Almagro y la dignidad de la OEA
La relación de los estados latinoamericanos con la OEA es compleja, ya que para unas cosas la necesitan y para otras la deploran. Esa actitud es el reflejo, en muchos casos, del complejo de formar parte de un organismo internacional en el que se codean con los dos Estados más desarrollados del hemisferio, EEUU y Canadá, y constatar que, a pesar de los siglos transcurridos desde la independencia de sus naciones, muchos países de la región siguen sumidos a un personalismo exacerbado y con una frágil institucionalidad.
También hay, con respecto a la relación con el coloquialmente denominado imperio, una actitud dual e hipócrita que se refleja en un rechazo verbal, muchas veces apoyado en una solidaridad automática con la dictadura cubana como muestra de un independentismo desfasado, mientras que en la práctica buscan con afán las inversiones norteamericanas.
Almagro, hombre honesto y de izquierda se ha dejado de melindres y ha decidido ejercer su función sin complejo y llamar al pan pan y al vino vino. Por esa razón y entendiendo la importancia y relevancia de la organización continental para el desarrollo de los países que la integran ha decidido hablar claro y expresar su rechazo a la violación sistemática del orden constitucional en Venezuela por un gobierno que pretende eregir como modelo continental el de la dictadura cubana.
Almagro se ha dado cuenta de la farsa que ha resultado una UNASUR que no aporta a la región nada, sino discursos de solidaridad automática con el modelo neo castrista, mientras que la OEA es una institución que mucho ha colaborado con el fortalecimiento de la democracia en la región.
El hecho de que se debata la actual situación de Venezuela y en lo específico la deriva anti democrática de su actual gobierno, es un paso importante en la recuperación de la dignidad y utilidad de una organización que puede contribuir mucho para el fortalecimiento democrático de nuestro hemisferio.
