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Mis héroes intelectuales (1): Thomas Hobbes

(Con esta entrega comienzo una serie de artículos acerca de un grupo de pensadores y novelistas, cuyas obras han ejercido particular influencia sobre mi formación y a quienes admiro de manera especial, debido a la lucidez y significación de sus aportes intelectuales).

En el complejo y desafiante terreno de la filosofía política, Thomas Hobbes (1588-1679) ocupa un muy destacado lugar, en un plano en el que también encontramos figuras de la relevancia de Platón, Aristóteles y Nicolás Maquiavelo, entre otras de similar categoría. Con relación a Hobbes, tuve la suerte de asistir, siendo muy joven, a un excelente curso sobre su pensamiento político, y si bien para entonces no logré abarcar sino una pequeña parte de sus enseñanzas, recuerdo que una de ellas quedó grabada en mi espíritu como una verdad fundamental: toda filosofía política de veras importante se sustenta sobre una visión de la naturaleza humana. Me impresionaron la fuerza de su pensamiento y la perspectiva realista, siempre reiterada en sus obras, sobre nuestra propensión a hacer el mal a otros seres humanos. A partir de ese momento me empeñé en conocer mejor su filosofía política.

La visión hobbesiana es clara e inequívoca: el ser humano es vulnerable, física y psicológicamente, y el miedo ante esa vulnerabilidad —un miedo abierto o velado, admitido o resguardado, intenso o controlado— es parte de nuestra existencia desde el nacimiento hasta el final de la vida. Por una parte, Hobbes está convencido de que cada individuo busca su propio interés por encima del interés del resto, y que no existe, como creían Aristóteles y Tomás de Aquino, un “bien supremo” o summun bonum hacia el cual de manera obligatoria debería converger el interés de todos, excepto la seguridad. Por otro lado, Hobbes considera que todos los seres humanos somos iguales en nuestra capacidad de hacer daño a los demás, pues hasta el más débil puede matar al más fuerte mientras este último duerme. A partir de estas aparentemente sencillas constataciones se levanta la intrincada estructura de su filosofía política, que surgió en el contexto de las guerras civiles y religiosas en la Inglaterra del siglo XVII, pero que sigue proporcionando claves para la comprensión de nuestros retos presentes.

Hobbes fue más allá del mero señalamiento del miedo como impulso motivacional e identificó un tipo de miedo de suma relevancia para la política. En su obra cumbre, Leviatán (1651), el autor señala de modo específico el miedo a la muerte violenta como el peor de los males que pueda acaecerle a un individuo. Tal aseveración, propia de un pensamiento que surge en momentos en que la existencia personal adquiría un rango primordial en la valoración de los europeos renacentistas, conduce a Hobbes a sostener la imperiosa necesidad de organizar la sociedad y edificar el Estado moderno en función de un contrato, es decir, de un pacto que en todo lo posible minimice los peligros de la muerte violenta para los individuos, fortaleciendo a la vez, y en toda la medida que sea factible, la estabilidad y poder de la autoridad constituida, garante de la seguridad.

Para recapitular: el primer paso que da Hobbes se vincula a su concepción de una naturaleza humana acosada por la lacerante consciencia de su fragilidad. El segundo le lleva a precisar la muerte violenta como un mal singularmente siniestro. El tercero, que emerge de lo anterior, es la comprobación de que en una agrupación de seres humanos, cada uno de los cuales busca su propio interés, la falta de una autoridad única que dicte reglas de comportamiento en común y las haga cumplir es sinónimo de anarquía, de una “guerra de todos contra todos” cuyo desenlace es una existencia “solitaria, empobrecida, repugnante, brutal y corta” para cada individuo. En cuarto lugar, Hobbes propone como salida a este angustioso predicamento la aceptación, por parte de todos los individuos integrantes del grupo, sociedad o nación, de un pacto, creador a su vez de una autoridad única capaz de asegurar la convivencia y evitar la guerra civil. El pacto es un contrato que requiere protección de parte de esa autoridad a cambio de la obediencia de los individuos. Se paga un costo y se obtiene un beneficio.

Para interpretar adecuadamente a Hobbes es indispensable ubicarse en el marco histórico en que vivió, caracterizado por los peligros de invasión extranjera, la radicalización de los conflictos de base religiosa y la guerra civil entre partidarios del Parlamento y de la monarquía absolutista. De hecho, Hobbes relata en sus notas autobiográficas que su madre le dio a luz prematuramente, como reacción ante la amenaza inminente de invasión por parte de la Armada española: “Mi madre dio a luz gemelos: el miedo y yo”, escribió. Es cierto que su solución a los peligros de la inseguridad parece extrema y nos coloca ante el dilema de sacrificar la libertad en aras de la seguridad, mas en realidad el pensamiento político de Hobbes es sutil y sus derivaciones son diversas y complejas. Por ello un intérprete de la talla de Leo Strauss, para citar un caso, argumenta que el gran filósofo inglés fue el principal precursor del liberalismo, ya que Hobbes puso la protección de la vida del individuo como derecho primordial e inviolable, hasta por el Soberano. Esto puede parecer paradójico pero no lo es del todo. Hobbes fue un pensador serio y profundo que no rehuyó las implicaciones de sus argumentos. De ahí que plantee, entre otras tesis, que un reo que haya sido condenado a muerte legalmente puede y debe, sin embargo, procurar escapar para salvar su vida, que a su modo de ver es el bien más preciado de cada persona. Sostuvo también que en caso de guerra contra un enemigo externo es admisible pagar a otro para que se haga soldado y arriesgue su vida en lugar nuestro, todo lo cual, sin duda, erosiona fuertemente los pilares de la defensa común, pero salvaguarda a Hobbes de caer en contradicciones.

El absolutismo político de Hobbes, en otras palabras, tenía límites, y dista mucho de equipararse a los delirios totalitarios de nuestro tiempo, que no habrían sido posibles sin la intervención de la técnica moderna. Hobbes cultiva una idea de libertad solo en el estricto sentido de establecer como prioridad la protección de la existencia individual. Pero repito: existen tensiones en su pensamiento, lo cual es propio de una obra cuya densidad e impacto le ponen en la cima de la reflexión acerca de la vida en sociedad. Ahora bien, de esas tensiones quizás la más relevante se refiere al problema del miedo a la muerte como acicate y estímulo para admitir la autoridad y someterse al pacto. Intento explicarme: la arquitectura conceptual hobbesiana funciona en tanto los individuos estimen su supervivencia física por encima de otros valores, y experimenten efectivamente, y no solo en abstracto, ese miedo que conduce a actuar racionalmente y comprender los beneficios del antídoto a la guerra de todos contra todos. El problema de esta red de nociones teóricas es que puede agujerearse si uno, varios o muchos individuos deciden que hay cosas más importantes que la continuación de la existencia física, y que ciertos valores ameritan el sacrificio de la vida.

Conclusiones semejantes, que fracturan el entramado construido por Hobbes, se perciben sin ambigüedades en las acciones suicidas de los terroristas islamistas, que hoy acosan a las complacientes y apacibles sociedades occidentales. Pero no es indispensable concentrarse en esos ejemplos radicales. En realidad, el esquema hobbesiano funciona mejor en condiciones extremas, cuando las circunstancias obligan a los individuos a centrarse en amenazas palpables e inmediatas a su seguridad física. Y aún dentro de tales contextos no resulta del todo imposible hallar un balance que proteja un espacio de libertad, sin menoscabar gravemente la seguridad. En este orden de ideas, pienso que el propio Hobbes intuyó este punto clave, y de ahí sus esfuerzos para reconciliar la lucha contra la anarquía con una autoridad capaz de proteger la vida de las personas y su existencia pacífica en común.

Me parece evidente que la motivación dominante de Hobbes fue cerrar las puertas al fanatismo político y sus incentivos religiosos, que eran predominantes en su época. Las tres principales lecciones que a mi manera de ver podemos extraer de su pensamiento, para ser aplicadas a nuestro tiempo y sus desafíos, son estas: en primer término, que la normalidad política es precaria y frágil, y está sujeta a la amenaza constante de un descenso a la guerra de todos contra todos. En segundo lugar, que si bien no debemos sacrificar la libertad en busca de la seguridad, la ausencia de esta última es un camino inexorable hacia la pérdida de la primera. Y en tercer lugar, que el pacto social puede hundirse, tanto por la irracionalidad de los individuos como por la mayor de las paradojas: la conversión de la autoridad, encargada de custodiar la seguridad, en promotora de inseguridad, como consecuencia del intento de dividir la sociedad para dar solidez a su poder. Este fue un escenario inadecuadamente tratado por Hobbes: la posibilidad de que la autoridad constituida se convierta, perdiendo de vista su papel en el contrato, en la fuente fundamental de la inseguridad común.

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