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Ya no estoy tan seguro…

Siempre he preconizado al voto como el recurso ideal para el perfeccionamiento de la vida en comunidad —a los que han sido consecuentes en la lectura de mis escritos (si es que hay alguno) les consta—, pero ya no más.  No, por lo menos, en la circunstancia venezolana actual.  Creo sinceramente que, si la situación no cambia radicalmente en las próximas semanas, lo sensato será abstenerse.  Nunca creí que fuese algún día a escribir una justificación de la renuncia de un derecho esencial para la vida republicana.  Pero hoy lo hago porque no podemos seguir como unos modernos Sísifos, castigados a empujar una roca cerro arriba para que, antes de lograr colocarla en la cima, volviese a rodar cuesta abajo, una y otra vez, en un frustrante proceso.  Y es en eso lo que las sinvergüenzuras que inventan a diario los de la comandita en el poder han reducido la vía electoral.  No son las “ilustres damas” del CNE, no es el nieto putativo de Fidel, no son los cavernícolas del PUS; son todos ellos de consuno.  Gente que íntimamente no cree en la democracia pero que de bocas para afuera cantan loas, recitan alabanzas y escriben (los pocos de ellos que saben hacerlo) panegíricos a ella.  Mientras, diariamente socavan la institucionalidad y achican el poder del pueblo que dicen amar tanto.  Todo, por tratar de eternizarse en el poder sin escrúpulo ni recato algunos.

“Por sus hechos los conoceréis” nos explicó hace dos mil años San Mateo.  Y dijo más: “Vienen a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces (…) todo árbol bueno da fruto bueno, pero el árbol malo da fruto malo”.  Eso es lo que hemos estado presenciando cotidianamente por ya casi veinte años, pero estos últimos meses demuestran la maldad intrínseca de la nomenklatura.

El epítome lo representa Santo Domingo: hacen creer que están dispuestos a ceder mientras que en realidad lo que hacen es torcerle el brazo por la espalda a la oposición.  Si se les pide que no haya más presos políticos, que liberen a quienes no han cometido delito alguno y que están encerrados solo por pensar diferente a lo que se le antoja al régimen, la respuesta prepotente es aumentar la población carcelaria con jóvenes contestatarios.  Sueltan con cuentagotas a algunos de los que ya llevan tiempo presos —pero no con libertad plena sino con medidas sustitutivas—; pero, al mismo tiempo aumentan las redadas de rehenes políticos.  Porque es eso lo que son: personas secuestradas por la autoridad para chantajear al adversario: “has como yo quiero porque si no, este se va a pudrir en el tigrito”.  Critican al catire del norte porque extorsiona a sus adversarios amenazándolos con expulsar a los “dreamers” si no le dan plata para construir el muro, pero nada dicen del vil, rastrero, chantaje de tener aprisionados a inocentes para lograr su cometido.

Si uno de los puntos de la agenda es el logro del mejoramiento de las reglas electorales y del comportamiento ético, no sectario, de las funcionarias del CNE, la contestación abusadora es ilegalizar partidos, inhabilitar candidatos, adelantar de forma absurda la fecha de la elección presidencial —mientras que las de concejales y diputados regionales ni se mencionan— y derrochar dineros públicos en cadenas televisivas que son un descarado adelanto de la campaña electoral y un desnudo ventajismo a favor del PUS y su candidato.

Si lo que se solicita es que cese el bloqueo contra la Asamblea Legislativa, la restitución de sus funciones constitucionales —secuestradas mediante una serie de sentencias contra legem emitidas por el Tribunal de la Suprema Injusticia— y el reconocimiento de que esta es tan poder como los otros de la república, la réplica insolente es empoderar más a la constituyente cubana monocolor que solo sirve para dinamitar a la Constitución con medidas solo destinadas a ayudar a parapetear el endeble andamiaje donde está montado el régimen.

Y si lo que se busca es el alivio de las masas venezolanas mediante la llegada de ayudas internacionales con los alimentos y medicamentos que esa mezcla de ineptitud, corrupción y ceguera ideológica que caracteriza a los actuales mangantes, la negación cínica, impúdica, desgarradora, la observamos todos los días: gente que se muere a diario porque no son dializadas, o no consiguen los fármacos antineoplásicos, o una simple sutura para cerrar la herida por la cual se le va la vida a alguien. Personas que pierden media mañana haciendo colas para tratar de conseguir algo con lo cual satisfacer el hambre de la familia. Uno se pregunta cuántos millones de horas-hombre ha perdido la nación en esas infames filas, horas que pudieran haber sido empleadas en crear progreso, riqueza, para el país.

Y así pudiera continuar ad infinitum, pero se me acaba el espacio.  Solo me queda reafirmar lo que dije al principio: bajo la circunstancia actual, con las condiciones descaradas de inequidad a favor del gobierno, acudir a votar sería darle el tiro de gracia a una república ya agonizante.  Sigo creyendo que la situación puede ser revertida y lograr que haya elecciones serias, con observación internacional, sin presos políticos ni partidos y candidatos inhabilitados.  Pero si no se logra ese horizonte, nadie (excepto los áulicos rojos, que son pocos) debe aparecer por los centros de votación.  Solo queda rezar porque la sensatez llegue a las alturas del poder.  Pero no es fácil…

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