Opinión Nacional

Del odio social al vicio solitario

Cuando el odio social sirve de base al despotismo narcisista
Por ser Inés y Valentina Quintero figuras públicas relevantes, lo sucedido con el pequeño cultivo de sus padres ha llegado a ser conocido por una opinión pública escandalizada. Pero no es una situación, un suceso y un proceso únicos: a lo largo y ancho de Venezuela, pequeños, medianos y hasta propietarios de grandes empresas en plena producción están sufriendo de parejas embestidas del hamponato boinacolorá, sin que sus protestas sean oídas y ni siquiera conocidas. Si bien no es único, el suceso es emblemático: no se invade y se destruye un enorme latifundio improductivo de un terrateniente ausentista y avariento, sino una pequeña posesión trabajada por sus dueños más con el propósito de permanecer activos en el otoño de sus vidas que con propósito de lucro. La comunidad que los rodeaba los respetaba y los quería, hasta que…

De un siglo a otro
…»llegó el Comandante y mandó a parar», como decía el cubano Carlos Puebla en los años sesenta. Más que la letra de la canción y la nacionalidad del cantante, en esta cita es importante la fecha. Era el momento en que Fidel Castro, recién llegado al poder, desencadenaba una reforma agraria revolucionaria como la que proponía la izquierda de todos los colores en América Latina, desde los demócratas moderados hasta los comunistas. Que fuese o no sincero, y sobre todo que aún siéndolo, eso no fuese más que una tapadera de su único propósito real, el de permanecer atado y bien atado al poder hasta que la muerte los separase, eso no se podía saber todavía, sólo lo dirían, como en efecto, los años.

En el caso venezolano, la cosa fue al revés: lo primero anunciado por quien entonces todavía no era conocido como Esteban «Dido» Zeabarón era que iba a gobernar diez años («por ahora») y lo de «mandar a parar» con políticas confiscatorias vino después, cuando ya nadie le cree, como se dice, ni el credo. Esa, y cualquiera de sus acciones, vienen en segundo, tercero, cuarto lugar («hasta el infinito negro donde nuestra voz no alcanza») después del primero y acaso único propósito suyo.

Homenaje del vicio a la virtud
El cual es, así de simple, quedarse en el poder hasta que (sigamos con los poetas)… «esté al partir la nave que nunca ha de volver». Dicho sea de paso, nada de raro tiene que esa madama (a quien sus filles de joie entogadas llaman por irrisión «Morales») encuentre en este verso de Machado una incitación al magnicidio. Porque como sucede con todos los personalismos, su mandamás jura que eso no le sucederá jamás; e igual piensan los regentes de esa cadena de maisons closes llamada Poder Moral (acaso por aquello de que la hipocresía es un homenaje del vicio a la virtud).

Las dos cosas, por cierto, están estrechamente ligadas: el poder personal y el descubrimiento de nuevos pretextos para apuntalarlo. El más reciente de los cuales es su descubrimiento del marxismo y de la lucha de clases, en la cual aconseja sumergirse a sus candidatos de septiembre. Y aquí caemos en lo que es otra característica suya: ese batiburrillo de frases caletreadas ayer noche, esa colcha de retazos que él llama «socialismo del siglo XXI».

La gimnasia y la magnesia
La idea de la lucha de clases como el motor de la historia viene de 1848, cuando la formularon Marx y Engels en su Manifiesto Comunista. Nuestro Esteban «Dido» la descubrió apenas anoche, y de inmediato la recomendó como infalible panacea para curar todos los males sociales e individuales. Pero como suele suceder en desentrenados cerebros cuartelarios, cuyo vocabulario se reduce a las dos palabras «ordeno y mando», Zeabarón confunde a menudo la gimnasia con la magnesia. Porque una cosa es la idea de la importancia de la lucha de clases, expresada hace 162 años, y otra el odio social, que existe desde que el mundo es mundo y encuentra cauce en la actitud de la igualación por abajo.

Y aquí caemos en el tema que abre estas cuartillas. La pareja que cultivaba apaciblemente su huerto «La Guachafita» nada tiene de oligarca, ni de explotadores, ni de burgueses, ni de capitalistas. Pero eran reos del peor de los crímenes a los ojos de Zeabarón: en lugar de esperar todo del gobierno, extraían con su esfuerzo los frutos de la tierra. O sea, capitalismo puro a los ojos de quien aprendió economía en la universidad de la vida, como regente de la cantina de un cuartel.

Cuando la democracia degenera
La demagogia confunde deliberadamente la lucha de clases con el odio social; y esta última tendencia, al pervertir la esencia de la democracia, termina degenerando en despotismo, como lo advertía con hondo pesimismo Maquiavelo. El despotismo es el dominio un solo hombre, sin someterse a leyes ni reglamentos: es el reino del personalismo. Y para emplear una de las fórmulas de ese leninismo que «Dido» acaba de descubrir, existe un «estadio superior» del personalismo, el narcisismo.

Con lo cual caemos en la inquietud manifestada por un clásico venezolano: Telmo Romero, aquel Rasputín de Joaquín Crespo. En su folleto El bien general, Romero llamaba a combatir lo que él consideraba el origen de todos los males físicos del venezolano. Que si es malo cuando ataca al hombre de la calle, es mortal cuando un gobernante ve pasar los días sin gobernar, entregado sin descanso a practicar el vicio solitario del narcisismo.

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