Opinión Nacional

Unidad en la adversidad

Con sólo un mes de campaña, un Tribunal Constitucional parcializado, un organismo electoral gobiernero y un Poder Ejecutivo militarizado que controló por 15 años al país, los chilenos le dieron al mundo una valiosísima lección de esperanza, libertad, pero sobre todo, de unidad.

El 5 de octubre de 1988, contra todo pronóstico, las fuerzas democráticas de Chile derrotaron a la dictadura militar de Pinochet. La vencieron electoralmente, a pesar del abuso de poder, de la fuerza y del absoluto y descarado control de las instituciones. El plebiscito evidenció que la mayoría quería un país libre y democrático.

La unidad que consolidaron fue verdadera, sincera, basada en el respeto mutuo. Eduardo Frei dio declaraciones como nunca estuvieron permitidas en aquella nación. Enfrentó el miedo de la propia periodista que lo entrevistaba y que luchaba por interrumpirlo para que no dijera lo que tenía que decir. ¡Pero lo dijo!

Se permitió, durante la corta campaña, lo que llamaron una franja de publicidad electoral en la cual cada bando enfrentado tenía 15 minutos de libertad al día, luego de 15 años de censuras y mucho miedo. La franja del Dictador fue usada para idolatrarlo, para ensalzar sus dotes de gobernante, para exhibir sus logros en la economía y en la paz forzada. La oposición usó con mucho más inteligencia su tiempo, sembró esperanza con la simple frase «Chile, la alegría ya viene», que fue moviendo corazones adormecidos o atemorizados. Contrastó la represión, los poderes sometidos y los abusos constantes con la promesa de un futuro mejor.

Como respuesta, la estrategia de campaña del gobierno cambió. Comenzó a burlarse de la campaña opositora, desacreditando personalmente a quienes aparecían en ella. La oposición se mantuvo firme y unida, verdaderamente unida. Votaron y, contra todo pronóstico, ¡ganaron! El alto mando del dictador lo obligó a reconocer la voluntad popular. No vino el caos. Nadie en el pueblo perdió lo que habían logrado bajo la dictadura. Llegó la democracia, la alternancia en el poder y el crecimiento económico en libertad y respeto al contrario.

No fue fácil. Los chilenos estaban divididos entre dos visiones y un número importante de electores apoyaron al dictador. Quizás por costumbre, algunos por comodidad, otros por miedo. Sin embargo, el cambio político en paz trajo la reconciliación nacional y con ella el despegue de Chile. La clave fue una sincera unidad.

Mucho se dice hoy sobre la desunión del chavismo. Ciertamente allí las cosas no son el jardín de flores (con el perdón de Cilia) que aparentan ser. Mientras más nos dicen que están abrazados, que son hermanos de la vida, cuñas del mismo palo, más duda uno de semejante estrechez. Se ve a leguas que esa unión es obligada por las circunstancias, para mantener el poder a como dé lugar. Luego, si se consigue la meta, se enderezarán las cargas, vale decir, cada uno sus propias cargas, para cargarse al otro a quien no respetan como superior. El pleito interno ha quedado temporalmente diferido.

En nuestro caso, ¿es sincera nuestra unidad? Mil veces nos dicen los ciudadanos: «únanse, por favor». La gente intuye y observa. Sabe que hay algunos más unidos que otros. No vale sólo haber expresado públicamente una disculpa y propósito de enmienda del candidato. Es necesario actuar.

A veces creo que aún no hemos vivido lo suficiente como para que algunos ineptos, que sólo miran a sus ombligos donde reposan sus propias ambiciones, logren entender el momento histórico que vivimos. Juegan a la zancadilla desde hace tiempo, sólo están pendientes de ver hacia abajo para cazar una pierna a ver si logran tumbar al piso a quienes, dentro de nuestras propias filas, consideran -necia y obsesivamente- sus enemigos. Han perdido el norte de la lucha política y no se dan cuenta, por seguir viendo para abajo, que ya muchos de a quienes antes engañaban, ni voltean a verlos.

A esos que se pegan a ver qué logran, a esos que no pueden explicar cómo viven ni de qué viven, esos que hay por cientos del lado del gobierno pero también de nuestro lado, quisiera ver el día en que nuestro candidato los pusiera a raya y se los quitara de encima, o de abajo.

Actos como esos nos devolverían a muchos la fe en la verdadera unidad. Esa unidad, con valentía, consolidaría una victoria, pues créanlo o no, el pueblo ve más de lo que cualquiera imagina. Ve que mientras algunos trabajamos incondicionalmente por el país y la democracia y tolerando lo intolerable por la unidad, a otros que no lo hacen se les permiten licencias que empañan el esfuerzo y restan votos. Los chilenos sí se unieron. ¿Nosotros? Más o menos.

 

 

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