Opinión Nacional

¡Soñé que yo era de derecha!

El otro día, el amigo Walterego —es así mismo como él se llama y su nombre tiene algo de freudiano— cuestionaba mis posturas literarias y políticas. “¿Cómo es que usted se sigue ocupando de cosas tipo gerundismo, gusto literario, divagaciones sobre el uso de las palabras etc., en la medida en que la coyuntura política nacional e internacional brinda temas candentes que exigen reflexiones y respuestas de quienes están comprometidos con la lucha social y la transformación de la sociedad?”. Percibí que mi amigo de nombre extraño, y espero que él no se moleste por ello, incluso estaba indignado ante mis posturas como escritor de blogs. Y tuve que ejercitar la paciencia para no perder al amigo. En definitiva él es una de aquellas personas que, tal como dice la canción del poeta, guardamos en el lado izquierdo del pecho. Walterego, casi como elevando la voz, preguntaba sobre mi posición ante el movimiento de los estudiantes de la USP y la invasión policial del campus de la Unesp de Araraquara; sobre las huelgas en las universidades paulistas; sobre mi posición ante la crisis ética en la política nacional: respecto del socialismo bolivariano etc. Traté de argumentar pero observé que la discusión sería larga y que corría el riesgo de estremecer nuestra amistad. ¡Desistí! Pero las palabras del amigo Walterego siguieron martillando mi cabeza. En mis caminatas e incluso antes de dormir no conseguía parar de pensar. ¿Y si él tiene razón? ¿Será que estoy perdiendo el tiempo con cosas superfluas? ¿Será que como decía en tiempos atrás el “compañero presidente”, me hice viejo, y que con el aumento de la edad, me hice conservador? El amigo Walterego me conoce desde hace mucho tiempo. Pocos saben, como él, sobre mi historia de vida y mi compromiso político. Tal vez por el hecho de mantener un vínculo tan fuerte sus cuestionamientos hayan generado tamaña turbulencia en mi mente. Pienso que tal vez le deba a Walterego el sueño, o mejor, la pesadilla que tuve. Soñé que mis compañeros me evitaban, hacían como si no estuviese entre ellos. En sus semblantes, se veía la expresión de desprecio. Tal como si yo tuviese una enfermedad contagiosa. “¿Pero, cuál es mi delito?”, me interrogaba en el sueño. Y, felizmente, tuve la respuesta. Ellos actuaban así por el simple motivo de que me consideraban un tránsfuga, un traidor de la peor especie. ¿Por qué? Porque yo no acataba sus posiciones políticas, sus dogmas y sus verdades; insistía en pensar con mi propia cabeza. A despecho de lo inquisitorio político, aprecio mucho la amistad con Walterego. No dejaré que las divergencias políticas, reales o abstractas interfieran en nuestras relaciones. Y sé que en el fondo él me comprende. Pero tengo dudas en cuanto a quienes, a pesar de que yo los considere compañeros y de que tenga concordancias con ellos, esperan adhesión absoluta, fidelidad canina a sus opiniones. Son los que dividen al mundo en dos lados: amigos y enemigos, mal y bien. Con tal maniqueísmo acaban formando patrulla ideológica. No titubean a la hora de lanzar epítetos. Si no correspondemos al comportamiento esperado, nos acusan fácilmente “de hacerle juego objetivamente a la derecha” y se valen incluso de adjetivos más duros como “fascistoide”, etc. Lo que es más, si lo que escribimos es considerado una futilidad, mismo con contenido político, es reproducido en un sitio de la red identificado como “de derecha”. Para decir la verdad, salvo los cuestionamientos de mi amigo Walterego, no he recibido acusaciones directas de ese tipo. Hágase justicia: mi amigo Walteregeo no llegaría a tal punto. Él quiso apenas desempeñar el papel de consciencia crítica y sabe cuán difícil le es al intelectual de izquierda mantenerse independiente del espíritu de rebaño y libre de la patrulla ideológica.* Agradezco a Walterego las reflexiones que provocó, a pesar de la pesadilla que tuve.

* Ver “CENTENÁRIO DE GEORGE ORWELL – Os dilemas do intelectual militante de esquerda”, publicado en la Revista Espaço Acadêmico, Ano III, Nº 26, julho de 2003.

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