Opinión Internacional

Son rumores

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LA PLATA (de nuestra corresponsal itinerante, Serenella Cottani).- Por acumulación de operaciones, simultáneamente sucesivas, el quirófano estalla. Debe ser, de inmediato, ampliado. No queda espacio para los operados. Ni para los cirujanos, los operadores. De la magnitud de Kirchner, por ejemplo. Al que se lo debe ver, metafóricamente, con el guardapolvo y el bisturí en la mano. Aunque el cirujano niegue, para colmo, que se encuentre entre las operaciones.

“Son rumores”, responde Kirchner, con rostro vivaracho. Alude al Antonio Prieto que fascinaba a nuestras tías de los sesenta.

Sin embargo, en La Plata, está en el medio de las incisiones. Clava. Tajea.

Entre Julio Alak, el ministro de la Justicia. Y Alberto Balestrini, el vicegobernador de la provincia. Caudillo condenado, a su pesar, a las tensiones de la espera.

El primero, Alak, es el enemigo declarado del actual Intendente de La Plata. Entonces Bruera se encuentra instalado en la mesa de operaciones. Es aquel impertinente que se atrevió a la transgresión electoral de desalojar, a Alak, de la intendencia, que creía escriturada a perpetuidad, a su nombre.

Hoy Bruera es el tajeado. Calificado, a los gritos, de traidor. Palabra despreciablemente usual, entre las franquicias desestructuradas del peronismo.

“Porque Bruera mandó cortar boleta es un traidor”, grita alguien, desde la barra, situada atrás de esta suerte de Centro Vasco. El grito viene en búsqueda de la aprobación moral de Kirchner, el traicionado.

El segundo pecado de Bruera fue imperdonablemente letal.

Por no haber aceptado -Bruera- el grotesco de haberse erigido como candidato “testimonial”. Por el plebiscito del 28 de junio, destinado al fracaso. Por no haber seguido el mal ejemplo de Scioli, otro -a propósito- de los sigilosamente operados. A corazón desfachatadamente abierto.

Sobre todo lo insultaron, a Bruera, en la conferencia de prensa más negacionista de la historia de la superstición del peronismo. Cuando a un periodista local se le ocurrió preguntar por el detalle significativo de la ausencia. De Bruera, en principio, ausencia definitoria. Pero también pesaba la ausencia de Scioli, el otro operado. Aunque Scioli se esmeraba, según Gargantas, en el camino para llegar, desde Berazategui. A los efectos de aparecer a la hora egregia de la fotografía. Al menos para atenuar la potencia de las operaciones, que lo registran como paciente. O víctima.

El parlamento como degradación

Siempre con el bisturí en la mano, ante la hierática inexpresividad de los anestesistas Balestrini y Alak, Kirchner niega, también, que se dedique a tajearlo, pacientemente, a Scioli. A patrocinar la expulsión. La salida elegante de la gobernación. Con el fundamento de no estafar al electorado cautivo, al rehén que lo votó. Para que asuma -Scioli- el castigo de la diputación. Y degradarlo en la opacidad del parlamento, interpretado como el reservorio de esperanzas truncas. Donde se administra la democracia, al por mayor.

Acontece que Scioli, el Líder inveterado de La Línea Aire y Sol, atraviesa el período más triste de la gobernación. Y de su corta historia política, signada por el estigma de la suerte que se rompe.

Colectivamente, se suponía que la gobernación, para Scioli, era una escala técnica. El eslabón ascendente hacia la presidencia, la equivocación habitual.

En la plenitud del retroceso de las ambiciones, Scioli pugna, apenas, por ser tenido en cuenta. En la cambiante continuidad del bolillero. Como postulante, al menos, para la reelección.

Sin embargo, Scioli, el operado, por aferrarse a Kirchner retrocede, cada día, tres pasos más.

Al cierre de esta crónica perversamente platense, surcada por las peores diagonales, el Líder de la Línea Aire y Sol debe conformarse con superar las sofocaciones de la mensualidad. El estricto padecimiento de pagar los sueldos. Mientras tanto, en el quirófano, lo cortan. Lo esmerilan por doquier. Lo tajean con una crueldad avasallante. Con la instalación furtiva de aquello que justamente niegan. Al desmentirlo, se instala entonces la efectividad de la operación, con mayor intensidad.

Kirchner, desde la lona, a Scioli le baja el pulgar. Para enviarlo hacia el cadalso tranquilo de la diputación inadvertida. A los efectos de dejarle la gobernación, en bandeja, a Balestrini. Es la teoría insinuada en “La Gran Ruckauf” (ver).

Por su parte, Balestrini, operado en medio de la operación, ya no sabe qué rostro de poeta atormentado colocar. En especial cuando otro periodista le pregunta, a Kirchner, si Scioli va a seguir como gobernador, o asumir como diputado. Una requisitoria a la medida de la negación de Kirchner. Para instalar aún más la operación, y así sucesivamente, hasta el esmerilamiento total.

Por haberlo seguido, a Kirchner, hasta la explicable imprudencia, Scioli hoy debe tolerar que lo califiquen de “felpudo”. Un exceso expresivo de la oralidad de Buzzi, una estrella de la televisión agropecuaria.

Por si no bastara, un dibujo de Sabat, en Clarín, el diario que se encuentra en pose de combate, inmortaliza la clave de la operación. Se lo dibuja a Scioli en el piso. Convertido, en el quirófano, en una alfombra. Mientras Kirchner lo camina, desaprensivamente, por encima.

El operado

Con el vestigio de las manos ensangrentadas, con el guardapolvo manchado de rojo, y con el bisturí inalterable en la mano, Kirchner niega también haber provocado la defenestración de Monzó, el ministro de Agricultura de Buenos Aires. Discípulo aventajado del memorable Durañona y Vedia.

Al tal Monzó, Kirchner, ni siquiera -dice- lo conoce. Es demasiado.

Los cronistas, en tanto, se miran. Nos contemplamos, fastidiosamente habituados a las ceremonias densas del kirchnerismo. A las ficciones democráticas que genera, que ni aportan perplejidad. Nos contemplamos con la complicidad de los que se sienten incapacitados, incluso, para reaccionar. En conjunto. En bloque corporativo cuando, desde el estrado, Kirchner se siente operado. Y maltrata al perspicaz periodista de Clarín, que se decide, de pronto, a operarlo. Justamente a Kirchner, el cirujano.

“¿Quién te manda?” -reacciona, desde la camilla-, “¿Magnetto, Ernestina, Rendo? No les tengo miedo”.

La grosería de la reacción es estremecedora. Degradar al periodista, desde el estrado del poder, es una manera de señalarlo. A los efectos de entregarlo, en simultáneo, hacia la voracidad de los aplaudidores. Adulones del coro estable que se encuentran detrás. Con las intenciones explícitas de hacer méritos con el Jefe. El que inicia, desde el acto irrisorio en La Plata, el camino hacia la utopía. Otra candidatura presidencial. En defensa propia.

Kirchner apunta, sobre todo, contra Clarín.

Es -Clarín- el operado que cotidianamente lo opera. Las operaciones, aquí, son recíprocas. El conteo es rigurosamente parlamentario.

Si la Ley AntiClarín no resulta aprobada, va a costar, en adelante, mantener la prepotencia de la iniciativa. Va a ser, aún, más problemático. Dificultoso. Tal vez, hasta imposible.

Desde la desmesura, en la conferencia de las negaciones unánimes, Kirchner niega hasta haber influido en la penúltima decisión del Comfer. De obstruir la fusión de Cablevisión con Multicanal.

“La gran operación de Clarín, Serenella, junto a Techint, y algunos radicales, confluye, otra vez, en Duhalde”, nos confirma otra Garganta.

Duhalde, el Piloto de las Tormentas generadas, emerge como el gran cirujano del otro equipo. El Pescador de Tiburones está, según la Garganta, lanzado. A operar. Acompañado por prestigiosos anestesistas que saben desplazarse en el universo misterioso de las sombras. Ellos conocen minuciosamente el parlamento. Saben introducir la mano en cada banca del quirófano que estalla.

Mientras tanto, en el Centro Vasco, irrumpe Scioli. Para fotografiarse tardíamente, pero con una gigantesca sonrisa, siempre con fe y para adelante, como irreparable Líder de la Línea Aire y Sol. Se lo ve junto a Kirchner, el verdugo que lo quiere tanto. Ambos demuestran que no existen operaciones en su contra.

“Son rumores”, como cantaba Antonio Prieto, ante las tías fascinadas de los sesenta.

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