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Llanto del galán de arepera

Pocas cosas son tan insufribles en el ejercicio político como el
sentimentalismo ramplón que a falta de condiciones económicas, políticas y
sociales aceptables, ofrece melodrama y gestos ampulosos a granel: un
ejemplo perfecto son las frases altisonantes del presidente Chávez al estilo
de «rodilla en tierra defender é a mi patria», «el pueblo sencillo es más
sabio que los grandes señorones y doctores», «si me voy del gobierno quiero
una casita en Catia para ir a vivir con los pobres», «todo sea por los
niños»… Este sentimentalismo nos recuerda a esos galanes de arepera que
cantan canciones y regalan rosas (una sola por lo general) pero que jamás
llevarían un pote de leche para los muchachos, y menos ahora que está tan
escasa. Pero no sólo el gobierno ha caído en tal error; la oposición también
lo ha hecho pues en nombre de «la legalidad democrática» o cualquier otro
principio le regaló al gobierno el ejército, Pdvsa, la Asamblea Nacional,
las alcaldías y gobernaciones y, por poco, el referéndum sobre la reforma
constitucional. Recordemos las marchas con bailantas dando vueltas por el
mismo circuito del este de la ciudad, las banderas firmadas de los militares
sin tropa de la Plaza Altamira, las lágrimas sifrinas en restaurantes de
lujo o a Hermann Escarrá invitando a acumular caramelitos y bebidas
energizantes para resistir la andanada del poder ilegítimo. Por supuesto, el
desprecio a la realidad pura y dura es la primera condición que distingue al
sentimentalismo político: para el gobierno los grandes problemas del país no
han sido el hampa con el moño suelto, el azúcar amargamente desaparecida, la
buhonería rampante, las montañas de basura para alegría de las moscas o la
falta de vivienda en medio de la bonanza petrolera sino el imperialismo,
Globovisión y la oligarquía. Para la oposición, el problema no ha sido que
el presidente Chávez ha ganado las elecciones porque ha tenido apoyo popular
sino que el CNE convierte los votos para la oposición en votos para el
gobierno. Pero, por fin, lo real en su dureza se ha impuesto: no había una
alternativa más viable que ir a votar y el pueblo, el amado pueblo pobre, no
salió en masa a respaldar a su líder en su delirante engendro de reforma. La
realidad, ese lugar del desengaño, abofeteó a todo el país. El liderazgo
opositor, Dios quiera, parece haberse dado cuenta de su error pero el ahora
vapuleado aspirante a monarca rojo, no; cual galán de arepera engañado acusa
a su amor, el pueblo pobre, de haberlo dejado en la estacada por inmaduro,
flojo y entreguista. Sus seguidores se han hecho eco de esta monserga y la
repiten una y otra vez: que sigan haciéndolo, pues cual amante desdeñosa el
pueblo se alejar á cada vez más de su Presidente galán que después de
exaltarlo y «jalarle» el mecate hereje ahora lo insulta y lo desprecia. Qué
remedio, los galanes de arepera son as í, tornadizos, contradictorios,
malcriados.

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