Opinión Nacional

Y ahora, ¿quién paga?

Cuando los tomistas (palabra que me parece una bofetada al Tomismo y a la
genialidad filosófica de Santo Tomás) tengan a bien abandonar los espacios
que como viles delincuentes de oficio han invadido, imagino que alguien
procederá a hacer el correspondiente ajuste de daños y pérdidas. Hay mucho
destrozo que contabilizar. Por ejemplo, quisiera saber cuánto costará
reparar lo que los niñitos en sus actos vandálicos se llevaron por delante,
incluyendo ventanas, puertas, muebles, obras de arte, equipos de
computación, etc. También desearía a cuánto asciende el monto por horas
hombre desperdiciadas miserablemente de estudiantes, profesores,
investigadores, empleados administrativos y obreros. Eso sin contar el alto
costo del atentado contra la institucionalidad, el Estado de Derecho, los
valores democráticos, la justicia, la ética, la legalidad, la urbanidad y
los buenos modales, la estética, el decoro, el buen juicio y el buen gusto.

Quisiera que alguien tuviese a bien informarme, como accionista que soy de
esta corporación llamada Venezuela, ¿quién demonios va a pagar todo este
teatrillo de cuarta categoría montado por pseudoestudiantes (un estudiante
es alguien que estudia, cosa que estos malandros mal bañados no hacen) ?
Cuando veo casos como este episodio en la Universidad Central de Venezuela,
cuando me sumerjo en la diversidad biocultural decadente que exhiben los
especímenes que tuvieron a bien regalarle al país más de un mes de
palurdismo y despelote, no puedo dejar de preguntarme con qué los
alimentaron. ¿Habrá sido acaso con tetero de fororo aguao’? ¿O será que a
estos bachilleres les faltó cariño? Alguna explicación deben dar estudiosos
del soma y la psique a tan barbárico comportamiento, a esta actitud
templetaria ante la vida, ante la cosa pública, ante la democracia y sus
quehaceres. Sí, he utilizado una palabra que no existe en el diccionario,
tanto como tampoco consta en nuestra gramática la voz «destoma». Pero
templetaria es esta visión de muchedumbre anarquizada con la que nos
homenajean estos revolucionarios de carpa y celular al cinto que han hecho
de los espacios de Villanueva su patio de cacería, su matadero del
pensamiento. En un templete quieren convertir nuestros recintos
universitarios. Cualquiera pega tres gritos y da golpes sobre la mesa. Para
eso sólo hace falta recurrir a los instintos. Ah, pero para pensar, para
estudiar, para producir ideas articuladas hay que dejar de ser «homo
erectus», y recordar que con el soplo divino ese «homo» comenzó a ser
«sapiens». Y eso ocurrió, al decir de antropólogos, hace muchos siglos,
cuando la historia no existía. Nunca como en este caso me ha parecido
oportuna la frase «Fulano pasó por la universidad, pero la universidad no
pasó por él».

Los dedos de esta escribidora terminan estas líneas trasnochadas con mi
pregunta original: y ahora, ¿quién paga? ¿Quién devuelve lo que la
insensatez delirante despedazó?

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