Opinión Nacional

Tolerancia

Palabra bella que surge con un gran romanticismo en las riberas del río Tajo, en la imponente ciudad de Toledo en España; la misma ciudad donde quedaría el Greco atrapado entre sus calles, un amor prohibido, las intrigas y el entierro del conde de Ordaz.

La tolerancia tiene la grandeza de Toledo, donde el acero del puñal y la palabra de los hombres tiene el mismo temple; donde tres religiones como la judía, la católica y la musulmana convivían respetándose, cada una de ellas.

Si a nuestra sociedad que le gusta imitar, reverenciar y adoptar tantas poses que suelen ser hasta falsas, y adorar a ídolos que van desde Mickey Mouse hasta el ‘Che’, por qué no imitan la arrogancia de la sencillez de la tolerancia y no esa intolerancia de los que jamás tienen la razón; no por el poder de la razón en sí, mas bien por el veneno que generan los extremos que aplastan a la mayoría que esta en el medio, asfixiándolos como si estuvieran envueltos en el escorzo de dos serpientes que se devoran a sí mismas.

Grandes hombres han soñado con una era de tolerancia como Confucio o Séneca, que escribió su tratado ‘De Clementia’ para ver como entendía Nerón el daño de su intolerancia; o Marco Aurelio que tuvo la grandeza de reconocer que su antecesor el emperador Pío, le dio la sabiduría para distinguir cuándo hay necesidad de apretar y cuándo de aflojar.

Intelectuales como Cervantes en ‘don Quijote’ dice “Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia”; Shakespeare en ‘El mercader de Venecia’ bendice al que la concede y a quien la recibe “es el semblante más hermoso del poder”; o visionarios como Gandhi que dijo “si respondemos ojo por ojo, lo único que conseguiremos será un país de ciegos”.

Tanto que hablamos de Bolívar y se nos olvida que su vida fue un largo camino de tolerancia. Toleró al mas conspirador de todos como Santander, el verdadero verdugo de la Gran Colombia; toleró al General Mariño, un hombre que era un jefe y como tal se quería imponer; toleró hasta su hermana que vivió relista y murió adorando a su rey; toleró a un pueblo que con una mano lo aplaudía y con la otra lo abucheaba, y expresó que la verdadera arca de la alianza era la unión de la espada con el inciensiario. Entonces ¿nosotros no vamos a poder tolerar a un cardenal que durante toda su vida fue un jefe y ahora este relegado y confinado en un pueblito?

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