Opinión Nacional

Venezuela hoy: ¿qué hacer?

Es un hecho: los más devastadores cataclismos suelen pasar inadvertidos para gran parte de sus protagonistas, si son de naturaleza política. Así ha pasado con todos los cambios históricos. Bertold Brecht se burlaba de la inocencia con que los alemanes solían desayunarse de los cambios que estaban en trance de sufrir cuando lleno de mordacidad contra la miopía política de sus semejantes ponía en boca de un protagonista de unos de esos terremotos políticos, la siguiente despedida dirigida a un ser próximo: ?¡Adiós, que me voy a la guerra de los treinta años!?

Nuestro cataclismo, el que terminó con el sistema de Punto Fijo y abrió este nuevo escenario político que estamos viviendo, se ha operado en tres actos. En el primero, brutal y torpemente esbozado por Hugo Chávez y Arias el 4F/92, se le asestó un golpe mortal. No fueron precisos actos heroicos y las escaramuzas militares fueron una cruenta payasada: el sistema, de hecho, babeaba. Más tarde, el 6D/98 se erigió el basamento de este nuevo escenario político, cojo aún e incompleto. Fue el segundo acto. Este último viernes, desde Maracay, ha terminado por nacer la criatura en medio de un breve y parco tercer acto: al Poder adelantado in ovo por Chávez en estos trece meses le ha nacido el Contrapoder, todavía in vitro, aventurado por Arias Cárdenas. La función puede comenzar.

Usando un símil más próximo a nuestras dolorosas experiencias en cataclismos, podríamos reconocer que la topografía del país ha variado sustancialmente: la Venezuela política es, desde el 6D, pero sobre todo desde el 10M, definitivamente y para siempre, otra. Y sorprende que la ceguera afecte en estos hechos no sólo a las víctimas: también a los victimarios. Chávez, el gran demiurgo, no quisiera reconocer que Arias Cárdenas no es Carlos Andrés Pérez o Rafael Caldera? ya él lo quisiera, para seguir jugando en solitario. Las víctimas tampoco: Claudio y Antonio Ledezma no quieren reconocer que Arias no es el conspirador que encerrara en su despacho a Álvarez Paz. Se verán obligados a reconocerlo: en la única Venezuela existente, la vigente hoy, Chávez y Arias son los únicos polos referenciales. Los asteroides que giran a su alrededor, ya fríos e incandescentes, son meras comparsas, llámense AD, COPEI, PPT, MAS, PCV, Bandera Roja o Izquierda democrática. Pertenecen al pasado, no a este nuevo sistema de coordenadas en el que deberemos mover nuestras fichas.

¿Qué papel representan ambos actores, para usar un símil caro a Chávez? Por ahora, cualquier respuesta debe ser provisoria y tentativa. Carentes ambos de coherentes sistemas ideológicos, y todos nosotros huérfanos de tales engañosas referencias sesentonas, no podemos más que aventurar respuestas aproximativas. Chávez, más visceral, más sentimental y más extrovertido quisiera ser la revolución. Ha llegado, desgraciadamente tarde a esa función. El teatro que la tuvo en cartelera por un siglo ha cerrado sus puertas por estruendoso fracaso. De allí que por más equívocos entusiasmos que despierte en su fervoroso auditórium no deje de desnudar a cada paso el malentendido que representa: un héroe a destiempo, un quid pro quo, un extravío. Quiéralo o no, los hechos lo obligarán a asumir la representación de la Venezuela que más detesta, la ya pasada, la enterrada, la asfixiada por su propia acción. Para usar su lenguaje: un puntofijista a su pesar.

Arias, en cambio, reflexivo, frío, gerencial y ejecutivo terminará por representar la Venezuela que se asoma tímidamente a este nuevo milenio queriendo desperezarse de tanta idiotía populista, de tanto ogro filantrópico, de tanto sueño engañoso y trasnochado heredado del siglo que pasó. Y tendrá, por lo mismo, que sacudirse de esas pesadas rémoras golpistas, de ese sargazo fundamentalista que se le adhiere como carcoma, impidiéndole diseñar por ahora un proyecto diáfano y constructivo de nuevo país.

Las predicciones son fantasías televisivas o analfabetismo cartomántico. La política exige lucidez, sangre fría e instinto: lo único que puede hacer ese resto de sana oposición, náufrago del desastre y todavía a la deriva tras las figuras de Claudio Fermín y Antonio Ledezma es comprender que el viejo juego ha terminado, que los protagonistas son otros y que las tendencias empujan en direcciones que no por inhabituales son menos importantes y significativas. Pero nos guste o no nos guste, el tiempo ya dio su veredicto: o con Chávez Frías o con Arias Cárdenas. Lo demás es quedarse como aquella melancólica y romántica figura de la balada de Serrat llamada Penélope: sentados en un andén viendo el expreso pasar.

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