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Voto, ciudadanía y democracia

Repetidamente, el presidente Maduro insiste en asegurar que hoy gozamos de “la democracia más plena que jamás se haya vivido en la historia (…) la democracia directa, la democracia comunal, la democracia económica”,y no duda en añadir que nuestro países «el más democrático» de Latinoamérica. Sin embargo, el malestar manifiestoen la percepción dealcances de esa democracia dista mucho de la holgadacerteza que comunica el Gobierno.Según la más reciente encuesta del IVAD, 58% de venezolanos opina que “El Gobierno no es democrático y se está convirtiendo en una dictadura” contra 37,9% que piensa que sí es democrático;de igual forma,68,8% señala que “En Venezuela la Constitución y las leyes son violadas todos los días por el Gobierno”.

Aun cuando en lo inmediato decidir ignorar elpenosodato puede resultar una opción, sería torpedesconocer por mucho mástiempo que las creencias respecto a un sistema político forman parte constitutiva de este, lo obligan a evolucionar, presionana favor de cambios. Mucho más si consideramos que esa valoración ciudadana resulta cardinal, en tanto se traduce en voto, ese “oscuro objeto de deseo”del Poder que se legitimapor vía electoral. Ante la frustración permanente que produce un entorno con desequilibrios o reglas difusas, el electorado comienza a perder confianza; así se produce una suerte de síndrome de victimización del ciudadano con su consecuente trasmutación en agresividad, descreimiento y pesimismo (al estilo del “¡Que se vayan todos!” argentino); en apatía o desafección. “Aquí nadie me escucha”, parece ser el mordiente reclamo de un segmento de poblacióncada vez más extensoy que, acicateado por la “Razón cínica” de algúnperfilado, solitario e individualista sector de opinión (falsa conciencia ilustrada, como señalaría Peter Sloterdijk)otra vez comienza a dudar del voto como forma efectiva de control o como vía para influir en la toma de decisiones.

Sí: en Venezuela, esa historia de decepciónparece tornar en ciclos imperfectos e inacabados, algo lógicosiconsideramos que la razón del desbalance original nunca ha sido del todo exorcizada. Pero hoy resulta másriesgosopulsar la fallida expectativa del elector, considerando elfuerte clima de polarización, sofocados por la incertidumbre, inmovilizados por un régimen cuya hegemonía invisibiliza al opositor, que invalidael Estado de derecho o la independencia de poderes;a merced de una crisis de identificación política que desde el punto de vista anímico nos conduce al temible callejón sin salida. Y he allí el peor enemigo de esa democracia crónicamente confinada albanquillo de losacusados: porque el circular retorno asituaciones de falta de fe en el sistemaque cuajan en gravosa invitación a la abstención(ya lo vivimos en 1998, y en 2005)sólo contribuye a mermarla confianza en nuestra capacidad de impacto ciudadano, al socavar, reducir y aplastar nuestra autoestima como actores políticos. Su corolarioes la inacción, el abandono, la inercia;voluntades en bandeja de plata, en fin, para que de ellas dé cuenta el hambre del adversario político.

El politólogo Ricardo Sucre apunta: “Desde los 90, en Venezuela se quiere sustituir la política por cosas vacías como la calle o ser popular, pero lo que los hechos revelan es que se puede vivir sin la política, pero se vive mal, como lo constatamos hoy en nuestro país: un estancamiento, una suerte de guerra de trincheras.” Es allí donde el elector-ciudadano debería jugarrol protagónico: si no hay en quien confiar nos toca construir alternativas de replanteamiento de la coyuntura. Es al ciudadano, movilizado por su activa asunción de responsabilidades, a quien tocapujar por laobservancia del Pacto Social, quien cuestiona o pone límites al poder, quien castiga o premia el desempeño de esos gobernantes a quienes eligió. La historia demuestra que los grandes cambios están asociados a las exigencias y reclamos de una comunidad movilizada por la inconformidad: y una verdadera democracia se sostiene en la gestión permanente deesa inevitable tensión entre ciudadanos y Gobierno. Como señalaYannisStavrakakis, “lo que diferencia a la democracia de otras formas políticas es la legitimación del conflicto y la negativa a eliminarlo mediante el establecimiento de un orden armonioso autoritario.”

Pareciera entoncesque el primer paso de la sanación necesaria para Venezuela pasa por la íntima reconstrucción de la noción de democracia y delethosciudadano, este últimoentendido como principio de “bienestar”(Cullen)aspiración mucho más compleja que la de una simpleexistencia como consumidoresen sistema que “compra” nuestro voto: y hay que darle sentido. Como dice Fernando Savater, “para eso hay políticos y elecciones, para eso podemos apoyar a partidos que no hablan de recortar la ciudadanía, sino de reforzarla. Los ciudadanos son políticos siempre, y lo que hace falta es defender aquello en que creemos junto con las personas que piensan como nosotros.”

@mibelis

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