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¿Qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo y perdiere su alma?

Muchas interpretaciones se han dado a esta pregunta de Jesús. Creo que en primer lugar, es importante saber cuál fue el contexto en el que Él la formuló y de qué hablaba cuando la hizo. Una clave muy importante para comprender todas las cosas en la vida es estudiar y conocer el contexto donde ocurrieron los hechos. Esta pregunta surge en los evangelios en los pasajes donde Jesús estaba preparando a sus discípulos para su muerte y la manera como ésta iba a acontecer.

El evangelio de Lucas lo narra de esta manera: “Él les dijo: ¿Y vosotros, quién decís que soy? Entonces respondiendo Pedro, dijo: El Cristo de Dios. Pero él les mandó que a nadie dijesen esto, encargándoselo rigurosamente, y diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día.” 9:20-21. Ante estas palabras, Pedro habló con él aparte y le dijo que dejara de hablar de esas cosas, que tuviera compasión de sí mismo, que eso nunca le sucedería. Pero, Jesús no tomó esas palabras de Pedro como una muestra de amor hacia él, sino que lo reprendió diciéndole que él le era por tropiezo ya que no ponía su vista en las cosas de Dios sino en la de los hombres. Mt.16:23.

Luego, se dirigió a todos sus discípulos y les dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” Mt. 16:24-26.

Para comprender el significado de la cruz en esa época es necesario que conozcamos algunos datos históricos. La muerte en la cruz significaba una maldición, era el peor de los castigos para un condenado. Era tan antigua en esa época como lo era para el pueblo judío el pentateuco de Moisés. En el libro de Deuteronomio en el capítulo 21 aparece la muerte en un madero como castigo para un hijo rebelde y contumaz. El madero tenía una forma de T para sostener los brazos del condenado.

En el imperio romano la muerte de cruz era un método de ejecución utilizado ampliamente para darle al rebelde una muerte lenta. Lo exponían al vituperio de la gente, era colgado públicamente con la finalidad de que sirviera para infundir temor y disuadir a las personas de no cometer los mismos delitos. Esta muerte de cruz fue utilizada por el imperio romano aun después de que el emperador Constantino en el año 313 después de Cristo aceptara el cristianismo y lo declarara como la religión del imperio romano. Hay evidencias de que este método fue usado hasta el año 337 después de Cristo.

Con estos datos históricos podemos concluir en una sola palabra el significado de la cruz y ésta palabra es MUERTE. Jesus estaba anunciando su muerte, profetizando lo que habría de ocurrirle. Cómo tendría que negarse a sí mismo, tomar su cruz, y seguir el camino que había sido trazado para entregar su vida. Por esa razón para los que amamos y seguimos a Jesús la cruz es nuestro símbolo; el cual nos recuerda la manera en la que el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, fue sacrificado para ser presentado como ofrenda por los pecados de toda la humanidad. Ahora la cruz ya no significa más la muerte, ya no significa condenación sino salvación. En Jesús se cumplió toda la profecía sobre el Mesías revelada por el profeta Isaías (53):

“Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas, él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”. Isaías 53: 3-5.

Este es el significado de la cruz para los cristianos, su liberación de la paga del pecado. Su salvación de la muerte eterna porque ya hubo uno que murió por todos, no solo fue clavado en la cruz, derramó su sangre por el perdón de nuestros pecados sino que venció la muerte con su resurrección. Entonces, ¡La cruz es, para nosotros, redención!

Sabiendo esto en nuestros corazones, entonces cómo responderemos ante esta pregunta: ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?

Para ganar nuestras almas debemos estar dispuestos:

Primero, a negarnos a nosotros mismos, privarnos de nuestros deseos egoístas, resumidos por el apóstol Juan en el capítulo 2 de su primera epístola:

“Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”.

Segundo, tomar nuestra cruz, la aflicción que existe en un mundo caído, alejado de Dios; pero recordando siempre que ya fue vencido por Cristo en la cruz, por lo cual Él expresó: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”. Juan 16:32-33.

Toda la humanidad está expuesta a las aflicciones de la vida en el planeta. Vivir representa sufrimiento desde el momento mismo de nacer. Y los cristianos no estamos exentos del sufrimiento. El seguir a Cristo significa aceptar que Él ya venció al mundo, así que nuestro sufrimiento no debe ser causa de desesperanza. La vida del cristiano, al igual que la vida del mundano, es una vida de sufrimientos. Sin embargo, es también una vida de victoria. El apóstol Pablo nos dice en su segunda epístola a los Corintios: “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento”. II Cor. 2:14.

Tercero, también podríamos interpretar la cruz, como la tomó Simón de Cirene, aquel hombre que camino al Gólgota ayudó a Jesús a cargar la cruz. Es llevar la carga que cada uno tiene, la responsabilidad que representa su vida, su servicio y su compromiso por otros. A veces pienso cuán diferente sería el mundo si cada quien tomara realmente su cruz, tomara sus responsabilidades y cumpliera con sus compromisos de vida. 

Si cada padre y madre se encargaran de llevar de la mano a sus hijos hasta que estos, como adultos, pudieran seguir adelante con su propia cruz. Si cada quien estuviera dispuesto no solo a disfrutar lo que satisface a la carne, lo que complace a los ojos, lo que nos recrea en la vanidad de la vida; sino que estuviera dispuesto también a darle la vuelta a la moneda y contemplar la otra cara, vivirla con la misma pasión, el mismo compromiso y agradecimiento que podemos sentir en esos momentos de placer.

A diferencia de esto, estamos viviendo en un mundo en el que queremos vivir el camino ancho. Por ejemplo, queremos casarnos para vivir en la riqueza, en la salud y en el placer; pero no queremos estar casados para acompañar al otro en la enfermedad, ni en la pobreza, ni en el sufrimiento. Estamos viviendo en un mundo en el que los compromisos más sagrados de la vida se han vuelto leyes a las que siempre se les encuentra una fisura, una debilidad, por medio de la cual la gente se desliga de sus obligaciones.

Podemos alcanzar grandes logros en la vida, podemos acumular riquezas, premios y honores. Podemos disfrutar de los deseos de la carne, de los deseos de los ojos y de la vanidad de la vida; pero, ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?

¡El camino de la redención del alma es el camino de la cruz de Cristo! 

Porque a través de nuestro Señor Jesucristo podemos ver la otra cara del sufrimiento como lo hizo el apóstol Pablo, porque Dios es el gran restaurador: 

“Como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, más enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, más poseyéndolo todo” . II Corintios 6:10-11.


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