Opinión Nacional

Venezuela en el tiempo

La búsqueda del tiempo perdido comienza cuando “verdaderamente” reconocemos que hemos perdido el tiempo. En nuestro caso, no basta entonces reconocer que sólo los 9 años de hegemonía del régimen bolivariano han sido una pérdida de tiempo, sino también los anteriores que lo hicieron posible.

El dolor, el abandono, la miseria, la desesperación y la total desesperanza han golpeado, y siguen golpeando, a una inmensa mayoría de la población venezolana. Esto sucede y ha sucedido en los pueblos, en las barriadas, en el campo, en las cárceles, en los cuarteles y tanto en las viviendas humildes como en las de una clase media hoy descuartizada, reducida al oprobio y prácticamente despojada de sus virtudes morales a causa de su necesidad de subsistir. La clase que el alcalde Barreto califica de ¨putrefacta”.

Nuestras calles están colmadas de indigentes y desahuciados, de niños abandonados, de saltimbanquis prostituidos y de drogadictos que apagan su angustia para evitar la inminente conciencia de su pronta e irreversible finitud. Pero también es cierto que están llenas de héroes anónimos, de gentes que se mantienen en la cuerda floja de la decencia gracias a la sana obligación que le impone una prole a proteger.

Así vamos en este vía crucis que creemos que sólo será aliviado por una crucifixión redentora, deambulamos ciegos con nuestra insondable tribulación y somos incapaces, por misma causa, de levantar la voz y clamar por la igualdad de oportunidades que todos merecemos.

Cuanto me recuerda hoy Venezuela al campo de concentración Bohemio de Terezienstadt, que ultrajó a tantos esperanzados, a tantos humanos obligados a sonreír ante las cámaras nazis cuando en realidad las lágrimas abarrotaban sus gargantas. Así vamos nosotros: obligados a sonreírle al mal tiempo, al engaño, a la revolución bonita y a este siniestro régimen que pretende terminar de usurpar nuestra felicidad.

Yo me pregunto, ya que al menos no estamos en un campo de concentración tan espeluznante como el que he mencionado, si verdaderamente no vamos a poder vencer esa triste fascinación que ejerce la quimera de un paraíso de palabras, la quimera de sólo vivir “la promesa” de un paraíso que no existe, de un socialismo del siglo XXI que ha llegado para mostrarnos lo fúnebre que es el presente y lo esplendoroso que puede llegar a ser el futuro utópico.

El socialismo del siglo XXI sí existe, esta aquí, aunque haya quienes me puedan decir que aún no se ha logrado. Esto que vivimos hoy es el propio socialismo del siglo XXI, no hay más: es un paraíso que simplemente nos ofrece un futuro “por llegar” a cambio de una abnegación irrestricta, y que sólo nos presenta una ofrenda tan nefasta como esa recompensa que, tras la muerte, se le dispensa a los que se inmolan enajenados de la verdadera realidad. Patria, socialismo y muerte, es la única y válida “moral” de su tortuoso discurrir.

No sólo nos debe dar asco e irreprimible vergüenza la actitud de quienes tan vilmente nos gobiernan y engañan, sino también fortaleza y lucidez (espero) para poder rechazarlos y relegarlos a donde se merecen: a las cárceles, a los manicomios o a las instituciones que definitivamente los aparten de nuestro acontecer.

Quizás el reconocer que hemos perdido el tiempo (desde hace tiempo), nos ayude a recobrarlo, aunque este sea tan largo e infinito como una noche exenta de pan y amor.

¿Cuántas de esas noches no llevan ya acumuladas centenas de miles de seres en nuestra atribulada nación?

Es evidente que ya no es tiempo de silencios ni tiempo de alargar esta absurda letanía de desencantos que amargamente se ha hecho de nuestra cotidianidad.

Hoy es tiempo de exigir, y es tiempo de exigirnos dignidad exigiéndonos moral.

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