Opinión Nacional

….y parió la abuela

Agazapado en la excusa de que se había tomado una pastilla contra “el casquillo”, José Albornoz, alto dirigente del (por ahora) partido oficialista Patria para Todos (PPT), eludió las preguntas directas de los periodistas: “no voy a comer casquillo” insistió con determinación a los ansiosos reporteros que indagaban la posición del PPT ante el último desplante del comandante en jefe. Apenas unos días atrás Chávez había nuevamente interpelado a los disidentes partidos PPT, Podemos y PCV en su habitual intransigente y grosero tono: “Si se quieren ir que se vayan, pero no se vayan tirándoles pedradas al techo”. Y una vez más, enfático en afirmar que él no tiempo para discutir, mandó al vicepresidente a que le organice una reunión del partido en el perentorio plazo de una semana para proceder al “fórceps” que dará nacimiento al Partido Único Socialista (PUS). Recuérdese que el presidente ha reconocido que lo del PUS es un verdadero parto, no obstante sorprende la poco ortodoxa tarea para el vicepresidente, por demás siquiatra y no ginecólogo, cuyas atribuciones constitucionales nada tienen que ver con la organización de partidos políticos. Pero volvamos con Albornoz.

Para alguien poco entrenado en estos quehaceres partidistas, en el arte de las maniobras o de las operaciones políticas, cuesta entender este tira y encoge de los dirigentes de PPT, Podemos y del PCV, ese empeño en solicitar tiempo para discutir, esa insistencia en pedir tiempo para consultar las bases, cuando Chávez ha sido tan claro en afirmar que él no tiene tiempo para discutir, que él quiere su PUS ya, y “el que se quiera ir que se vaya”. Sin embargo, como quien no quiere la cosa en su aparentemente conciliadora rueda de prensa José Albornoz lanzó un petardo a las oficinas de Palacio: la reelección indefinida para todos los electos por el voto popular.

“Éramos mucho y parió la abuela” reza el dicho popular.

A contracorriente de ese altísimo porcentaje de venezolanos (85 por ciento opositores y 65 por ciento chavistas) que manifiestan su oposición a la propuesta de reelección indefinida del presidente de la república que se cocina a espaldas de la ciudadanía, aparece repentinamente el dirigente pepetista no para ofrecer su aval sino para anunciarnos que propondrán tal licencia, antidemocrática y antirrepublicana, para que se haga extensiva también a gobernadores, alcaldes, concejales, y, hasta a miembros de juntas parroquiales. A pesar de no “haber comido casquillo” la declaración de Albornoz deja muy en claro el panorama que tenemos por delante. Primero que nada, la naturaleza autocrática y personalista del naciente PUS. Conocido el trato que han recibido los aliados naturales en el proceso de conformación del partido, resulta obvio que allí sólo importará lo que diga Chávez y “el que no quiera que se vaya”. El partido será oficialista, es decir, se construye desde el propio despacho presidencial, se involucra al vicepresidente en sus aspectos organizativos, en otras palabras, se hace con los recursos del Estado. Si tuviéramos un CNE independiente podríamos solicitar una opinión al respecto. En segundo lugar, de privar la obsesión por la reelección indefinida, se violará la naturaleza profundamente democrática de la Constitución actual que sanciona la alternabilidad en el poder y se trastocará por la reelección permanente de la misma persona quien una vez electa morirá en su cargo como los reyes o los tiranos.

La sociedad democrática toda, incluido los factores democráticos dentro del chavismo deben estar alerta ante esta delicada y arbitraria pretensión de cambio constitucional. No puede avalarse la modificación de una Constitución sólo para satisfacer un capricho personal. La reelección indefinida es contraria a nuestra tradición histórica y se coloca de espaldas de las tendencias y usos de las democracias contemporáneas. Escudarse en situaciones propias de los regímenes parlamentarios europeos es una grotesca y burda manipulación. Un principio esencial de la democracia es el poner límite al poder del Estado. Y allí, de hecho, radica el corazón de una constitución, la legitimidad del poder, pero, también, su límite. No me cansaré de repetir que una revolución (sic) que se autocalifica de bolivariana debería honrar el pensamiento de Simón Bolívar quien en uno de los momentos singulares de su actuación política nos legó un pensamiento que en la actual circunstancia retoma toda su contundente vigencia: “La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía.”

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