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Teatro de la adulación

Antonio José Monagas

Desde que el teatro se entiende como poesía convertida en escena para sublimar al ser humano en medio de sus atribulaciones y sueños, su práctica arropó consideraciones que se pasean entre lo retórico y las realidades más crudas. Por eso, la política se ha aprovechado de su amplitud conceptual para hurgar, entre sus intríngulis, los recursos que mejor son capaces de calcar las circunstancias por las que discurre la vida del hombre en su afán por sacar provecho de las oportunidades.

De esa manera, se comprendió la necesidad de hablar de lo que encierra el llamado teatro de lo absurdo teatro de violencia, de contraste o el denominado teatro umbroso. Inclusive, el teatro cómico o el teatro trágico. Sin embargo, de esa conjunción que por la incidencia de la política se ha concebido, puede hacerse referencia al teatro de la crueldad creado con el encubierto propósito de acusar una concepción de la vida exaltada y perturbadora. Tal cual lo destaca el ejercicio ramplón e inmediatista de la política. Sobre todo, de la política asumida o ejercida cual vulgar disimulo de justicia y tolerancia. Pero disfrazada de gestión gubernativa.

Bajo ese rigor endosado por la violencia y la condensación extrema de elementos escénicos, pudiera comprenderse lo que es el teatro de la adulación. Y que si bien no es expresión de humanidad, en la que la comprensión se ajusta a cada situación en escena, puede verse como lo que en realidad es. O sea, una extensión de la vida. Pero particularmente, de la vida en la que la política se torna tan acuciosa para auscultar lo que hay dentro de cada individuo, como miserable para arrancarle al menesteroso lo que el opulento necesita para abultar su ego y su peculio.

Venezuela vivió el pasado jueves 10 de Enero, según la interpretación del artículo 231 constitucional, un día que fracturó la institucionalidad republicana y democrática toda vez que dicho momento no fue representativo de lo que pauta el ordenamiento jurídico. Más, si éste se entiende basado en la concepción del Estado de Derecho y de Justicia que supuestamente caracteriza al Estado venezolano. De ahí que lo sucedido, fue más un teatro de la adulación, un teatro de lo absurdo, que el evento marcado constitucionalmente como “(…) la toma de posesión del cargo de Presidente de la República” (Idem)

El actor protagonista de tan burdo guión, mintió con la verdad. Supo manipular el auditórium nacional desde las emociones controladas mediante elaboradas imágenes de sobriedad, acompañadas de fustigadores mensajes. Tanto que no hubo opinión asomada en contrario, en mitad del espectáculo.

Fue una obra de teatro montada con base en la atroz injusticia abstraída del actual código de moral social que ha servido al alto gobierno para actuar por mampuesto detrás de un aparataje construido a partir de la represión empleada como criterio de poder y símbolo de fuerza legal. Tan rancio evento, semejó una ceremonia de papel. Un protocolo espurio, aunque fungió de escenario para dar cuenta de cómo la adulancia sostiene cada acto del régimen. De hecho, la forma seguida obedeció al carácter pírrico procedente de un fraudulento proceso eleccionario acontecido el pasado 20-Mayo. Por cuanto además de inconstitucional, fue patio de observación para declarar la profusión de una ilegitimidad de mayúsculas proporciones políticas, éticas y morales.

En consecuencia, la adulancia dejada ver el en lo que va desde el 10 Enero 2019 en adelante, es casi la apología de una historia que pudiera ser parcial contenido de un vergonzoso capítulo. Pero que deberá sentar una lección de política y de jurisprudencia de lo que no debió ocurrir en el contexto de un país conmovido por realidades de contradictoria secuencia. Fue lamentablemente un hecho que, aun cuando terminó de concienciar y despertar venezolanos ante los desmanes, infortunios y desgracias que el régimen socialista ha buscado llevar como práctica toda vez que ha vivido sediento de odio y hambriento de resentimiento, sirvió para enseñar que la cosecha de su revolución no maduró. Tan controvertido y traicionero objetivo, sólo fue escenario para montar lo que cabe considerar como un desvergonzado teatro de la adulación.

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