Opinión Nacional

Vergüenza

De los atributos o virtudes más preciados del ser humano, la vergüenza es tal vez el que mayor valor tiene. Su origen nace del latín verecundia y según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, es la turbación del ánimo, que suele encender el color del rostro, ocasionada por alguna falta cometida, o por una acción deshonrosa y humillante, propia o ajena. Es también el pundonor o estimación del propio honor que al transgredirlo, causa miedo a la deshonra o al ridículo. Se suele decir por ejemplo, “sacar la vergüenza”, cuando por pena o castigo se exponía al reo a la afrenta y confusión públicas con alguna señal que denotaba su delito. Es decir, que perderla es abandonarse y rebajarse en su conducta. Toda ésta introducción, si se quiere un tanto académica, la hago deliberadamente para destacar el defecto más visible del régimen que nos gobierna en la actualidad. La revolución bolivariana abofetea a diario al ciudadano indefenso que todavía no da límite a su capacidad de asombro ante la inusitada avalancha de agravios y abusos que sin inmutarse siquiera promueven sus mentores. A nueve años de ausentes ejecutorias reales y de un caudal inagotable de promesas aún incumplidas por éste socialismo del siglo XXI, la gente se pregunta: ¿es que todavía no ha pasado lo peor? Y la respuesta unánime pareciera ser no, pues este gobierno es un verdadero campeón en estimular los conflictos en donde hay paz, son aventajados especialistas en buscarle a cada solución un problema y sobretodo a responsabilizar al imperio, a la oposición, a la cuarta o a los medios de su evidente y rotundo fracaso, muy a pesar de haber consumido casi dos períodos constitucionales con más penas que glorias, y para usar su propia terminología ya llevan más de 600 millardos de dólares malbaratados en el buche. Todavía están vivos en la memoria de los venezolanos el juramento de Chávez en el propio Monte Sacro italiano de acabar con la corrupción, los niños de la calle, vender la Casona y los aviones de PDVSA y construir una universidad en el mismísimo Miraflores, de llevar una vida modesta con una sueldito en un apartamento sin lujos. Todo esto no fue más que una ilusión y un desencanto mayúsculo para el pueblo, porque aquel muchacho hijo de un humilde maestro de escuela, graduado en la Academia Militar se transformó en un monstruo ávido de poder, enamorado de sí mismo, impredecible y trastocado al creerse heredero único o albacea político del más grande americano, sin percatarse que por estas razones y por las que tal vez aún no conocemos estamos llegando a un punto de quiebre que se acerca velozmente a una colisión con su dramático desenlace final. Los hechos más recientes evidencia claramente que a la administración chavizta y al propio Chávez en particular, no se les agua el ojo ni se les turba el ánimo para decir que los niveles de inseguridad han bajado en más de un 70%, que ahora existe un 40% menos de pobres o que la escasez de los productos básicos es un cuento inventado por Fedecámaras, por los “acaparadores” de Polar o por Globovisión. Tampoco se inmuta en lo más mínimo el régimen cuando cacarea a los cuatro vientos su invisible éxito económico y fiscal, o según ellos, la absoluta vigencia de la libertad de expresión y la ausencia de presos políticos en ésta particular democracia de fachada. ¿Es que todavía no queremos ver lo obvio?, ¿o es que hacen falta aún más elementos para actuar y defender nuestra dignidad profanada tantas veces? No quiero pensar y me niego a admitir que nosotros de algún modo estamos haciéndole el juego a Chávez y también hemos perdido la vergüenza, porque eso entonces sería lo mismo que permitir que nos bajen los calzones y nos cuelgue en el trasero una etiqueta indicando que también eso es de su propiedad y que por lo tanto podrán disponer de ello cuando y como guste. No sé usted amigo mío, pero esa yo no me la calo y no voy a caer en la trampa de la revolución haciendo cola por leche, harina, o azúcar, ni mucho menos para lambucear un cupo en Cadivi o una bolsa de Mercal, pues aquí lo que tenemos que hacer es hablar con voz firme, reclamar con la frente en alto lo que en justicia nos pertenece y tomar la calle sin miedo porque razones sobran y por menos que esto el pueblo echó a otro déspota del poder un glorioso 23 de enero. ¡Es cuestión de vergüenza!

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