Opinión Nacional

Utilería y Extras

Wikipedia define la utilería como “los elementos físicos que, tanto en el teatro como en el cine y la televisión, representan objetos de la vida real. Son utilizados por los personajes para interactuar durante una representación artística. Junto con el vestuario y la escenografía, la utilería forma parte de los recursos necesarios para la representación teatral”.  El significado de extras, no hay necesidad de buscarlo en el diccionario, son personas contratadas para hacer de relleno en una película. Hollywood bate siempre los records en la utilización de esos actores y actrices anónimos porque es la campeona en películas épicas que requieren de miles y miles de falsos combatientes, ataviados con los uniformes y dotados con los enseres militares de la época.

Mucha alarma ha causado en venezolanos y extranjeros la juramentación que hiciera el comandante en jefe Hugo Chávez, el 14 de abril último, de unos 30.000 milicianos según las cifras oficialistas. Algo extraordinario debía celebrar la fecha en que Chávez retornó a la presidencia,  una vez  fracasado  el sainete del Carmonazo. Las dictaduras militares son expertas en elegir nombres rimbombantes y cursis para cada suceso de manera que el 14 de abril será en lo sucesivo: el “Día de la Milicia Bolivariana, del Pueblo en Armas y de la Revolución de Abril«. Cuando tenía ante sí aquella multitud ataviada con uniformes verde oliva, el héroe revolucionario los arengó: “A ver… levanten el fusil las milicias estudiantiles». Y varias hileras de jóvenes estudiantes de la Universidad de las Fuerzas Armadas, ubicados en primera fila ante la tarima, alzaron  las armas.  Luego se dirigió a los demás: personas de mediana edad, viejitos, viejitas, gordos, gordas, amas de casa, obreros y desocupados.

Los fusiles no eran marca Kalashnikov de los 100.000 que compró el Gobierno venezolano a Rusia, sino los viejos fusiles ligeros (FAL) que solía usar el Ejército. Esas armas, como informó la prensa, no tenían cargador ni balas, se las entregaron a los milicianos horas antes de comenzar el acto, al pie de un camión de reparto. Cada uno de los potenciales combatientes (extras), debía mostrar su cédula de identidad antes de recibir su fusil de utilería.

El presidente confesó más tarde que aún teme un ataque en su contra: «Las conspiraciones siguen a la orden del día, mi asesinato sigue a la orden del día». Esa confesión expresada casi al unísono de la juramentación miliciana, no deja lugar a dudas sobre el show o mise en scene que fue aquel acto. Sólo alguien que haya perdido el juicio o que esté en una verdadera emergencia bélica, sería capaz de armar  a una masa humana incontrolable. De la salud mental del presidente Chávez se ha dudado con frecuencia pero, suponiendo que las especulaciones sobre el caso tengan alguna base cierta, los trastornos  no serían precisamente suicidas. El peligro de entrar en una guerra forma parte del guion de esa película entre cómica y trágica, y por demás absurda, en la que estamos inmersos desde hace once años.

Como leitmotiv de ese milikilométrico culebrón, los anatemas contra el “maldito Imperio que algún día desaparecerá”, pero que Chávez reza para que la desaparición ocurra cuando haya un gobierno que no sea el suyo. Imaginen la tragedia de Don Regalón sin los petrodólares que el Imperio paga a cambio de las muy puntuales entregas de petróleo venezolano y sin todo lo que exporta hacia esta patria revolucionaria para que sus pobladores podamos comer.

Lo único realmente temible, aterrorizante y espelucador en esa farsa sin  fin que son la revolución bolivariana y el socialismo del siglo XXI, es la postración cada vez más humillante a los pies de Fidel Castro y de quienes constituyen su oprobioso régimen. Raúl Castro, el principal actor de reparto en los actos del Bicentenario (en ausencia de la estrella fulgurante: su hermano Fidel), declaró al marcharse que Venezuela y Cuba vamos siendo cada vez una misma cosa. No hubo una pizca de exageración en sus palabras, sólo que una parte de esa cosa manda y la otra obedece, una se aprovecha y la otra se empobrece, una subyuga y la otra necesita con urgencia lograr su segunda independencia.

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