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Tercera parábola existencial de AD (III)

Seis días después de haber tomado posesión de la Presidencia de la República el General Isaías Medina Angarita, el 11 de mayo de 1941 se reunió en la casa de habitación de Rómulo Gallegos, en la ciudad de Caracas, un grupo de dirigentes y militantes del PDN (Partido Democrático Nacional) clandestino, con el objeto, según explicó el ilustre novelista, “de constituir un partido político que canalizara en planificada acción las aspiraciones manifestadas en torno a su candidatura presidencial”, que, a comienzos de ese año, había sido calificada como simbólica, dada la circunstancia de que no tenía ninguna posibilidad de triunfo por cuanto era el Congreso Nacional, dominado por el oficialismo, y no el pueblo, el que haría la elección. Por razones tácticas –evitar pretextos del gobierno para negar o dificultar la legalización- se decidió cambiar el nombre de PDN, todavía en la clandestinidad, por el de Acción Democrática; que Rómulo Betancourt, que entre 1937 y 1939 había ejercido la Secretaría General del PDN, no estuviera presente en la reunión ni firmara el Acta Constitutiva del nuevo partido, ni los documentos de solicitud de legalización; y morigerar el Programa que serviría de base de acción a la nueva organización política que buscaba autorización para su funcionamiento.

La última razón táctica arriba señalada es por la que Rómulo Betancourt, años después, afirmara: “…El programa de Acción Democrática tuvo que ser un enunciado vagoroso de principios generales, y no el concreto y sincero enfoque revolucionario de los problemas del país y de sus soluciones posibles. Esa timidez programática fue subsanada por la forma franca y sin esguinces con que enjuiciamos desde la tribuna pública, en la del parlamento y en nuestra literatura de Partido, las grandes cuestiones nacionales. Pero hubo indudable disparidad entre la plataforma cautelosa, elusiva, de AD y el análisis de la problemática venezolana que popularizamos en la oposición y luego nos guió en el Gobierno. Y no fue por deliberada intención nuestra sino a causa de las circunstancias que condicionaron el nacimiento de AD a la vida legal, que el programa del Partido no reflejó con suficiente claridad el pensamiento de avanzada de sus ideólogos y organizadores (1).

Una vez que Rómulo Gallegos sometió a la consideración de la Asamblea el Programa y los Estatutos partidistas, los cuales fueron discutidos y aprobados, se eligió un Directorio Nacional (artículo 85 de los Estatutos), que funcionaría hasta tanto se celebrase la primera Asamblea Nacional del Partido, y el cual quedó autorizado para gestionar la legalización de Acción Democrática, de conformidad con lo dispuesto en la Ley para Garantizar el Orden Público y el Ejercicio de los Derechos Individuales (la conocida y famosa Ley Lara).

El día 13 de mayo se hizo la solicitud de legalización, acompañada de los recaudos correspondientes, ante la Gobernación del Distrito Federal, firmada, en nombre del Directorio Nacional, por Rómulo Gallegos, Presidente; Andrés Eloy Blanco, Primer Vicepresidente; L. Mosquera, Segundo Vicepresidente; Directores: Luis B. Prieto F., Luis Lander, Arturo Briceño, Julio Ramos, Ricardo Montilla y Juan P. Pérez Alfonzo. En fecha 4 de junio del mismo año 1941, la Gobernación del Distrito Federal dirigió una comunicación a los firmantes de la solicitud, en la que. aparte de unas observaciones sobre algunas disposiciones estatutarias debidamente atendidas, les informa que el Consejo de Ministros, en sesión efectuada el 23 de mayo último, había acordado que el partido que aspiraba ser legalizado, Acción Democrática, debía pronunciarse previamente “sobre las cuestiones fundamentales” que de seguidas se transcribían. Ellas son: “En relación con el derecho de propiedad: 1°. a) ¿Debe abolirse la propiedad privada?, b) ¿Debe abolirse la propiedad privada tan sólo sobre los bienes de producción?, c) ¿A cuáles limitaciones debe estar sometido el derecho de propiedad? En relación con la libertad económica: 2°. a) ¿A cuáles limitaciones debe estar sometido el ejertcicio de la libertad económica? En relación con la lucha de clases: 3°. a) ¿La vida social es el campo de una lucha de clases?, b) ¿Debe llegarse al establecimiento de una sociedad sin clases? En relación con la familia: 4°. a) ¿Debe conservarse la familia como célula fundamental de la sociedad?, b) ¿Debe extinguirse la familia y ser suplantada por la colectividad o por el Estado?  En relación con el Estado: 5°. a) ¿Debe el Estado suplantar al individuo, y en caso afirmativo en cuáles actividades y hasta qué punto?, b) ¿Debe el progreso de la sociedad proponerse como ideal la supresión del Estado?”.

En fecha 14 de julio de ese año 1941, los solicitantes de la legalización del funcionamiento de Acción Democrática, respondieron a la Gobernación del Distrito Federal, “prescindiendo de todo lo concerniente a los fundamentos legales de los requisitos exigidos”, todas las preguntas hechas, con las debidas explicaciones y fundamentaciones teóricas, pero precisando que “las respuestas a las interrogaciones planteadas en el precitado cuestionario están contenidas en forma expresa o claramente implícita, en los postulados programáticos de nuestra organización”.

El 29 de julio de 1941, la Gobernación del Distrito Federal dio la autorización legal para el funcionamiento de Acción Democrática por cuanto “se pronunció en forma satisfactoria sobre las cuestiones fundamentales que le fueron sometidas –de acuerdo con lo resuelto en Consejo de Ministros- y por cuanto se han llenado las demás formalidades legales, este Despacho, de conformidad con el artículo 17 de la Ley para Garantizar el Orden Público y el Ejercicio de los Derechos Individuales, concede la autorización solicitada”.   

Menos de dos meses después, el 13 de septiembre, Acción Democrática celebró su asamblea pública inicial en el Nuevo Circo de Caracas, en la que hablaron Rómulo Gallegos (sobre la orientación general del partido), Andrés Eloy Blanco (sobre la ofensiva cultural del partido), Luis B. Prieto F. (sobre los problemas de la educación), Mario García Arocha (sobre la cuestión electoral), Ricardo Montilla (sobre los problemas de la provincia), y Rómulo Betancourt (sobre los problemas económico-sociales de la nación).

En su discurso, Rómulo Gallegos dijo: “…En nombre de ese pueblo que ama, sufre y espera, Acción Democrática invita a todos los demócratas venezolanos a sentarse aquí, nosotros entre ellos”. Y, aludiendo a lo que el historiador Ramón J. Velásquez llamó “el examen ideológico” (2) –como “horcas caudinas” lo calificó Rómulo Betancourt- por el que tuvo que pasar Acción Democrática, Rómulo Gallegos apuntó: ”¿Se ignora, acaso, que fuimos sometidos a un interrogatorio inquisitorial sobre puntos cardinales de ideología social y política? Sí, señores. Se nos preguntó lo que no debía preguntársenos; pero respondimos diáfanamente. Y digo que no debieron hacernos tales preguntas porque nuestro programa escrito y suscrito responsablemente, ya era una definición categórica, inequívoca, que debió de merecer confianza. Pero respondimos, diáfanamente, y aquí estamos ratificando nuestras definiciones ante el pueblo soberano. Somos demócratas, estricta, pero también ampliamente”.

Rómulo Betancourt, en su discurso, vaticinó que “este partido nació para hacer historia”. A él le correspondió, fundamentalmente, tratar los problemas de la economía nacional. Señaló que “somos una Nación paradójicamente rica y empobrecida”, y se preguntó “¿cuál es la causa de que un país como Venezuela, el que exporta más petróleo en el mundo y figura en el tercer puesto en la escala mundial en la producción de esa pingüe minería, presente un cuadro tal de colectiva pobreza?”, respondiendo de seguidas que “la razón es ésta: nuestro país, económica y fiscalmente, está girando alrededor de una sola fuente de riqueza: el petróleo; y los gobiernos venezolanos no han sabido, hasta ahora, imprimirle un ritmo agresivo, dinámico, a las otras fuentes de producción”. Y dio cifras que muestran cómo ha caído la producción agrícola, pecuaria e industrial de la nación: en el decenio 1920-1930 las exportaciones venezolanas, excluyendo petróleo y oro, se mantuvieron a un promedio de 130 millones de bolívares, mientras que en el decenio 1930-1940, las exportaciones, excluyendo también petróleo y oro, fueron apenas de 31 millones de bolívares, lo que provocó su exclamación de “¡100 millones de bolívares menos que hace 20 años!”. Y anotó que, además del peligro de cifrar nuestro destino en la sola carta de la industria minera y de la influencia que las empresas explotadoras ejercen en la vida económica y fiscal del país, se constata también el peligro de que esa influencia se ejerza “en una forma indirecta, pero no por eso menos efectiva sobre el rumbo político y social de la Nación, porque manda en la casa quien tiene la llave de la alacena” (Ya antes, en 1932, en su folleto Con quién estamos y Contra quién estamos, había escrito que la política petrolera de Gómez “ha entregado a la nacionalidad, maniatada, al imperialismo internacional, al punto de que hoy no somos sino una semi-colonia, con permiso para usar himno y bandera, pero sin autodeterminación para resolver como nos venga en gana nuestros problemas internos e internacionales”).

Betancourt afirmó que la bancarrota de la producción agrícola, pecuaria e industrial era la causa principal del alto costo de la vida que “agobia” a la mayoría de la población. Citó los informes de entidades extranjeras, como el de la Comisión FOX, contratada por el Ministerio de Hacienda, y el de Ingenieros FORD, BACON y DARIS, contratados por la Standard Oil, que “afirmaron categóricamente que el alto costo de la vida determina la subalimentación del pueblo”. Aseguró que esa situación se ha agravado por la guerra europea –que pasaría propiamente a ser Segunda Guerra Mundial cuando el 7 de diciembre de ese año 1941 (ataque japonés a la base aeronaval de Pearl Harbor) Estados Unidos entró en ella-  la cual ha determinado que “ha aumentado el precio de cuanto compramos en el extranjero: casi todo lo consumido en el país”. Planteó nuevamente la necesidad de una reforma tributaria, “realizada en forma tal que se disminuyan impuestos descargados actualmente sobre las espaldas abrumadas del consumidor, y que se trasladen parcialmente al menos sobre las espaldas bien fuertes de los poseyentes de riqueza, especialmente de quienes mantienen congelados en los bancos, en forma de depósito que no cumplen con la función social del dinero, buena parte de las reservas monetarias de la República”. Pidió también que se  aplicara a las compañías petroleras el artículo 21 de la Ley de Arancel de Aduanas que “faculta al Estado venezolano para cobrar en casos de emergencia, como éste confrontado actualmente por el país, un tributo de hasta el 10% sobre el valor comercial de las exportaciones de minerales”, lo que generaría al fisco nacional un ingreso “no menos de 80 millones de bolívares anuales”, que sería muy apreciable para añadirlo al monto de los trescientos millones de bolívares anuales del Presupuesto Nacional. Exigió la puesta en marcha de una Reforma Agraria, advirtiendo que “nuestro programa señala cómo puede y debe el Estado proveer de parcelas –y con ellas, del crédito barato y del implemento agrícola- al hombre de nuestros campos”. A tal efecto, mencionó las tierras confiscadas a la Sucesión Gómez, las tierras ejidales y baldías, usurpadas por personas influyentes de otras épocas, y las haciendas abandonadas por sus dueños que se adquieran a su justo precio y se pongan en manos de los campesinos agricultores. Y, no podía faltar, insistió una vez más en que “se aplique el termocauterio de la sanción sobre esa verdadera lepra de la Administración Pública que es el peculado”.

Abogó por la unidad de los países latinoamericanos para que “podamos entendernos con nuestros vecinos del Norte de quien a quien, de soberanía fuerte a soberanía fuerte, porque ya no existan frente a los Estados Unidos del Norte los Estados Desunidos del Sur, de que hablara Sarmiento”.

Para cumplir su rol histórico –sentenció Rómulo Betancourt- Acción Democrática aspira a ser “el cemento que amalgame, para hacerla cada vez más fuerte y más viril, el alma inmortal de la Nación”, fueron las palabras finales de su discurso (3).

Después del gran mitin del 13 de septiembre de 1941 en el Nuevo Circo de Caracas, Acción Democrática emprendió, en el marco de la oposición al gobierno de Medina Angarita, la tarea  de reorganizar y fortalecer en todo el país las estructuras creadas por el PDN clandestino y de incorporar a las filas partidistas vastos contingentes de los que apoyaron la candidatura presidencial ‘simbólica’ de Rómulo Gallegos, bajo la consigna de “ni un solo distrito, ni un solo municipio, sin su organismo de Partido”. A este respecto, valga citar lo que dice Leonardo Ruiz Pineda, quien después, durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, se convertiría en mártir y héroe en la lucha de la Resistencia: “Entre septiembre de 1941 y octubre de 1945 Acción Democrática libra contínua batalla en el frente de la opinión. Rómulo Betancourt, como jefe del partido, recorre toda Venezuela en una campaña de agitación y orientación. Organiza nacionalmente el pensamiento de su partido y de sus masas adherentes, desde su columna de periodista; predica desde la conferencia doctrinaria sobre la solución de los problemas de fondo; aglutina la inquietud y el descontento nacionales; forja un equipo de dirección con sus compañeros de acción diaria; abre paso a las nuevas promociones de dirigentes por él formadas; prepara el partido para la conquista del Poder. Esa prédica satura el ambiente político y sensibiliza la conciencia cívica de la nación, sacudida por la voz de sus dirigentes, a la cabeza de ellos Rómulo Betancourt. La prédica ha ido más allá de las masas populares que se concentran en torno a las tribunas partidistas y penetrado el ámbito de los cuarteles. El 18 de octubre de 1945, triunfante el movimiento popular y militar, Rómulo Betancourt es el Presidente de la Junta de Gobierno” (4).

Venezuela, con su partido, se ha puesto a andar.

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Notas

1-Rómulo Betancourt. “Venezuela, política y petróleo”. Fondo de Cultura Económica. México-      Buenos Aires. Primera edición. 1956. Pág. 134.

2-Ramón J. Velásquez. “Aspectos de la Evolución Política de Venezuela en el Último Medio Siglo”. Venezuela Moderna 1926-1976”. Fundación Eugenio Mendoza. Caracas. 1976. Pág. 42.

3-El discurso se puede leer en muchas publicaciones, entre otras, en la Antología Política que dio a conocer la Fundación Rómulo Betancourt, Volumen Tercero. Pág. 316-325.

4-Leonardo Ruiz Pineda en “Un Hombre llamado Rómulo Betancourt”. 3ª edición. Catalá/Centauro/Editores Caracas/Venezuela/1975. Pág. 150-151.

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