Opinión Nacional

¡Yo sí voy a votar!

¡Yo sí! ¡Yo siempre voy a votar! ¡A mí ni me abstiene ni me intimida nadie! Ni la oposición de boto-tierrita-y-no-juego-más (que convoca a orar en las iglesias creyendo –pero en serio- que tiene la exclusiva de Dios Padre Todopoderoso); ni el CNE de tan escasa confiabilidad y entredicha credibilidad (que me dio un “Primer Boletín” en las últimas elecciones, y todavía no me ha dado el “Segundo”). Yo voto. Es una cuestión de conciencia mía; de ser “hija de la Democracia”; de haberle agarrado el gusto al derecho de votar; y de saber que ésa es la única arma que yo, ciudadana comunísima, poseo. Además, ya tengo candidato. Él no sabe que me tiene a mí, pero eso es irrelevante.

Siempre me había jactado de haber votado “a favor”. A favor de un hombre, un proyecto político, un partido, una cara bonita… lo que fuera, pero “a favor”. Elección tras elección, yo votaba y perdía –predecible y consecuentemente-, pero me quedaba esa satisfacción por dentro de: “Yo no voté en contra-de”.

El panorama ahorita es otro. Si mi candidato llega a diciembre, voto por él, aunque no gane. Si el hombre se me retira y decide apoyar al aspirante opositor que, para el momento, tenga más rating… pues, ni modo, habrá cambiado el escenario para mí y, por primera vez no votaré por “el mejor” (a mi criterio), sino por el “menos malo”. No me agrada esta opción, pues se me parece un tanto a la de “votar en contra”, pero es la única que me queda.

Llegué a esta conclusión tras una esclarecedora plática con mi comadre, Lila Vega, y –también- porque me percaté de que en estos siete años de V República, me ha quedado muy clara una sola cosa: el excremento humano huele mucho peor que el pupú de perro.

Vivo en una avenida en donde algunos transeúntes (no los “loquitos de carretera”; ni los aborígenes con semáforo y sin selva; ni los niños y adolescentes mendicantes y malabaristas; ni los eufemísticos seres “en condición de calle”, por no decir: en miseria extrema)… vivo en una avenida en donde la gente, a plena luz del día y con espectadores, se baja el pantalón o la pantaleta, y defeca en la vía pública. Para transitar por el área, ya aprendí que no puedo elegir “la mejor acera”, porque “mejor acera” no hay. Tengo que caminar por la que esté menos emplastada. Insisto, el pupú de perro es mucho más tolerable al olfato… y a la vista. Bueno, pues igualito con el voto. Como “mejor” no va a haber, como segurito la oposición inteligente (porque, pese a todas las metidas de pata y consabidas manipulaciones, la hay), va a terminar apoyando al que tenga más numeritos, no me quedará otra que votar por el menos malo. ¿Qué el CNE me va a hacer trampa? No me consta. Nunca me ha constado. Yo voy y voto, diáfana y transparente. ¿Que alguien hace trampa? Bueno, entonces uno se enseria y lo demuestra. ¡Caray, pero es que a mí no me intimida ni me abstiene nadie: ni Iris ni María Corina; ni Jorge ni Ezequiel!

Eso sí, gane quien gane, en el 2007 no me calo ni una sola cadena más. Radio y televisor serán arrumados en el cuarto de los peroles. Cual protagonista de telenovela, el pasado 12 de marzo, día de la bandera más estrellada y de la cadena perpetua, hice “El Juramento del Microondas”. Estaba recalentando un café, y juro por mi madre, que este sábado cumple 84 años… ¡que en la pantallita del microondas me salió el señor Presidente!… Yastábuenoyá.

Publicado, en el vespertino TalCual el jueves 23 de marzo del 2006.

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