Opinión Nacional

Exceso de democracia

Hace seis meses que Alejandro Peña Esclusa está preso en Venezuela. Pesa en su contra el testimonio de Francisco Chávez Abarca, quien según las autoridades venezolanas es un peligrosísimo terrorista salvadoreño que lo habría señalado como su contacto local.
 
No se sabe exactamente lo que significa «ser un contacto». Un agente de viajes, por ejemplo, es un contacto. Un cargador de equipajes en el aeropuerto no lo es menos. A los acusadores de Peña Esclusa les pareció irrelevante el detalle de que jamás se pudo probar entre él y el testigo siquiera una relación tan íntima como la que podría haber entre un turista y un cargador de maletas.   
 
La peligrosidad apocalíptica de Chávez Abarca podría medirse por el único delito que comprobadamente cometió: robo de automóviles. La confiabilidad de su testimonio se evalúa por el hecho de que, preso al desembarcar en Venezuela, fue rápidamente interrogado y enseguida enviado a Cuba, volviéndose invisible e inaccesible, no sólo para los abogados de la defensa, sino para el propio juez del proceso.
 
La idoneidad de este último, a su vez, se hace evidente por los sucesivos y furibundos ataques públicos en contra del acusado, prácticamente anunciando el veredicto antes del juicio.
 
Todo esto es la prueba inequívoca de que nuestro presidente (Lula) tenía toda la razón al declarar que Venezuela está sufriendo de un «exceso de democracia»: frente a tan sabias palabras de un amigo y consejero, el gobierno de Chávez decidió   suprimir ese exceso, enviando a la cárcel a uno de los líderes democráticos más destacados del país y, por lo tanto, limitando el ejercicio de la democracia a proporciones compatibles con las de una dictadura.
 
Después de todo, no es democrático discriminar una propuesta política sólo porque es dictatorial. La democracia perfecta exige dosificar por igual las pretensiones de los dos tipos de regímenes, garantizando al ciudadano, al mismo tiempo, la libertad de expresión y la certeza de terminar en la cárcel en caso de ejercerla.
 
Peña Esclusa alimentó esa certeza desde el ascenso del chavismo. Cuando en marzo de 2010 nos encontramos en el Estado de Alabama, cuya Asamblea Legislativa le hacía el homenaje debido a un campeón de la democracia en América Latina (ver http://fuerzasolidaria.org/?p=3006), él me manifestó que sus días en libertad estaban contados.
 
Le sugerí que pidiera asilo político en los EE.UU., pero él prefirió esperar a que se cumpliese aquello que le parecía ser, más temprano o más tarde, el destino de todos los luchadores por la libertad de su país.
 
De acuerdo a la información que proporciona la familia, él está resistiendo bien el tratamiento carcelario. Físicamente fuerte (ex-campeón de Karate de Venezuela), este hombre de una calma imperturbable sabe que ya puede considerarse moralmente victorioso sobre un cobarde despreciable que sólo se destaca por la constancia con que mete el rabo entre las piernas cada vez que es enfrentado cara a cara.
 
Si esa victoria moral puede transformarse en un triunfo político, sólo el tiempo lo dirá. Pero un condición para que eso ocurra es no permitir que una de las farsas procesales más patentes de la historia jurídica latinoamericana sea olvidada, añadiendo al encarcelamiento injusto una pena todavía más injusta: la del silencio cómplice.
 
Puede que algún día me olvide de todo lo que Alejandro Peña Esclusa hizo por la democracia en el continente, pero nunca olvidaré lo que no hizo en su contra: él está tan comprometido con el terrorismo como yo con la campaña por la beatificación de San Lula.
 
(*) Reconocido filósofo y escritor brasileño – www.olavodecarvalho.org

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