Opinión Nacional

Cuando el infantilismo es devastador…

Si bien las crisis existenciales, o más bien los momentos de debilidad de nuestra identidad, naturalmente se nos presentan durante la pubertad o incluso durante las crisis de los cuarenta, no significa que dicha enfermedad se deba prolongar indefinidamente. En esos casos, podríamos decir que el individuo afectado padece de trastornos existenciales de alta magnitud y que los mismos deben ser tratados psicológicamente o, en el peor de los casos, psiquiátricamente.

¿Hasta donde llegará el Teniente Coronel, estancado en su infantil identidad de héroe (soldadito) de plomo, sin que la ciencia lo ayude a dejar los fantasmas de la infancia o la sociedad lo margine de su discurrir…?

¿Quién es el enfermo: un individuo que desvirtúa el entorno de todos, amoldándolo a su fantasiosa realidad, o el mismo entorno que acepta que tal situación se convierta en una aceptada realidad…?

Día tras día aceptamos, calladamente, nuestro camino hacia el abismo, fascinados y dirigidos por un flautista de Amelín que poco a poco nos va enrumbado hacia un abismo sin retorno.

Sin embargo, no reaccionamos de manera sólida y contundente ante tal peligro. Sólo escuetas protestas que con manipulaciones son calmadas con un mendrugo de pan mohoso que pronto no alcanzará para todos.

El inminente peligro que vivimos se esconde tras nuestra comodidad y tras nuestra mal acostumbrada actitud de no ver más allá de nuestra empalizada: así somos de irresponsables.

¿Será porque los muertos de nuestros vecinos no son nuestros… porque las degradantes penurias de los mendigos obligados a agradecer en voz alta no nos incumben… porque no creemos que podemos lograr convivir cívicamente con “los demás”… o será que el miedo nos invade, y paraliza la única salida a la satrapía que un loco de verdad nos quiere imponer…?

Sea por lo que sea, el loco es tan culpable como quien lo deja loquear. Sobre todo, si ese loquear no es el bondadoso loquear de los tontos sino aquel loquear que el psicópata puede convertir en exterminio, en terror, en pánico y liquidación.

Las cosas infantiles, en los niños, son naturalmente sublimes. Pero en carajotes cobardones que saben mentir, que dominan el cinismo, que saben disparar a matar y que están cebados como caimán de río, son cosas que sobrellevan a un imperante peligro para el sostenimiento del bienestar general.

Ya es hora de reaccionar con seriedad y tomar responsabilidad por el futuro de nuestra sociedad. De lo contrario, como en la Cuba de los sesenta, entraremos sin retorno a un largo proceso de dolorosa e infinita oscuridad.

De todos nosotros, y de nuestra actitud ante el peligro evidente de un totalitarismo devastador, depende la poca felicidad moral que aún sobrevive la catástrofe de diez años de oligofrenia; de una oligofrenia que ha sido hábilmente exacerbada desde laboratorios extranjeros depredadores de nuestra economía y nuestra libertad.

No nos dejemos dominar…

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