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¡Qué viene el lobo!

La onda sísmica que se expandió por el mundo al conocerse el triunfo de Trump en las presidenciales norteamericanas, provocó serias réplicas en Francia. El escritor Yann Moix, en una de sus novelas describe algo parecido a lo que en este momento viven los franceses: “El acontecimiento es el vencedor. Traiciona las previsiones, liquida las teorías. La realidad nunca puede resistir su embate”.  De allí surge el miedo que recorre la vida política en Francia por el ascenso de Marine Le Pen, un “acontecimiento” que responde al desencanto y al hartazgo de los políticos tradicionales que padece el pueblo francés.

En tal sentido son tan fuertes las alarmas que ya es un hecho la gestación de un “frente común” para contrarrestar al “lobo feroz” del populismo ultraderechista en las próximas elecciones presidenciales de 2017.

El partido Les Républicains, ha tomado la delantera y se encuentra en vísperas de la segunda vuelta de sus elecciones primarias. François Fillon, invocando repetidamente el gaullismo y con una postura neoliberal, se ha situado a la cabeza en la primera vuelta, doblando en preferencia a Alain Juppé, contrariando a todas las encuestas.

Nicolas Sarkozy, con su habitual arrogancia mediática y con varias causas judiciales en su contra por corrupción y el fantasma del financiamiento del dictador Khadaffy a su campaña presidencial del 2012, fue descartado en la primera vuelta por su propia militancia.

Dos derechas

Parafraseando un editorial de Le Monde, podríamos hablar de dos posiciones divergentes en la primaria de Les Républicains. En resumen, mientras François Fillon (1954), propone una revolución neoliberal, Juppé es partidario de una reforma “menos brutal”.  Alain Juppé (1945), hombre sereno y comedido, quien fue Primer Ministro durante la administración Chirac “promueve una Francia laica y calmada, capaz de integrar a la comunidad musulmana, y ocupar su lugar en la globalización. A través de los años, ha llegado a parecerse a un democristiano alemán”, como bien lo describió Le Monde.

François Fillon encarna la derecha conservadora de provincia, heredera de los postulados esgrimidos en vida por de Gaulle. Su discurso exalta la identidad francesa y se muestra reticente hacia los Estados Unidos, en su último libro pide a los franceses ayudarlo a derrotar “el totalitarismo islámico” situándolo en una posición más firme en relación al problema del extremismo musulmán, aparte de rechazar el matrimonio homosexual, estandarte del gobierno socialista.

Fillon promueve un programa de reforma neoliberal: “Francia debe cumplir con las reformas que sus socios europeos ya han realizado, entre otras cosas, reducir el costo de Estado providencial en un país que tiene un gasto público récord de 57% del PIB”. Aboga por equilibrar las finanzas de “un estado que está en quiebra desde 2007” y disminuir los impuestos que asfixian a la empresa privada frenando la productividad y el empleo. Si gana las elecciones presidenciales, vendrá una era “Thatcheriana” en Francia. En tiempos de Brexit y del probable aislacionismo americano, el objetivo declarado es enderezar la Francia económicamente, utilizar las ventajas propias para reafirmarse ante Europa y relanzar el destino europeo.

La historia se repite dos veces

El Partido Socialista, en su atormentada debilidad y comprobada miopía, sabe muy bien que el candidato ganador de estas primarias de Les Républicains será la opción presidencial ante la extrema derecha encarnada en Marine Le Pen.

Recordemos que en las últimas elecciones regionales, el PS pidió a su militancia votar por la derecha, para evitar mayores pérdidas ante el arrase del Frente Nacional. Es el mismo pánico que cundió durante las elecciones de 2002, cuando los socialistas se vieron obligados a apoyar la candidatura de derecha de Jacques Chirac, ante un Jean Marie Le Pen mordiéndole los talones en la primera vuelta electoral con apenas dos puntos de diferencia. En ese entonces, al igual que ahora hace su hija, Le Pen llamó a votar a los “patriotas franceses contra la decadencia que golpea nuestro país” con el eslogan “El orgullo de ser francés”, mientras que el PS, pidió a la militancia socialista votar por Chirac: “un voto del deber, porque somos republicanos y demócratas”, preocupado por la abstención y el voto castigo o “voto destructivo contra el stablishment”, como lo calificaban algunos.  La opinión pública, responsabilizó en ese entonces al Partido Socialista del desastre: “La fortaleza de la extrema derecha se debe a los socialistas”, titulaba un diario. Catorce años después, en el 2016, pareciera que la historia vuelve a repetirse y esta vez ante un Frente Nacional con más posibilidades de triunfo.

Los agonía de la izquierda francesa

El PS se encuentra fragmentado y disminuido debido en gran parte al errático gobierno de Hollande quien, pese al rechazo de más del 80% de los franceses a su gestión y para colmo del atolondramiento, ha anunciado que participará en las primarias de su partido.  Ante esa bomba de tiempo, en el paisaje electoral socialista han surgido dos figuras, Manuel Valls, actual Primer Ministro que goza de una muy buena imagen dentro del ala intrépida de su partido y otra emergente, la de Emmanuel Macron, ex ministro de Economía de Hollande y alto ejecutivo de la Banca Rothschild, que afirma: “Nada impide ser de izquierda y tener sentido común”. Ambos líderes intentan separarse de la mala racha y de la visión dogmática del PS declarándose “social liberales”, tratando de revertir las erradas políticas económicas y el desencanto generalizado. Sin embargo esto luce cuesta arriba, debido a la influencia que tienen los guardianes del templo de la izquierda conservadora francesa que les reclaman airadamente las propuestas centristas por más razonables que estas sean, sin mencionar al Front de Gauche que aún habla de “lucha de clases” y claman por una “nueva toma de la Bastilla”.

Los socialistas cuando les toca gobernar, pareciera que utilizan siempre el mismo guión que los ha hecho fracasar una y otra vez, sin entender que la gente está harta de una dirigencia que ha sido incapaz de desprenderse de sus camisas de fuerza ideológicas y de reinventar la política.

Por otra parte, en relación al terrorismo, los socialistas, en ese sentido, debilitaron el sistema judicial y no han tenido políticas coherentes foto-no-2_franc%cc%a7ois-fillonpara enfrentarlo, al contrario, han asumido una actitud populista y de extrema “corrección política” con los seis millones de musulmanes en Francia para no perder su voto (86% de los votantes musulmanes inscritos votaron por el PS en 2012), al no exigirles una postura firme de deslinde del extremismo religioso y ante el pésimo manejo del problema de los inmigrantes han contribuido al ascenso del ultraderechista Frente Nacional.

Parte del fracaso de los socialistas ha sido el malogrado crecimiento o “croissance” que tantas veces prometió Hollande durante estos años, su parálisis ha arrojando a millones de franceses en el desempleo, aparte de la asfixia al empresariado con los llamados “impuestos ideológicos”. Nunca en la historia de Francia un presidente había alcanzado tales niveles de rechazo, perdiendo la confianza hasta de su propio partido. Sus ministros han hecho públicas sus críticas y el año pasado un paparazzi provocó el escándalo de sus dos amantes. La gota que rebosó el vaso causando una indignación generalizada, ha sido la reciente publicación de sus “confesiones” a los periodistas de Le Monde Gérard Davet et Fabrice Lhomme , autores de “Un Presidente no debería decir eso” (Un président ne devrait pas dire ça).  El tono y contenido de sus confidencias, lo desvelan como un hombre superficial y mediocre, sin rigor para tan alta magistratura, un tiro de gracia que se propinó a sí mismo y a su imagen desgastada.

Entre la decepción y la esperanza

En los programas humorísticos no cesan de parodiar a los dirigentes políticos, sean de derecha o de izquierda, percibidos como si fueran cortados con el mismo patrón del desacierto, corrupción y despropósito.

Una profunda decepción corroe la confianza de los franceses que observan cómo empeora su calidad de vida bajo el gobierno socialista en la ya larga historia de desencuentros populares del PS. Tanto el discurso como las banderas que tradicionalmente han esgrimido ya no tienen el mismo poder de convocatoria ante una realidad compleja como la que vive Francia, Europa y el mundo en el presente. Obligado por la cruda realidad, algunos en el PS tratan de cambiar de rumbo en medio del desconcierto de su militancia, que no sabe si creerle a los que se declaran “social liberales” en busca de una salida racional del molde ortopédico ideológico o continuar esgrimiendo el martillo y la hoz. Si la izquierda no se moderniza y se adapta a las realidades del presente, terminará por desaparecer.

Francia y el pueblo francés poseen las fortalezas necesarias para salir de este peligroso umbral. Para ello, los partidos políticos, actualmente desacreditados por su ineficacia, deberán entender que el futuro del país depende de su capacidad de transformarse y supeditar la política a la ética.

Ante el agotamiento de los paradigmas y la necesidad de innovar y crear nuevos modelos para franquear con éxito la crisis global de Occidente y la que atraviesa Francia en particular, se necesitan estadistas, nuevos líderes capaces de inspirar a otros en una nueva visión del mundo, de unir a los ciudadanos en un objetivo común de país, con un discurso, actitud y valores dignos de encarnar con nobleza la investidura presidencial. Si no lo hacen, hay un alto riesgo de que triunfe Marine Le Pen, el populismo y el extremismo. ¡Que viene el lobo!

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@edgarcherubini

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