Opinión Internacional

Repuntan las crisis de los Balcanes y el Cáucaso

Las noticias recientes en estas dos regiones acapararon los titulares de noticieros y periódicos, al repuntar inesperadamente el conflicto en los Balcanes y el terrorismo en tres ciudades de la Rusia europea meridional. Ambos conflictos se habían anticipado con anterioridad, pues no podía esperarse otra cosa de esas regiones con seculares enfrentamientos étnico-religiosos, ahora complicados por factores políticos y luchas por la hegemonía en esta nueva etapa post guerra fría.

Cuando ocurrió la guerra entre la OTAN y Yugoslavia en 1999 por la cuestión de Kosovo, muchos observadores criticamos acerbamente los feroces bombardeos para dirimir un delicado conflicto regional, argumentando que habia demasiados factores en juego y poderosos intereses como para resolver el problema por la vía de las armas. En aquella ocasión, la OTAN se colocó ingenuamente de lado de los separatistas albano-kosovares y éstos le proporcionaron a la alianza atlántica valiosos datos de inteligencia para precisar la ubicación de objetivos militares serbios El armisticio vino finalmente -como era lógico, debido a la superioridad militar aliada- y la OTAN anunció prematuramente su victoria, aunque ésta la fue calificada como pírrica por los mismos observadores, pues se destruyó innecesariamente la infraestructura yugoslava, con saldo de centenares de víctimas civiles, sea intencionalmente o por equivocación. Y si bien el dictador Milosevic terminó por abandonar el poder (eventualmente se hubieran cansado de él), su salida fue extemporánea, ya que la población serbia sufrió demasiadas estrecheces y el aislamiento del país durante dos largos años, dejando heridas abiertas de difícil cicatrización. Así, esa guerra apenas sirvió para ratificar el dicho anglosajón: “might makes right”, o sea “el poderío hace la razón” como bien nos lo recordaba a cada rato la inefable canciller Albright.

Patético también fue, durante la guerra, el éxodo de refugiados kosovares a la vecina Macedonia, república que se separó de la federación yugoslava a principios de los 90. Pero este nuevo país, con un cuarto de su población de origen albanés, está pagando ahora los platos rotos de esa guerra, pues se ha visto infiltrado de guerrillas albano-kosovares que pretenden no sólo la secesión de Kosovo (actualmente controlada por la OTAN y con futuro indeciso) sino la anexión de las provincias norteñas de Macedonia a una proyectada “Gran Albania” que se formaría eventualmente, juntando los territorios con mayoría albanesa de los Balcanes, un objetivo de dudosa factibilidad. La reacción enérgica del gobierno de Macedonia no se hizo esperar, pero poco puede hacer con sus limitados recursos militares, y tendrá que depender de las fuerzas de paz de la KFOR, que serán aumentadas para patrullar la frontera. Incluso EEUU, que lideró la agresiva campaña de Kosovo, parece querer retirarse de la región, acorde con la nueva política exterior de la actual administración republicana de no interferir en conflictos civiles, por estar “el complejo de Vietnam” todavía presente en las mentes norteamericanas.

Junto con tan compleja situación social y militar, aparecieron –como se podía anticipar- diversos intereses foráneos, antagónicos a una solución pacífica. Por una parte, la deprimida zona está infiltrada por grupos de narcotraficantes, los cuales –aprovechando la confusión reinante- utilizan la proximidad con Europa Occidental para introducir al próspero viejo continente toda clase de drogas ilícitas provenientes de Turquía, el Cáucaso y Asia Central, con las cuales se financian toda clase de movimientos integristas, insurgentes y terroristas. Por otra parte, está la ola expansiva del fundamentalismo islámico, que se aprovecha –como hizo antes en Bosnia- del pequeño sector de la población balcánica con fe musulmana, para tratar de unificar la lucha separatista.

Oponiéndose a actividades donde se mezcla lo político-religioso con lo criminal, está no sólo la Unión Europea -la doliente más próxima de esas actividades- sino la superpotencia norteamericana, empeñada como siempre en ocupar en algo a su sector militarista con algún enemigo visible. Por ello, aún sin reconocer abiertamente su guerra contra el fundamentalismo, EEUU ha apoyado abiertamente en los 80 a Iraq durante su guerra con Irán (dándole confianza y recursos a Saddam para invadir luego a Kuwait) y ha apuntalado fuertemente a Israel por ser su único aliado incondicional en la región, mientras subsidia generosamente a Egipto por mantener una posición moderada en medio de tantos países belicosos. Curiosamente, Rusia está afectada por una infiltración ideológica similar en sus provincias del sur y ha hecho causa común con Occidente para combatir el extremismo fundamentalista, puesto que esta corriente está apoyando activamente a los secesionistas de Chechenia, su provincia petrolera estratégicamente ubicada al norte del Cáucaso y próxima a los ricos yacimientos del Mar Caspio. Esto explica la brutal sofocación de la rebelión chechena -en dos oportunidades en los años 90- dejando ciudades destruidas e inhabitables debido a la feroz resistencia opuesta por los combatientes chechenos. Estos, una vez expulsados de las ciudades, han abierto un frente guerrillero en las montañas, cuyos suministros militares llegan a través de países musulmanes vecinos, con vastos sectores opuestos a la dominación occidental. Este conflicto le están causando una sangría constante al erario ruso,empeorando aún más su difícil situación económica, producto a su vez del fallido intento de anexar Afganistán a la órbita soviética en los años 80, algo que dio lugar a una sangrienta guerra civil y el acceso de los talibanes al gobierno. Seguramente a raíz de esa intervención, los afganos se están tomando venganza contra los rusos al apoyar a los secesionistas chechenos, con drogas y armas metidas de contrabando en la zona por medio de simpatizantes integristas en Azerbayán, Irán, Iraq y Turquía. Así, se sospecha fuertemente que las explosiones con carros-bomba en ciudades próximas a Chechenia, que dejó una veintena de muertos, son obra de activistas chechenos, así como el secuestro del avión ruso que salía de Turquía y fue desviado hacia Arabia Saudita.

El presidente Putin, que se molesta cuando otros países le señalan las transgresiones rusas a los derechos humanos en esa guerra, califica inequívocamente a los chechenos como terroristas y le es difícil olvidar que llegó a la presidencia gracias a su fuerte posición antisecesionista, capitalizando el hecho de que la mayoría de los rusos no han digerido todavía la abrupta desintegración de la URSS y apoyarían una posición firme y nacionalista, o incluso –eventualmente- la recuperación de antiguos territorios soviéticos. Sin embargo, su posición intransigente ignora el hecho de que la pequeña provincia chechena contiene una etnia bastante diferenciada de la rusa y que fue anexada a la fuerza durante la expansión imperial rusa a principios del siglo XIX, sufriendo luego varias guerras para expulsar a un pueblo que consideran como invasor, o cuando menos un intruso en estos momentos. Objetivamente, una solución duradera sólo podría lograrse con el diálogo y la concesión de una mayor autonomía a la provincia, con la elección democrática de sus dirigentes en lugar de ser impuestos desde Moscú, como ha sucedido con frecuencia. Sólo con un intento civilizado y menos arrogante de Rusia de solucionar el conflicto, la comunidad internacional le daría un mayor apoyo a Rusia para restablecer la paz en a la región y mejorar así su maltrecha economía. Pero quizás esto es mucho pedir para dirigentes que añoran viejas glorias y que están acostumbrados al uso de la fuerza para resolver sus problemas internos.

Así, los dos conflictos mencionados tienen muchas similitudes, pues en ambos casos aparecen elementos tanto étnico-religiosos como geopolíticos. También conviene resaltar dos hechos muy irónicos: el ejército serbio está cooperando ahora con la OTAN para combatir la guerrilla albanesa, trastocando antiguas alianzas, mientras en el conflicto checheno Occidente apoya veladamente la represión rusa por coincidir con la contención del fundamentalismo islámico, a pesar de protestar hipócritamente por la brutalidad de dicha represión. En fin, los esfuerzos de la OTAN y Rusia por resolver los respectivos problemas separatistas con recursos bélicos, explican en parte porque siguen vigentes los enfrentamientos regionales después de tantos años, evidenciando así el fracaso estrepitoso de la vía militar, lamentablemente después de haber causando tantos estragos sociales y materiales.

Si se busca una justa paz como objetivo central, más efectivo y menos traumático para todos sería reconocer las causas subyacentes y buscar soluciones equilibradas por la vía diplomática y –sobretodo- un mejor gobierno local, sin dejar de combatir conjuntamente los elementos criminales como el terrorismo y el narcotráfico. Fenómenos éstos que en el fondo son generados por las visibles injusticias sociales evidentes en las regiones afectadas, que han sufrido por siglos las ambiciones imperialistas o la delineación arbitraria de fronteras después de las guerras colonialistas y mundiales. Todo sin tener en cuenta la homogeneidad étnica o religiosa, ni los factores socioeconómicos envueltos, ignorando que la dominación a ultranza de un territorio por un grupo social disímil siempre acarrea responsabilidades y conflictos ulteriores. Mientras tanto las sufridas poblaciones laboriosas de los Balcanes y el Cáucaso esperan pacientemente que las potencias dejen de jugar a la guerra y diriman civilizadamente las diferencias existentes, que no parecen tan insalvables si se apunta a objetivos comunes, especialmente si se invierten en medidas constructivas los cuantiosos recursos que ahora se dedican al esfuerzo bélico.

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