El EditorialOpinión

¿ Una salida negociada?

Nadie en su sano juicio desea que la solución de la crisis política venezolana se resuelva en una guerra civil que, lamentablemente, en su fase más tenue -aunque por ella no menos mortífera- ya empezó.

Pero esa perspectiva no sólo nos atañe a nosotros los venezolanos, del bando que sea, sino también a terceros que no desean que un conflicto abierto, y posiblemente de larga duración, afecte la estabilidad regional.

La guerra civil española se inició con un conflicto interno entre facciones políticas que veían el futuro de ese país desde ángulos contrapuestos, inmersos -claro está- con las ideologías en boga a principios del siglo XX y una debilidad institucional causada por la fractura del antiguo régimen monárquico y el surgimiento de un régimen republicano débil. Luego, como todos saben, el conflicto adquirió otra trágica dimensión cuando se convirtió en un escenario de prueba de fuerzas entre el comunismo soviético y el fascismo alemán e italiano.   

En nuestro país no sólo están enfrentados el oficialismo y la oposición, que es la manera más simplista de ver la situación, sino que hay en juego intereses muy diversos. Venezuela es un país estratégico en la región por su potencial y por su ubicación, y el control de su territorio es esencial para muchos actores foráneos.

Cuba es uno de ellos, y ciertamente tiene mucho en juego en la solución. Otro actor no estatal es el mundo de los carteles de la droga, tanto colombianos como mexicanos, que ven en una Venezuela debilitada institucionalmente un territorio fértil para su negocio.  Pero, también los EEUU, Brasil, Colombia, El Vaticano, las islas del Caribe, México, Panamá, España, Argentina, Perú y Chile tienen, por diversas razones, intereses en que el conflicto político se resuelva de manera pacífica y ordenada.

Eso explica más allá de lo anecdótico la ingerencia formal de algunos países, ya sea en su carácter de intentar ejercer los buenos oficios, o de activadores de mecanismos formales en organizaciones regionales como la OEA Y MERCOSUR.

Pero al final, la actuación más relevante es la que están de alguna manera cocinando los EEUU y el Vaticano, que se mueven como en un juego de ajedrez en varios tableros simultáneos.

Los venezolanos en este escenario somos lamentablemente la carne de cañón y al mismo tiempo la solución. Es por ello que tenemos que entender -si queremos resolver el conflicto- la verdadera dimensión del problema, que va más allá de sustituir un gobierno por otro.

El país necesita un cambio, es evidente, pero no debe ser solo de gobierno, sino de una visión concordada para resolver la desinstitucionalidad del Estado Venezolano, carcomido por la delincuencia y la corrupción que ha sido terreno fértil para la descomposición social que hoy adolecemos.

El problema hoy no es de un supuesto enfrentamiento entre visiones políticas de izquierda y derecha, sino de construir un modelo de Estado serio y responsable, en el que las instituciones sean fuertes e independientes y que se restablezca un estado de derecho que asegure la gobernabilidad.

Eso solo se podrá empezar a construir con lo que con mucho criterio y razón ha denominado el padre Ugalde un gobierno de salvación nacional.

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