Opinión Nacional

Venezuela: raíces y salidas de la crisis

Para entender cabalmente la actual crisis política venezolana, hay que elevarse sobre el apasionamiento, prejuicios e inmediatismo propios de una polarización tan marcada como la que hoy se vive en Venezuela.

En verdad, la actual situación es, en el fondo, resultado de años de problemas acumulados, que van más allá de la gestión del gobierno del Presidente Hugo Chávez. Un clase política decadente, empresarios facilistas viviendo al amparo de un estado rentista petrolero, y ciudadanos indiferentes o manipulables, en medio de un reinado de individualismo y ausencia de valores morales, fueron el caldo de cultivo para la elección de un líder anti-sistema como Hugo Chávez, prometedor de cambios radicales.

La primera consideración básica para entender cabalmente la actual crisis venezolana, pues, es que, el chavismo no es un engendro de –como alega la oposición recalcitrante- sino un producto de la sociedad venezolana. Lo anterior cambia todo análisis convencional que se ha querido hacer del fenómeno chavista.

La elección de Chávez fue masiva (cerca de un 80% de los votos) y su popularidad se mantuvo, sorprendentemente, a lo largo de los dos primeros años de gobierno, a pesar de que la deteriorada condición socio-económica del venezolano no mejorara sensiblemente. La elocuente promesa de Chávez de crear un nuevo país donde reinara la justicia y la solidaridad tocó cuerdas tan sensibles en los electores, sobre a todo a nivel de la masa de pobres, que éstos estuvieron dispuestos a extenderle una paciente “carta de crédito” –aún si no había una clara mejoría en el plano económico y los lunares comenzaran a empañar la faz gubernamental (compárese lo anterior con la mucha más corta “luna de miel” de seis meses de Alejandro Toledo con sus electores peruanos). Chávez le prometió a los pobres venezolanos dos bienes invalorables ante la exclusión a la que el sistema parecía haberles condenado: esperanza y autoestima; y éstos le reciprocaron con apoyo ardoroso y devoción.

Sin embargo, factores inexorables entrarían en juego para causar el declive del nuevo gobierno. Por un lado, el creciente peso de su impericia para gobernar, resultado del catapultamiento al poder de una nueva clase política inexperta en las faenas de gobierno –como es el caso de la izquierda que sustentó al Chavismo y militares devenidos en funcionarios gubernamentales gracias a la doctrina chavista la mayor participación de los mismos en los asuntos públicos. Por otro lado, estuvo el estilo agresivo, intimidador y autoritario de Chávez, que causó demasiada desazón social y terminó provocando una oposición dispuesta a reciprocarle y hasta a superarle en tal estilo. Ante lo anterior era inexorable el contraataque propio de los factores de poder tradicionales, nacionales e internacionales, que se sintieron amenazados en sus inveterados privilegios por la irrupción del Chavismo y que comenzaron a aprovechar hábilmente sus errores y minar su acción.

Con la anterior jerarquización de factores, hacemos una segunda consideración básica: el declive del chavismo ha sido más auto-infligido (por la impericia, insensatez y desaprovechamiento de oportunidades) que causado por factores externos al gobierno (aunque éstos, con la intentona del reciente golpe hayan pasado a primer plano).

Ante lo anterior se abonaron, pues, en forma inexorable, las condiciones para un giro del péndulo en sentido contrario: un golpe del lado de una derecha autoritaria, tecnocrática y aliada con intereses internacionales conservadores. Fue lo que se estuvo a punto de consumar en abril pasado, luego de la torpe forma en que el gobierno manejara la crisis de “la rebelión petrolera de Pdvsa” y la masiva marcha opositora que, temerariamente, quiso sitiar al Palacio Presidencial para pedir la renuncia de Chávez.

Las decenas de muertos temprana y precipitadamente ocurridos de lado y lado, y las vacilaciones o incompetencia tanto del lado gubernamental como de los golpistas para desatar una confrontación total, evitaron, probablemente, un mayor baño de sangre en ese entonces y el inicio de una guerra civil de miles de muertos; aunándose a lo anterior una inmediata presión nacional e internacional para preservar a toda costa las reglas del juego del orden democrático-institucional como opción preferible al peligro del caos incontrolable.

Los espectaculares sucesos de abril tuvieron un efecto adicional que ha sacudido a la opinión pública: el derrumbe a granel de “máscaras”, del lado oficial y de la oposición. El inusitado cambio en la fortuna política en tan pocas horas (de gobierno, a golpe, y contragolpe; sucesivamente) produjo un vertiginoso cambio de postura de mucha gente que quedó expuesta por oportunista o en “doble juego”, debilitando su credibilidad ante el país. De ello no se salvo ninguno de los actores principales: ni el gobierno ( mostrándose claramente que el tan esgrimido apoyo de las fuerzas armadas distaba de ser tan seguro como se alegaba); ni los empresarios (el denunciado “elitismo oligárquico” sobre el cual se pensaba Chávez exageraba, mostró sus oscuras fauces en el golpe); ni los medios de comunicación privados (su tan alardeada honra a la libertad de expresión sucumbió ante la escandalosa autocensura que ejercieron sobre la denuncia y resistencia al golpe); ni las Fuerzas Armadas (presas de un faccionalismo individualista y desorden interno que las mantuvo –a la postre felizmente- en estado de semi-parálisis); ni la Iglesia (cuya jerarquía principal no pudo ocultar un cierto entusiasmo por la asonada, en riña con el ecuánime deber pastoral a la que está obligada, para no hablar del soterrado enfrentamiento en el fondo entre sectores del Opus Dei y de los Jesuitas en torno al golpe –en resurrección de una vieja rivalidad mundial entre ambas órdenes); ni la autoproclamada sociedad civil (que, por tanta oposición a ultranza a Chávez y cercanía con el sector empresarial ha comprometido su autónoma representatividad de todo el mundo ciudadano –clase media y pueblo llano, chavista y no chavista; ni poderes extranjeros (entre cuyos intereses estaba el siempre gravitante factor petrolero, y que tomaron partido en la contienda, quedando expuestos en un doble discurso de “cartas ocultas” ).

Toda esta caída de máscaras en tan poco tiempo, que a lo mejor hubiera tomado años en dilucidar por los canales normales, ha servido para “humildizar” más a cada actor, a hacerlo menos arrogante y, al mismo tiempo, para lograr una opinión pública más alerta y cuidadosa en la evaluación de la acción y motivación de los factores de poder.

El truncamiento de la amenaza de la violencia generalizada y la “caída de máscaras” en abril, nos lleva a una tercera consideración básica: El país ha ganado un precioso tiempo para desactivar la bomba de la violencia y lograr una solución pacífica del conflicto; para que los actores en pugna, más expuestos en su flaquezas, se vean más obligados a negociar; y para la presión positiva de una opinión pública más informada y alerta.

La Providencia, pues, le ha dado un magnánimo “tiempo de gracia” adicional a Venezuela.

Se requiere del resuelto concurso de todos los venezolanos de buena voluntad para no permitir de nuevo que los traficantes del odio, la violencia, el poder, los resentimientos y prejuicios sociales, secuestren el proceso político nacional para sus errados fines o apetencias, nos arrastren a los demás, y aborten la oportunidad de que los venezolanos resolvamos en justa paz las diferencias que hoy fracturan el país. En el aseguramiento de lo anterior, los medios de comunicación tienen que estar conscientes de la altísima responsabilidad en sus manos; en el usufructo de licencias de operación que, por ser del patrimonio público, se deben, por tanto también, al bien público. Los grandes medios comerciales tienen que rendir cuentas sobre hasta que grado el exceso de valores materialistas, de violencia y de desenfreno hedonista que transmiten, ha tenido responsabilidad en la disolución social y la incubación de actitudes conflictivas. En Venezuela, como en otras partes del mundo, bien por las compulsiones y el alcance del implacable imperio del marketing ó las serias omisiones del sistema político, los medios han pasado a ser, en muchos aspectos, de un “cuarto poder” a un “primer poder”, incluyendo a veces la notoria y virulenta toma de partido en el quehacer político –como ha sido el caso en Venezuela. Es tiempo de que se examinen seriamente las implicaciones de todo lo anterior en el equilibrio democrático, los intereses de la información veraz y la auténtica paz social.

¿Cómo aprovechar, entonces, el tiempo extra para solucionar el conflicto en forma sensata, efectiva y oportuna?

Primero que todo reconociendo que, a la par de las faltas notadas en ambos bandos, los dos también han hecho aportes dignos de valoración.
Del lado del Chavismo hay que reconocerle lo siguientes aportes, que ya lo han hecho pasar a la historia, pase lo que pase con su futuro ulterior: 1) Haber puesto el tema de los excluidos en el centro de la agenda política. 2) Haber interesado a todos los venezolanos (pobres y ricos) en los asuntos públicos (las permanentes masivas marchas en las calles de todos los estratos sociales para fijar posición en torno al debate político ha sido la más elocuente expresión de lo anterior), algo favorable para una más participativa conducción del país –luego de tantos años de apatía política en la población. 3) Haber sembrado en la población espíritu crítico o de debate sobre la actual autocomplaciente ortodoxia política y económica -inaceptable para un mundo de graves y crecientes retos ante los cuales las soluciones ortodoxas han fallado en forma evidente. En tal sentido, destaca el haber puesto sobre la mesa el debate sobre el neoliberalismo, la globalización, las insuficiencias de la democracia representativa, un papel más civilista de Las Fuerzas Armadas, el rescate de la autoestima sobre la historia nacional, y el tema de medios de comunicación socialmente más responsables. Aunque en todos los temas anteriores el chavismo ha sido más eficaz en criticar que en proponer genuinas alternativas sustentables, y ha incurrido en contradicciones de palabra y de hecho.

Por otro lado, hay que reconocerle a la oposición cívica-democrática el haber dado una batalla para contrapesar a un régimen que, dejado a sus anchas, habría cometido más yerros o abusos inaceptables en la ejecución de un controversial proyecto político. En tal proceso de contrapeso, se ha logrado una organización, movilización y alianza de grupos tan diversos como sindicatos, de empresarios, partidos políticos de diversa ideología, así como el surgimiento de nuevos liderazgos; un ejercicio de maduración político-social que puede ser valioso para el país total más pro-activo y auto-responsable que se desea, y que la misma nueva Constitución Bolivariana ha reclamado.

Deseable sería del lado de la oposición, sin embargo más aportes en cuanto a su visión del nuevo país en contraposición o corrección del ya expuesto planteamiento chavista.

A la luz de todo lo acontecido, a corto plazo es imperativo que se haga valer la Verdad y la Justicia, así como rectificaciones de lado y lado, a fin de lograr la paz y saldar el impasse político que vive el país. Esto incluye la labor de las instancias de investigación y dilucidación de los sucesos de abril que se han puesto en marcha, y que deben contar con una composición y recursos suficientes que garanticen su imparcialidad y eficacia. En este proceso, bueno será que se obre escrupulosamente tanto en lo legal, a fin de hacer justicia a los caídos en abril, como con un sabio sentido político a fin de salvaguardar los más altos intereses, y en particular la paz nacional.

Por otro lado, en estrecha vinculación a lo anterior, queda como recurso imperativo que el país vaya a una nueva consulta electoral sobre el gobierno que quiera mantener. Esta iniciativa tendría que acometerse en dos etapas: i) una “etapa preparatoria”, dedicada a serenar los ánimos, la investigación de lo ocurrido en abril, la sanación de heridas de tal clímax de confrontación, la formulación de un mecanismo de arbitrio electoral transparente, confiable y equitativo, y el establecimiento de un clima para un debate de altura, antes de pasar a la justa electoral como tal. ii) la campaña electoral, en base a la cual, en forma serena y con adecuada información, el electorado pueda emitir una opinión sabia.

Lo que está en juego es que Venezuela pueda reenrumbarse unida por los nuevos derroteros de cambio impostergable que reclama el país, y en lo cual ella pueda dar luz no sólo a si misma sino al resto de un mundo que reclama lo mismo. Un cambio que apunte a un nuevo paradigma, que reivindique que la revolución más importante es, primero que todo, la del interior de cada ser humano, para que sea más autoresponsable y virtuoso, incluso independientemente de un “papá Estado” o un “papá empresario”. “Son ciudadanos virtuosos, más que leyes, los que hacen las repúblicas” –nos dejó dicho el Libertador Simón Bolívar. En lo anterior, la revolución bolivariana se ha quedado corta y ha pecado de irrealista. Y que asimismo reivindique nuevos patrones de consumo y de producción, para un bienestar más humano, solidario y social y ecológicamente sustentable, en base al rescate de los valores espirituales -que son la esencia del ser humano. En lo anterior, la oposición a Chávez se ha quedado corta y ha pecado de conservadora.

Puede haber un puesto para cada quien bajo el sol en Venezuela. Somos todos hijos de la misma Patria, de la misma tierra.

Por lo demás, los venezolanos como una totalidad tenemos encima retos apremiantes que crecen en magnitud, al continuarse postergando su enfrentamiento por la inmersión en la reyerta política subalterna o suicida. Entre los mismos resaltan el peligro de una dramática crisis fiscal tanto por razones internas acumuladas como por la insuficiencia en los ingresos externos; la amenaza de una gran crisis nacional en el abastecimiento eléctrico y de agua por razones de desatención a la infraestructura y una prolongada sequía; un explosivo alto desempleo; una delincuencia desbordada; y el macro-reto de la transformación del país, de una vez por todas, en una economía diversificada, pujante y post-petrolera a fin de superar su gran parálisis y vulnerabilidad. Nada envidiable es la responsabilidad de un gobierno, cualquiera que sea, ante tamaños retos. Que reclaman, además, de un país unido y un proyecto nacional común de altura, que no puede dar marcha atrás ante los grandes cambios requeridos.

Si los venezolanos respondemos con éxito a tal tarea, le estaríamos pagando a la Providencia la magnánima oportunidad extra que nos ha dado para convertir la agónica introspección y turbulencia de los últimos tiempos en parto de un nuevo y luminoso amanecer. El tiempo corre y el desenlace depende de lo que hagamos Hoy.

Frank Bracho fue funcionario público, es activista del mundo civil y promotor de empresas responsables. Autor del libro Autodeterminación Humana y Leyes del Orden Natural, Editorial Texto / Ediciones Vivir Mejor, Caracas, 2001.
Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Te puede interesar
Cerrar
Botón volver arriba