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Comer, Beber, Amar al estilo de Ma. Fernanda Di Giacobbe

De haber nacido en el medioevo, María Fernanda Di Giacobbe, habría sido quemada en la hoguera por bruja. En el oscurantismo una mujer como ella con su talante creador, sin miedo a las alturas y con exceso de iniciativa sería una suerte de agente provocador y desestabilizador del estátus quo. El género femenino condenado por siglos al fregadero, solo se le reconocía el mérito de poder sacarle cría, en línea con el pensamiento de Juan Barreto.

Por fortuna, para los comensales que disfrutamos los delirios culinarios en  Kakao, Soma y Vinósfera, lugares regentados por Ma. Fernanda, nació en esta época, que si bien no está excenta de pandemias, como la escasez de productos e inflación galopante, sale siempre airosa. Quizá su mejor receta es que nunca deja de soñar.

En la infancia fue la típica niña precoz que se las sabía todas. Nadó contra corriente y siempre se salió con la suya. Fue una rebelde con causa que se hacía sentir blandiendo una sonrisa seductora como un bouquet de flores  que suavizaba el filo de una avasallante dentadura. Con una atípica combinación de obstinación y encanto, se ha venido tragando al mundo que va construyendo a su imagen y semejanza.

Ma Fernanda Di Giacobbe en supredios, luce a ratos como una cómoda abeja reina,  la mamma de sus empleados  y emperatriz indiscutible del clan familiar que labora al alimón. Se ocupa de velar por el bienestar de la nómina más allá de la regulación que la ley impone. Si bien es la garante del destino en su reino, existen reglas. Lavado de cerebro mediante,  hace firmar a cada empleado  la obediencia de una serie de normas a seguir. Por ejemplo: “no”, “no sé” y “no hay” son expresiones proscritas.

Tiene una aguda percepción, posee un espíritu lúdico y una elevada capacidad de afecto. Tocona, cariñosa y juguetona cuando habla acerca de  trabajo se desvanecen los territorios entre lo laboral y la vida personal, el business y el desapego por lo monetario. La cocina es un tema tratado como filosofía de vida que no se deslinda del arte, de la literatura, de la ecología y de la música, entre otros tópicos que acaparan su interés. Ella es un ser planetario.

 

Hoy presentas la edición especial de bombones con la noble esencia de la marca Francheschi, casa cacaotera con más de 180 años de tradición y mañana viajas a New York, ¿cómo te las ingenias para manejar Vinósfera?.

Mi generación está marcada por el desarrollo de la mujer que lo puede todo, omniabarcante y multitasking. Para mi es normal escribir, leer, hablar por teléfono y caminar, todo al mismo tiempo, creyéndo ilusamente que haciendo lo último, hago ejercicio (risas).

El paro petrolero fue un golpe bajo que me hizo reflexionar mucho al respecto. No puede ser normal que una viva sumergida en una especie de torbellino sin fin. Entendí que pese a tanto esfuerzo cotidiano, somos vulnerables, así que es preferible y sano tomarse la vida con más calma.

¿Qué representa para ti Vinósfera en los años que llevas sudando el mandil?

Vinósfera llegó a mi vida en un momento que yo juraba me dedicaría  únicamente a ser chocolatier en Kakao, la tienda que tengo en el Trasnocho de Paseo Las Mercedes.

Vinósfera fue un proyecto que nació producto del azar, de una alineación de planetas entre Verde, casa productora de eventos y una larga y sedimentada relación profesional con Pernod-Ricard, empresa con la cual llevo años ejecutando proyectos culinarios para su portafolio de productos. Tras finalizar un evento de madrugada, recuerdo que Gustavo Betancourt, dijo de manera  entusiasta que deberíamos tener un restaurant. Un año después abrió Vinósfera.

Conceptualmente el local fue concebido para que el vino fuese el protagonista y la comida su compañía. Montar un establecimiento especializado en caldos con una cocina casera y honesta, me permitió retomar los fogones en una etapa de madurez a la cual me entrego con enorme placer. Cuando me pongo el delantal, apago el celular. Si se cae el mundo no me entero.

 

¿Qué puede esperar un comensal en Vinósfera?

Vinósfera es un pequeño local duplex de pocas mesas y una amplia barra central, todo forrado en madera clara con amplios cristales, mucha luz y exhibición del portafolio de vinos que vendemos, cuyas marcas bandera son Bodegas Etchart, Graffigna y Mumm que coexisten con otras bodegas.

Funciona una boutique para compra de vinos al detal. El costo de una botella de vino acá es igual que en cualquier otro comercio. Sin embargo, si el cliente desea realizar el consumo en Vinósfera se le cobra algo adicional por el descorche. Se encuentra el lounge que son las mesas y área del bar, para el disfrute de una copa con la opción de picar algo, bien sea unas tapas y comida caliente. En el piso superior se encuentra el Laboratorio Sensorial, dedicado exclusivamente para la educación especializada y cursos para entusiastas del vino con capacidad maxima de 20 puestos para catas y degustaciones.

Calidez y buen trato son la norma. El público agradece nuestra atención. Aquí se le rinde culto al vino, que es protagonista y el menú se diseña en función de un abánico posible de armonías. Tuve que desarrollar mi sensibilidad y poner las papilas a pensar en función del vino. Nuestro asesor en la materia formado en el extranjero, Paulo Chacón, quien tiene “paladar absoluto” y un impresionante curriculum, ha sido un maestro para mi. Él es quien se ocupa de consentir a la clientela y coordina un programa  dinámico de actividades.

Tengo que hacer la salvedad que no todo lo que figura en la carta de vinos siempre se encuentra disponible. La escasez de divisas impide que los importadores esten al día con los inventarios lo que nos afecta directamente.

¿Cómo le explicarías a alguien que jamás ha probado tu comida a qué sabe?.

Mi cocina es de mujer, ideada para preservar la vida, mientras que la cocina de autor preserva el ego.

Prefiero llamarme cocinera antes que chef. Nunca estudié en una escuela formal de cocina. Mi formación es producto de lo que aprendí viendo ejecutar a mi madre y a un sinfín de mujeres recorriendo el país. Siento un profundo respeto por ese ejército de cocineras anónimas de carretera.

Me fundamento en los productos nacionales. Mi cocina sabe a terruño, tiene acento local, en otras palabras,  gentilicio venezolano, porque lo que hago es hecho aquí y así tome un recetario latinoamericano o de otra  latitud, existe un nosequé, una combinación que siempre tiene un toque de acá.

Quisiera acotar que todo lo que sé se lo debo a mi mentor David Epelbaum, quien me dio mi primer trabajo cuando él desarrollaba el concepto de Chocolates Saint Moritz. Su empuje y la confianza que depositó en mi hizo que emprendiese el vuelo.

 

Centro Comercial California Mall de Las Mercedes, Calle California, Las Mercedes, Caracas. Tlf: 212-993.8627

Abre de 11.00 am a 11.00 pm de lunes a sábado.

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