Opinión Nacional

Vamos por el camino de la dictadura y la ruina del país

Para el cardenal Jorge Urosa Savino el ministerio de la palabra no solo es una posibilidad aún factible en Venezuela, sino un deber y, sobre todo en estos tiempos cuando, a su juicio, «el camino por el cual nos quieren llevar es el de la dictadura y la ruina del país». No sin advertir que desecha la exposición permanente en los medios, explica que en ocasiones sí se impone la necesidad de hablarle al país y esta, reflexión previa de por medio, es una de ellas.

-Llama la atención el comunicado de la presidencia de la Conferencia Episcopal sobre los alimentos descompuestos porque resurge la polémica según la cual los límites entre la misión espiritual de la Iglesia y su interferencia en la vida política se hacen tan indefinibles que se le acusa de entrometerse en asuntos ajenos a sus funciones.

-Eso lo denuncian los políticos cuando nos les conviene lo que uno dice. Las declaraciones de los obispos sobre la vida social y política van siempre en la línea de los grandes principios. No nos metemos en detalles circunstanciales, salvo cuando obedecen a una actuación errónea del gobierno. La manifestación a la que haces referencia está en concordancia con nuestra misión de pastores del pueblo de Dios. Además, los obispos tenemos pleno derecho, como ciudadanos, a emitir opiniones, sobre todo cuando está en juego el bien común, la libertad, la justicia y la paz.

-Luego la preocupación de la Iglesia no es solo por un tema coyuntural como el de los alimentos putrefactos.

-Es un tema coyuntural, pero muy grueso. No se trata solo de que se hayan perdido cientos de miles de toneladas de alimentos, sino de lo que eso significa. Primero una posible corrupción de tipo administrativo y luego la ineficiencia en el manejo de actividades que corresponden a particulares. Todo eso ocurre porque el Gobierno, que pretende copar todos los espacios, va en una línea totalitaria y mucho más allá de tareas que le son propias, como garantizar la seguridad personal y patrimonial de los ciudadanos, el buen funcionamiento de los servicios públicos, la soberanía y la independencia del país. Así, se ha metido a productor, distribuidor y comerciante de toda clase de productos. Se trata de intervenir en todos los aspectos de la vida de los venezolanos en la imposición de una línea marxista-comunista.

-Si el Gobierno hubiera sido eficiente y honesto en la administración de las propiedades asumidas, ¿tendría la Iglesia venezolana esa misma posición de denuncia?

-Aunque hubiera sido eficiente y honesto estaría ejerciendo funciones propias de particulares, quienes de acuerdo con la Constitución tienen derecho de participar en actividades económicas. Esa intervención en todos los campos de la economía, yendo más allá de los necesarios controles, es una manifestación de la línea marxista-comunista que el Presidente quiere imponer y que fue rechazada por el pueblo el 2D de 2007. El totalitarismo marxista permite, a quienes ocupan altas posiciones en el Gobierno, el dominio absoluto sobre el resto de la población y esto es algo que cuestiona la doctrina social de la Iglesia porque lleva a la consumación de grandes injusticias y a la sujeción de la gente al Gobierno.

-¿Al Gobierno o a quien lo comanda, si una característica de los regímenes totalitarios es el culto a la personalidad?

-Eso está ocurriendo. En Venezuela no se había dado nunca un culto a la personalidad tan grande como el que la gente del Gobierno le rinde al Presidente con profusión de supergigantografías y toda una parafernalia publicitaria. Eso es negativo, pero lo peor es que la línea marxista-comunista conduce a la ruina, a la destrucción de la economía, a una pobreza mucho mayor y a una dependencia alimentaria totalmente opuesta a la soberanía alimentaria. El problema es grave porque vamos camino a una nueva Cuba y el pueblo lo rechaza.

-Si bien los totalitarismos copan la vida política, económica y social, también se introducen en la vida familiar y en la intimidad del individuo. ¿Estamos llegando a esos extremos en Venezuela? ¿Está llegando la hora de la persecución a la religión católica?

-Espero que no, pero vamos por ese camino. Obviamente existe la intención de apropiarse de la conciencia de la gente, pero no lo han logrado porque hay un fuerte espíritu democrático en la mayoría de los venezolanos.

-¿No existe la pretensión de imponer una religión laica en la cual el máximo líder se convierte en una especie de «Nuestro Señor»?

-Lo que se está dando es la utilización de símbolos religiosos, incluso de la figura de Nuestro Señor Jesucristo, para respaldar la apropiación de todos los espacios de la vida.

-¿Fue Cristo, como lo proclama Chávez, el primer socialista de la historia?

-Ahí hay un gran error. Jesucristo no fue socialista ni monárquico ni republicano ni liberal ni dirigente político. Fue un líder religioso y de una manera más precisa el hijo de Dios hecho hombre. El está por encima de cualquier sistema, ideología o régimen. Con esas afirmaciones se manipula los sentimientos religiosos del pueblo. Lo que promueve Jesucristo es el amor fraterno, la justicia, la grandeza del ser humano. Valores que propone este socialismo, de manera forzada, colocando el poder no en el pueblo, como se proclama, sino en quienes lo dirigen, eliminando el pluralismo, cualquier tipo de disentimiento y opiniones diversas no necesariamente contrarias al pensamiento oficial.

-Jesús murió por esos valores que ahora, según lo que usted dice, corren peligro. ¿No le toca a la Iglesia actuar en su defensa?

-A nosotros no nos corresponde el papel de operadores políticos. No somos un partido, aunque se nos acuse de serlo. Estamos al servicio del pueblo en la perspectiva religiosa, profética, litúrgica y eso incluye la proclamación de los grandes valores y derechos del hombre. Por eso debemos participar en el debate. El papel político corresponde a los seglares y la gente debe comprender que no puede permanecer pasiva ante la violación de los derechos humanos y los problemas del país. Los sacerdotes no debemos usar nuestra investidura para apoyar una parcialidad política.

-¿No jugó el papa Juan Pablo II un papel crucial en la caída del comunismo?

-Sí. El cardenal Dziwisz, quien estuvo al lado del Papa por 30 años, me dijo que este, en Polonia, nunca actuó como operador político. Solo se manifestaba por los derechos del pueblo y eso es lo que nosotros hacemos como pastores del Pueblo de Dios.

-¿No debe jugar la Iglesia un papel más beligerante tratándose de su sobrevivencia?

-En la defensa de los derechos de los fieles, de los religiosos y de la propia Iglesia, por supuesto. Pero también estamos obligados a defender los derechos del pueblo.

-¿Está unida la Iglesia en esos propósitos? ¿No hay sacerdotes chavistas?

-Es notorio que hay sacerdotes que adhieren al proceso del Presidente y algunos tienen participación activa. Esto es algo indebido porque una cosa es la simpatía porque ven en el Presidente un Robin Hood que quita a los ricos para dar a los pobres y otra que promuevan una parcialidad política. Ningún sacerdote puede ser activista de un partido. En cuanto al Episcopado, hay gran unidad sobre el papel de los obispos al servicio del pueblo.

-¿Incluyendo a monseñor Moronta?

-Incluyendo a monseñor Moronta. Siempre manifestamos opiniones, llegamos al consenso y se plasma una declaración.

-¿No acuden a un principio cristiano los sacerdotes al apoyar a Chávez porque le quita a los pobres para darle a los ricos?

-No se trata de quitarle a unos para darle a otros, sino de una actividad económica ejercida en libertad y que estimule el crecimiento de todos. El Estado no puede actuar de manera arbitraria, aunque, como decía Juan Pablo II, sobre la propiedad privada pesa una hipoteca social. Esos bienes deben tener proyección social y creo que la responsabilidad social de los empresarios ha crecido mucho.

-¿Son las elecciones parlamentarias la oportunidad de lograr un cambio político?

-Las elecciones van a promover una Asamblea Nacional plural más acorde con los postulados de la Constitución. No sabemos en qué medida se logrará, pero no habrá un Parlamento monocolor que fue resultado, entre otras cosas, de un error de la oposición en el año 2005. En esa oportunidad fui a votar y me insultaron públicamente, pero lo hice porque creía que no se podía dejar esa elección en manos de una parcialidad.


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