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¿Qué va a pasar? ¿Qué hacer?

«Con enorme pesar, pero con realismo, debemos expresar, serena, pero firmemente,que los venezolanos iniciamos el 2017 sumidos en un caos, es decir, vivimos una real tragedia de consecuencias históricas, que afecta a personas, comunidades e instituciones, y no solo en sus modalidades funcionales, sino también en sus raíces más profundas, a la manera de un verdadero daño humano, social, espiritual (Mons. Diego Pdrón Sánchez, Presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, en la apertura de la CVII Asamblea Ordinaria Plenaria. Caracas, 7 de enero de 2017).

Han transcurrido más de tres lustros y hoy, enero de 2017, estamos en el país que padece la situación descrita por Mons. Diego Padrón, citada en el epígrafe. La angustiosa pregunta que se oye a cada instante, en cualquier lugar y nivel social, es la misma, ¿qué va a pasar? Los estados de angustia aumentan ante el cinismo y tras las peroratas mentirosas de los voceros del régimen. Estimaciones objetivas, nacionales e internacionales, sobre nuestra realidad indican que todos los índices económicos y sociales indicadores de la grave crísis que padecemos se incrementarán. Tras cada aumento de salario lo que traduce inmediatamente después es más inflación y mayor escasez de alimentos, medicinas y servicios. El deterioro de la fisonomía del país es alarmante: la infraestructura vial y urbana, hospitales, instalaciones educativas y culturales, parques, en estado de creciente dterioro. Cada día somos un país en ruinas. Las alarmantes cifras sobre muertes, renacer de epidemias, aumento de la mendicidad, de la delincuencia, de la prostitución infantil, nos acercan a un país en ruinas, de rostros enflaquecidos, tristes, malhumorados, de enjambres de mendigos, de niños hurgando en los basureros en busca de comida. El país de las mujeres bellas exhibiendo sus dotes en las calles de ciudades y pueblos, en centros de recreación, gimnasios, teatros, son escenas que va quedando en un pasado cada día mas lejano.Avanzamos hacia las tristes estampas que nos ofrece la geografía del hambre, la de los países que requieren y demandan ayuda humanitaria.
Hemos perdido la cuenta de los planes de seguridad y lucha contra la delincuencia. El espeluznante número de crímenes y de todo tipo de delitos que leemos, oimos y vemos diariamente en los medios, a pesar de la censura, explican el por qué Venezuela aparece siempre entre los países más inseguros, cuando no el primero, y de mayor incompetencia en gestión pública del planeta.
El narcotráfico, bajo ningún tipo de control internacional y menos nacional, con total impunidad trepa los niveles más altos del continente, gracias a la existencia de cárteles conectados con instituciones del Estado, numerosas veces denunciados con indicación de nombres de altos oficiales de las fuerzas armadas, ministros, magistrados y dirigentes de distintos niveles del partido oficial (PSUV). El saqueo de PDVSA, en paralelo con la destrucción del aparato productivo con los «exprópiese» (la primera aparecía registrada entre las mayores y más prestigiosas empresas petroleras del mundo y el segundo, uno de los parques industriales más desarrollados y modernos de América Latina, hasta el inicio del siglo). A todo lo anterior se añade, por supuesto, la ruina de la industria siderúrgica, del aluminio y de todo el emporio industrial y minero de Guayana, la destrucción de la producción agropecuaria y pesquera, del parque automotor y de la infraestructura vial.
Desgastada, física y moralmente, Venezuela exhibe una fisonomía irreconocible para quienes hasta hace 20 años la mencionaban entre los países latinoamericanos de mayor modernidad y pujanza, con posibilidades ciertas de entrar al llamado «primer mundo».
Después de la resonante victoria de las elecciones legislativas seguida del multitudinario pronunciamiento popular favorable al Referendo Revocatorio, la oposición parecía haber despejado definitivamente la salida del túnel. La MUD aparecía robustecida, firmemente afincada sobre ese formidable 80 porciento, que sigue allí y se endurece en la resistencia tenaz bajo la pesadilla y con la decisión de salir de ella.
¿Qué va a pasar?
La apuesta es salir del túnel más pronto que tarde, pero sin desespero, sin la angustia de las precipitaciones, sin ese inmediatismo fatal que nos ha llevado tantas veces a insólitas derrotas como la del «golpe de abril», como la abstención que dejó en manos del totalitaristo el poder total, como la huelga petrolera que precipitó la caída de nuestra principal industria. La respuesta es ser fieles a la estrategia que ha demostrado una y otra vez su justeza: la lucha democrática, pacífica, electoral, por la defensa de la Constitución Nacional (no de la «bicha», en la jerga procaz del insepulto), de su contenido democrático,libertario, de los derechos humanos, de igualdad de oporunidad, de la propiedad y la justicia social, de la autonomía de los poderes públicos, de progreso, de modernidad. Esa es la estrategia que ha unido y une a todo el universo de venezolanos humillados, maltratados y ofendidos por la intolerancia y el abuso de poder del totalitarismo fascichavista. Ser fiel a esa estrategia es el mandato.
¿Qué hacer?
Ahora mismo, como ayer, el llamado es impulsar con decisión y firmeza, la lucha por las elecciones, a todo evento, las elecciones que por mandato de la Constitución deben realizarse antes de finalizar este año. A la MUD le corresponde cumplir ese mandato. Está obligada hacerlo con decisión, con firmeza, con acierto. Esa es su tarea. La nuestra, el pueblo: ganar una vez más esa batalla.

 

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