Opinión Nacional

¡Váyase, Sr. ministro!

En menos de un mes he sido asaltado en dos ocasiones. Por una
indignación que tiene más de reacción frente al actual estado de cosas
que de arrojo, en el primero de los asaltos me enfrenté al atracador que
me había arrancado el reloj amenazándome para mi fortuna con un arma
imaginaria, me trencé por primera vez en mi vida a golpes con el infeliz
que me asaltaba y lo aventé del lugar ante su estupor y mi sorpresa.

Quedó ensangrentado.

Yo, conmovido.

La segunda vez fue este martes 23 de enero, a pocos pasos del El
Arepazo, en Las Mercedes.

Fui encañonado en medio de una tranca por cinco atracadores y conminado
-a vista y paciencia de todo el mundo- a entregarles el mismo reloj por
el que no hacía un mes me había batido a golpes. En esta ocasión no
alcancé a chistar.

No suelo ir armado. Y tampoco hubiera servido de nada.

En ambos asaltos, cometidos con la mayor impunidad, a plena luz del día
y en lugares fuertemente frecuentados, no conté con el auxilio de nadie.

A la absoluta indiferencia, curiosidad o miedo de los transeúntes se
unió la total ausencia de vigilancia: ni un policía en kilómetros a la
redonda.

Pareciera anecdótico. Y hasta podríamos cantarle al ministro Dávila
aquella ironía de Mario Benedetti que cantara Nacha Guevara en los
sesenta: ¿de qué se ríe, Sr. Ministro? Pero el asunto es mucho más
grave: precisamente ese martes 23, solemne día recordatorio de una épica
indignación nacional que el comandante Chávez quisiera hundir en el
olvido para reivindicar en su lugar la violencia cobarde, sorda e
indigna de su fallido golpe de Estado, nuestros queridos amigos Omar
Jeanton y su esposa sepultaban a Benjamín, su amado hijo, asesinado el
domingo en el centro Comercial Las Américas.

La vida de un venezolano que recién se asomaba a la adultez, lleno de
entusiasmo y alegría, fue cegada por la sordidez de la más nauseabunda y
fecal miseria nacional.

Una vida que deja de tener presencia para hundirse en la aterradora
cantidad de asesinatos de fin de semana.

Y ante el inconmensurable dolor de Omar y su mujer, de los miles de
padres y madres que pierden sus hijos semana a semana con una crueldad
sin medida, aquel que millones de venezolanos eligieron no hace un
suspiro para adecentar el país, guarda un ominoso silencio o culpa de
ello a los actores del pacto de Punto Fijo, para seguir, en los hechos,
protegiendo a quien delegara la tarea de traducir ese adecentamiento en
tranquilidad y paz ciudadana.

Había escrito para hoy un bello homenaje a mi amada Sofía, injusta y
torpemente alejada de su más querida obra.

Pero quisiera pedirle disculpas por preferir ocupar este espacio para
reclamar por la insólita inoperancia de este gobierno y aconsejarle al
comandante Dávila: ¡por favor, váyase ministro!

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