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La resaca del Socialismo Siglo XXI

Regreso después de un par de años a Ecuador, esta vez para asistir al aniversario 127 de la legendaria Cámara de Comercio de Guayaquil, una de las organizaciones gremiales más antiguas del continente, y me encuentro con un país que ha cambiado. Lo malo es que para peor. Está mucho más caro, muestra un creciente desempleo, sufre una fuerte división política y, lo más grave, perdió la confianza en el futuro. Hoy ya se escucha el crujir de los otrora bien lubricados engranajes de la denominada «Revolución Ciudadana», proceso inspirado en el chavismo y el castrismo, el etnonacionalismo y el «antiimperialismo», creado y encabezado por el Presidente Rafael Correa.

Margaret Thatcher dice que el socialismo se acaba cuando se acaba el dinero… de los demás. A Ecuador le ocurrió eso. Se le acabó el dinero de la era de los precios soñados del petróleo y no le dan abasto los tributos recaudados entre la población. Un reciente intento por aplicar elevados impuestos a la herencia llevó a las calles a millares de personas a expresar su rechazo contra una medida que ven diseñada para impedir que los padres leguen a sus hijos lo que logran ahorrar tras pagar impuestos.

En esta economía dolarizada se huele la incertidumbre, aumenta la violencia y crece el desencanto con el Gobierno. Es evidente que la caída del precio del petróleo, las reformas de Correa y su expansivo gasto fiscal le están pasando la cuenta al país y a la popularidad del Mandatario. Como en Venezuela, aquí también están contados los días del Socialismo del Siglo XXI. Al parecer, Correa no buscará la reelección (una obsesión bolivariana) en 2017: la Constitución se lo prohíbe y él optará al parecer por no modificar la ley fundamental y promover que sea otro el que conduzca al país de la resaca a la sobriedad y el realismo.

Las cifras son inquietantes: el Fondo Monetario Internacional pronostica que Ecuador decrecerá económicamente en 2016 y 2017 en 4,5% y 4,3% respectivamente, y el Banco Mundial considera que el decrecimiento será de 4% en ambos años. «Esta perspectiva hace brillar el pobre crecimiento de 1,5% de Michelle Bachelet», comentan economistas ecuatorianos. Y hay más: la deuda pública pasó del 16% del PIB (US$ 10.200 millones) a finales de 2009, a más del 33% del PIB (US$ 34.180 millones) en abril de 2016. Todo esto golpeará a la gente, de modo especial a la más vulnerable.

El alza de impuestos se materializó estos años a través de 17 nuevas leyes y 68 reformas a la tributación. En su libro «La culpa es de las vacas flacas», los economistas Pablo Arosemena y Pablo Lucio Paredes plantean una pregunta crucial: ¿Por qué Correa, al mando de un país petrolero, no ahorró en la época de las vacas gordas, cuando el precio del crudo alcanzó récords históricos, para enfrentar la fase de las vacas flacas? Es la pregunta que también le hacen los venezolanos al chavismo. Lo que los ecuatorianos sí saben es que lo peor de la recesión está aun por llegar, y que el Estado carece de recursos para continuar ampliando sus medidas asistencialistas.

La crisis complicará desde luego la campaña de los presidenciables correístas, entre los que destacan el ex vicepresidente Lenin Moreno, y el actual vicepresidente Jorge Glass, y soplará al mismo tiempo en las velas del opositor Guillermo Lasso, del movimiento CREO, la segunda fuerza política, y de otros candidatos opositores.

Recuerdo al Presidente Correa cuando vino a Chile en 2012 para lanzar un libro de su autoría en la Feria del Libro de Santiago. En un acto inusual para un mandatario extranjero, respaldó públicamente las marchas contra el Gobierno de su anfitrión, quien lo acompañaba en su promoción en la FIL, criticó al modelo chileno, minimizó sus logros de las últimas décadas y dijo que su prosperidad se debía solo al cobre. Era un Correa soberbio e imprudente, aunque con el petróleo por las nubes, que no ahorraba en descalificaciones ni mofas contra los periodistas que lo cuestionaban, y que tampoco ahorraba -lo sabemos ahora- recursos para la etapa de las vacas flacas. Ecuador ha cambiado y confío en que cambie más, y vuelva a ser un aliado confiable de Chile.

Roberto Ampuero

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