Opinión Nacional

Venezuela, enferma de tiranía

Que Hugo Chávez esté enfermo de tiranía no sería tan grave si solo afectara su ego, la megalomanía precoz de la cual sufre. Pero si la enfermedad invade a la nación entera, como consecuencia del golpe de estado de ejecución progresiva del que somos víctimas, queda poco tiempo y espacio para reaccionar. Nada de cuanto sucede nos sorprende. En todos los tonos y tribunas hemos alertado, paso por paso, con relación a los propósitos del régimen. Lejos de rectificar el rumbo para perfeccionar la vida en libertad y democracia, la idea es imponer una revolución a la cubana contra la voluntad general. Ese propósito es incompatible con la libertad, con el pluralismo y con los valores fundamentales de la democracia representativa. Destruir las bases del sistema, controlar todas las ramas del poder público, criminalizar la disidencia, liquidar el aparato productivo privado, intervenir la educación y la salud, erosionar los derechos de propiedad hasta hacerlos ineficientes, transformar a la fuerza armada nacional en milicias revolucionarias, incondicionales y mercenarias, renunciar a las alianzas y acuerdos internacionales existentes con el mundo libre para abrazar sanguinarios tiranos y financiar la subversión continental y mundial en nombre de la revolución, son algunas de las tareas que se adelantan con relativo éxito para el gobierno. Honestamente no entiendo, ni acepto, que hombres públicos tenidos hasta ahora por decentes, salten por encima de estas realidades indiscutibles en ejecución de estrategias de sobrevivencia para participar en el inmoral festín de los petrodólares, en el cuoteo partidista y, gracias a un creciente tráfico de influencias, en negocios de muy dudosa conveniencia para la nación.

Esto no significa que se debe luchar como sea. Todo lo contrario. La única manera de defender con seriedad y eficiencia nuestra democracia es mediante el ejercicio permanente de nuestros derechos. Con coraje y sin temores. Precisamente, lo que busca el gobierno con la violencia institucional y física desatada, es crear un clima de miedo y represión que paralice la resistencia y desmoralizar a la mayoría de venezolanos que lo rechazan. Una fe tranquila, pero decidida, en nuestros valores, es la mejor arma para defendernos y mantener la causa. De poco sirve la gente de inteligencia perezosa, de memoria sin cultivar y de menguada integridad. Esta lucha es existencial, tanto desde las perspectivas personales y familiares como desde la conveniencia nacional. De triunfar y consolidarse el castrochavismo, nuestro país dejará de ser lo que ha sido y su rol en la comunidad internacional será radicalmente distinto a lo que hemos sido hasta ahora. Ya hay signos inequívocos de ello. El año que se inicia será definitivo en ambas direcciones. Nos corresponde un serio y organizado esfuerzo para liberar a nuestro pueblo de los peligros que tocan a la puerta. Es perfectamente posible lograrlo. Lo que no mata, fortalece.

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