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Nosotros, los inmigrantes

Venezuela no es el producto de una casta aborigen originaria, ahí están nuestras raíces, nadie lo pone en duda; pero nuestra civilidad, la construcción de esta estructura socio-política que hoy día se pelean como “perros hambrientos” opositores y oficialistas, es el producto de una sociedad mestiza, cruzada con el ADN de los inmigrantes europeos, africanos, orientales, entre otros; etnias con distintos matices y sentido de humor. Esa mezcla dio con el amerindio, una nueva estructura humana que en razón de procesos culturales y sociales, ha delimitado la sociedad moderna del continente Americano.

Ahora bien, en los últimos diez años se ha dado un fenómeno en Venezuela que ha entristecido a muchas familias, creando una imagen involutiva de la sociedad política venezolana de cara al mundo. Se dice que las emigraciones de los connacionales de un país en bandadas, es una muestra de la decadencia de ese país, del apaciguado destino que le construye ese país a sus conciudadanos y de la necesidad de mejorar las condiciones de vida de quienes habitan el territorio de donde se emigra. El fenómeno de la inmigración hasta entrada la década de los ochenta del siglo XX, estaba representado, en Venezuela, por su recepción abierta y sin trauma, de ciudadanos latinoamericanos de Colombia, Centro América y algunos países europeos y africanos. La cantidad de personas que entraron a territorio nacional superó la línea del millón de personas y se les dio condiciones para desarrollar sus habilidades y destrezas, pero sobre todo, se le dio respeto, acompañamiento, consideración y, en algunos momentos, admiración por su trabajo y coraje en pro de las banderas de la democracia y la libertad.

El panorama ha cambiado, hoy esa línea del millón de personas ha traspasado significativamente pero en proyección de nacionales venezolanos a países latinoamericanos, sobre todo Colombia, Panamá y Chile; el hecho de por qué se han ido conciudanos venezolanos, lejos de establecer una crítica politiquera, es que no hay oportunidades laborales en el país para ejercer el talento y la creatividad. El país está sumido en una estructura cooperativa aberrante, donde lo que se necesita es el “militante” no el “profesional”; donde las aspiraciones se circunscriben a recibir el beneficio de un Estado, y no a contribuir a mejorar las condiciones de ese Estado para hacerlo más fuerte. Hay mayor dependencia hoy que hace veinte años, porque hoy día la toma de decisión política, eso que llama el oficialismo el “empoderamiento del poder popular”, se está dando en situaciones muy aisladas y puntuales, pero en el grueso de la sociedad no hay participación del colectivo en la toma de decisiones políticas. Y en cuanto a la distribución de alimentos de primera necesidad, el Gobierno, como representante del Estado, no ha podido neutralizar la red de corrupción gubernamental que es la que está minando la confianza en el proyecto revolucionario bolivariano.

En este sentido, la emigración se está dando día a día, ya no es un asunto de un cambio político necesario, esa etapa ya pasó, ahora importa muy poco si el Gobierno de Nicolas Maduro es sustituido por otro, ya no importa; el país tendrá la necesidad de tomar un tiempo de veinte o veinticinco años para llegar de nuevo a la realidad social y política de 1998, que con todo lo malo, con todo cuanto fue perverso en esa época, nunca tiene comparación con el nivel de indefensión y de corrupción que hoy galopa las instituciones políticas del Gobierno nacional. Es tiempo de extender la crítica y debatirla, ya los aplausos y frases pre-escritas no tienen sentido, no se están haciendo las cosas bien y se ha beneficiado una camarilla de trajeados con banderas de revolución que no entendieron el concepto de poder popular y no comprenden que el nacimiento de una sociedad de iguales pasa por la libertad de esa sociedad de crecer y construir su propio destino. El país no quiere dadivas, no bolsas, si cajas, ni proyectos que desde esa óptica busquen satisfacer necesidades. El país quiere oportunidades, espacios transparentes donde generar condiciones de bienestar y calidad de vida a las nuevas generaciones; contar con espacios donde sus proyectos de vida sean factibles y realizables.

A todas estas, la nueva emigración venezolana está hoy recibiendo en el extranjero latinoamericano muestras totalmente contrarias de los connacionales de esos países; en Colombia somos calificados de “estorbos”, “sinvergüenzas”, “molestos”; en Panamá, “escoria”, “muertos de hambre”, “hijos de p…”; en Chile, “bastardos”, “mal paridos”, “malditos”, …; en fin, cada vez que puede un connacional de esos países, saca tarea con los nuestros. Y no es que los inmigrantes venezolano se dejen, es que se cuidan de no caer en provocación para que no los involucren en situaciones que los pueda perjudicar en su estatus migratorio porque ya es suficiente con estar en esos países pasando “roncha”, para tener que sumar una deportación indecorosa que les haga perder el proyecto de vida que están tratando de hacer. Pero esa es la realidad de nuestros inmigrantes allá en esos territorios, en los cuales, luego de tantos traumas políticos que padecieron, hoy tienen una tensa tranquilidad que les hace ser atractivos por su salud económica, para ser aprovechados en la concreción de proyectos de vida en ambientes de desarrollo y progreso.

¿Por qué está sucediendo esto? Muchos factores han influido en la ausencia de gravedad entorno a los sueños de las nuevas generaciones de profesionales venezolanos, uno de ello la tensión política entre el Gobierno y los dueños de los modos de producción en Venezuela; también está la carnetización del ejercicio profesional, o politización del trabajo profesional, sumado a redes de servilismo en el aparato gubernamental que tolera la corrupción y el uso inadecuado de los recursos económicos y financieros del colectivo. En fin, la sociedad para el desarrollo y el progreso, no tiene hoy día en Venezuela un piso sustentable y firme que soporte las ideas e iniciativas de una generación de profesionales que se está escapando por los ductos de los aeropuertos y fronteras nacionales; emigran los talentos y con ellos estamos circunscribiendo una sociedad sumisa, silente, inactiva y extremadamente dependiente de un Estado que no le interesa dar condiciones ideales al conocimiento y a la tecnología para que se superen y crezcan; entre más sometida y dependiente se tenga a la sociedad, mayor será su dominación.

Claro está, nunca falta una gota de esperanza de quienes desde la izquierda verdadera y libertaria, no estamos conformes con la situación país que se nos busca imponer; esta sociedad populista, panfletaria, desgarrada por el cliché de la politiquería de oficialismo y oposición, debe fenecer, debe minimizarse y, en el mejor de los casos, extinguirse. Debe surgir un Gobierno que cumpla el rol del poder popular y que incentive la libre competencia, en un panorama de elevar las condiciones para el fortalecimiento de los emprendedores y de las grandes organizaciones que invierten en tecnología y producción en masa; debe propiciarse una sociedad política que renuncie a la corrupción como proceso lógico para lograr el posicionamiento de contratos o servicios en una sociedad; debe imponerse la meritocracia por encima de la arrogancia del “chisme” y la incondicionalidad del militante, el que más conocimiento tenga y ponga al servicio de su comunidad, debería tener mayores posibilidades para accesar al confort y la calidad de vida; que la diferencia la imponga el esfuerzo personal y no la intencionalidad de un grupo político o seudo-líder de gobierno. Es necesario bajar las estatuas y colocarlas al mismo nivel de los seres humanos, no hay espacios para el mesianismo y es necesario erradicar el populismo asfixiante que hoy se traduce en escenarios desérticos y sin posibilidades de éxito para nuestra economía nacional paralizada ante las acciones canallescas de potencias como las de los Estados Unidos de Norteamérica.

No hay justificación, como país receptor de un inmenso contingente de inmigrantes latinoamericanos, para que nuestros conciudadanos reciban ese trato despectivo y cruel en el extranjero; es parte del guion de la miseria humana de personas que en esos países no comprenden la realidad socio-política de un país que no busca cambio por razones ideológicas ya, eso ni se nombra ni se entiende hoy día; el cambio se busca para erradicar la redes de corrupción que tiene minado el Estado venezolano. Acá nos está marchitando la pillería de cuello blanco y la alcahuetería de un funcionariado que piensa que dejando pasar situaciones como esas tendrán un mejor futuro en sus trabajos y en su contribución al proceso revolucionario. El país está comprometido en su situación económica y social, lo que avecina situaciones duras para los próximos cinco años, pero lo más grave es que la solución no está en el liderazgo político, sino en la extirpación de la corrupción del aparato gubernamental. Pongan a quien pongan en el Ejecutivo Nacional sino ataca la corrupción nada salvará al país de un colapso financiero que, quiera Dios que no sea así, culmine con violencia y empobrecimiento crónico de nuestra sociedad.

En cuanto a la inmigración venezolana, es necesario que vaya entendiendo que un cambio de liderazgo político no les asegura un país con esas posibilidades de desarrollo y crecimiento que desean para sus proyectos de vida, para eso sería necesario una temporalidad mucho mayor de la invertida por el Gobierno en alcahuetear esa red de corrupción en la que se convirtió la institucionalidad gubernamental en Venezuela.

No se puede permitir el liderazgo de un Gobierno que sea condescendiente con la corrupción, menos aún, un Gobierno que no ponga coto al manejo licencioso de las políticas públicas para profundizar el poder popular, porque ese poder popular es lo único genuino del proceso revolucionario que se hace necesario preservar y alimentar, en miras a que de él nazca la nueva institucionalidad del Gobierno. Ni golpes suaves ni leves, ni intervención extranjera ni dominación económica; la autodeterminación del pueblo debe imponerse seleccionando liderazgos gubernamentales que ponga punto y fin a la corrupción, única salida de esta crisis sin diálogo y bajo la paz que permite el “ojo del huracán”.

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