancelar el precio de aquella lejana debilidad. Sé que hubiera sido un placer para mi que aceptara que me ayudó.

Queda ahora sólo ese sentimiento impagable que los hombres visionarios como él dejan grabados con magistral profundidad en el mismo instante en que surge una necesidad bien necesitada. No puedo sino evocar, para que entiendan mi reflexión, las palabras del poeta Rafael Cadenas cuando menciona: “Yo pregunté si podía ayudar, y se rieron de mi”.

La expresión “The giver should be thankful” explica el gran favor que el mendigo le hace a los dadivosos al recibir sus monedas, pero no explica la legitimidad del hecho de la dádiva y por ende se torna ésta en denigrante limosna.

A Cartea no le gustaban los mendigos, así como tampoco le gustaban a Buñuel. Pero no es por surrealista que Cartea ofreció cosas, sino sospecho que fue por alguna otra racionalidad que, me atrevo a adivinar, nacía de su histérica pasión por la filosofía.

Me arriesgo incluso a elucubrar que depositó su propia realidad en algún mundo recóndito –quizás en el de Karl Popper y su “Mundo 3” o en la incógnita fascinante del Tractatus de Wittgenstein, o en alguna reflexión de Borges, de Conrad o hasta, por qué no, en alguna reflexión del aparentemente no complicado Mark Twain—O en todos ellos y muchos más; allí escondió, como apreciado tesoro, las realidades de lo que aún no había ocurrido, de lo que aún no había sido pensado, de lo que aún no había sido creado.

De esa manera fue MJ Cartea fuente de inspiración para todo lo no nato, para todo lo no pensado, para todo lo no imaginado.

¿Existirá alguna libertad más ilimitada que la que predicaba?

Si fuera él quien respondiera, me atrevería a decir que hubiera respondido, sin ningún tipo de titubeo, que “Sí”; sin dar más explicaciones.

Liko Pérez
Estocolmo, 2004-04-15

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Te puede interesar
Cerrar
Botón volver arriba