Y hace un lustro ya…
Releyendo viejos documentos de apoyo a mis cursos en la Universidad,
hube de volver sobre el Discurso de Orden que en el acto de graduación
del Master en Administración, pronunciara Moisés Naím en el IESA, en
1990, hace 17 años. Fue, en verdad, un discurso sencillo, directo,
pero, sin lugar a dudas, magistral.
Inició Naím sus palabras diciendo que es distinto habitar en un país
que ser su ciudadano: » Habitante puede ser cualquiera, ser ciudadano,
en cambio, requiere ciertas condiciones» y, en tal idea simple en su
formulación y comprensión, el Profesor Naím extendió su pensar hasta
cubrir magistralmente el tiempo de su intervención.
Explicó que el ciudadano –a diferencia del simple habitante- tiene
derechos que, por supuesto, son correlativos de deberes- cuyo
ejercicio se realiza interviniendo sobre el gobierno, lo que no
significa, necesariamente, ser gobierno o participar en él.
Con base en la expresión de Edmund Burke: «la única condición para que
prevalezcan las fuerzas del mal es que los hombres de bien no hagan
nada», Naím desarrolló la idea de que si los venezolanos hubiésemos
actuado como ciudadanos y no como habitantes, los problemas que se
habían venido acumulando hasta entonces (1990), no habrían sido tan
graves, especialmente si verdaderos ciudadanos no hubiesen dejado
solos a los políticos sin exigirles ni acompañarles, para después
condenarles y, de tal modo, actuar con » síndrome del antropólogo» que
consiste en ver las realidades del país como lo hacen estos
visitantes, sin involucrarse en ellas y, lo que es peor, con el asumir
actitudes evasivas y pasivas cuyos resultados, dice pronosticando en
1990, no serán sino el «fatal retroceso» en el que se aceptará, sin
alarma, que » cualquier cosa es mejor que lo que se tiene y que hasta
un cobarde e incompetente caudillo militar puede ser preferible a
gobernantes democráticamente electos».
Con en mente el recuerdo de lo que aconteció tal día como el de hoy,
hace un lustro, reconozcamos que ese día los venezolanos no actuaron
como habitantes sino cual auténticos y decididos ciudadanos.
Centenares de miles de ellos se movilizaron en Caracas en la que fue,
tal vez, la mayor manifestación política ocurrida en este país. Ese
día, fue de ruptura total con la apatía e indiferencia que en su
discurso señalaba el Profesor Naím, y fue, también, de asunción de
valores y actitudes que él mismo indicaba como muy eficaces para
resolver problemas y enfrentar situaciones de crisis.
De manera muy lamentable, inexperiencias, precipitaciones en el
actuar, falta de reflexión sobre la realidad concreta que se vivía
aquellos días del 11 al 13 de abril, determinaron que lo que pudo ser
una jornada libertaria se tornara en efemérides de opresión, con la
espantosa secuela de sufrimientos, injusticias, violaciones de toda
suerte de derechos, atropellos y de graves hechos que comprometen
fatalmente el progreso, la cultura y la paz de nuestra Nación.
Desde entonces, fraudulentas victorias gubernamentales y sospechosas
conductas opositoras, se han sucedido con la acumulación de
consecuencias que, una y otra vez, en fatal sucederse, aplastan
repetitivamente entusiasmos que se levantan, esperanzas que se
iluminan y fuegos que se encienden en espíritus ilusionados de la gran
mayoría de los venezolanos. Cada vez que esto ocurre, resurgen apatías
y desilusiones, mueren sueños, apáganse luces y aspiraciones. Densas
oscuridades nos envuelven y el mal opera más activo bajo sombras y
tinieblas.
Hoy, como nunca antes, es hora de recordar lo que de Huxley citara
Moisés Naím para cerrar su brillante discurso: » la experiencia no es
lo que sucede a una persona; es lo que la persona hace con lo que le
sucede». Hagamos, hoy precisamente y conmemorada la Resurrección de El
Señor, todos como algunos ya hacen, el voto de abrirnos a la Luz; de
hacer resplandecer nuestros espíritus con rayos de esperanzas; de
salir de nosotros para ir iluminando y, así, disipar con nuestros
fuegos las tinieblas que parecen rodearnos. Volvamos a Emaús; a
Carabobo; a Boyacá, Junín y Ayacucho. A la Patria.