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Tributo a Lina Ron

R ecuerdo cuando Roberto Martínez Bacrich –mi joven amigo, narrador y
colega de Letras (UCV), de gran olfato para las personalidades
singulares–, me dijo: «Gisela, Lina Ron es un personaje histórico». Al
interrogarlo respecto a tan audaz y llamativa afirmación, mi amigo
indicó que se trataba de una intuición que le sobrevino al contemplar
a Lina por televisión: «Lina –describió Martínez Bacrich–, vestía una
chaqueta roja, tocaba su melena amarilla con una boina de igual color
y su boca reverberaba con el mismo tono; montaba en una moto conducida
por alguien de la Unión Popular Venezolana. La atmósfera de aquella
tarde nublada en plena avenida Baralt cerca del Tribunal Supremo de
Justicia que había exculpado a los militares golpistas, recordaba a
esa frase de tu mamá, `Mijito, las cosas no están muy buenas´. La
melena flotaba en el aire y yo me dije, carajo, Lina Ron y la Mujer
Maravilla, aquel personaje que daba cuatro vueltas sobre sí misma y se
convertía en una heroína en bikini con barras y estrellas.» «Pero
Roberto –comenté–, Lina es antiimperialista y no quiere nada con
barras y estrellas.» «No importa –dijo él–, las estrellas simbolizan
la proyección en el firmamento de la historia.» Y así ocurrió. Lina
Ron ha demostrado su temple de hembra insurrecta: grita malas palabras
no aptas para el horario diurno de la televisión, se empata con un
hombre mucho más joven que ella, se tiñe el pelo como buena criolla,
dice verdades amargas sobre sus camaradas que la desprecian, engorda
porque el país está bien abastecido de comida y porque ser gorda no es
pecado, pecado es morir de hambre. Lina defiende a hombres y mujeres
que no se peinan ni tienen dientes, piden limosna, se prostituyen o
sufren de enfermedades: ¿cuántos chavistas de flux hacen lo mismo? Me
condolí cuando José Vicente Rangel le dio una vez la espalda en
público. Su puño está siempre presto para darse por ese pecho y
afirmar que nadie ama a Chávez como ella y que la relación del pueblo
con su presidente es religiosa, dejando a un lado esas monsergas
racionalistas del neo comunismo del siglo XXI.

Pero ahora la regañaron porque se fue al Palacio Arzobispal a armar un
zaperoco. Es injusto: Lina también le dijo cuatro verdades al
periodista Fuemayor, operador psicológico (sic) de Globovisión, entre
ellas que era «buenmocito». Si usted lector(a) descubriese que un
canal de televisión a punta de noticias le IMPIDE ver la leche que
abarrota los abastos o si los sacerdotes de su religión entregaran la
patria al imperio, como esos curas del Palacio Arzobispal, ¿usted no
haría nada? ¿Por qué su dios Chávez la regaña si ella repite lo que él
dice TODO EL TIEMPO? Lina, no dejes que el exvicepresidente Rodríguez,
psiquiatra de profesión, te recete antidepresivos y ansiolíticos bajo
el pretexto de que tu justa ira es síntoma de una depresión ansiosa;
no te psicoanalices pues capaz que te conviertes en una de esas
mujercitas que no hablan para no «crear conflictos», estilo señorita
oligarca o diputada de la Asamblea Nacional. Sigue Lina, y que tu boca
sea la medida.

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