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Carlos Cruz-Diez, el hombre cinético está de cumpleaños

Llegar a los 95 años con una dureza que envidiaría cualquier persona de cuarenta demuestra que todo él destila arte. Es que sus piezas son, simplemente, un reflejo de su principal característica: el movimiento. Soplar 95 velitas siendo uno de los venezolanos con mayor renombre internacional no le basta; a estas alturas de su vida sigue marcando tendencia con sus obras. Carlos Cruz-Diez, el hombre óptico y cinético, llega a sus 94.

Cruz-Diez nació en Caracas, el 17 de agosto de 1923. Es viudo de Mirtha Delgado, quien lo hizo padre de Carlos, Adrian y Jorge. Estos, a su vez, le dieron la bendición de ser abuelo de Fabiana, Mariana, Irene, Alicia, Gabriel y Marión. Todo el núcleo familiar, que se encuentra en Venezuela, Panamá y Francia, está involucrado en sus actividades creativas.

Sus estudios los inició hace 78 años, cuando tenía 17, en la Escuela de Artes Plásticas y Artes Aplicadas de Caracas. De 1946 a 1951 trabajó en diseño gráfico para varias publicaciones, como El Nacional. En 1955 conoció París, ciudad de la que se enamoró y a la que emigró en 1959. Allá perfeccionó su concepto único y disruptivo.

“En mi época la gente no lo veía, no lo entendía… ahora sí”, confesó a la revista Producto en la edición 375 para referirse a su arte. Como teórico del color, su investigación se fundamenta en cuatro condiciones cromáticas: sustractiva, aditiva, inducida y reflejada. ¿Y por qué tanto interés en el color como expresión? “Porque a mí me marcó la primera vez que fui al llano y como a las cinco de la tarde comenzó a bajar el sol y todo se volvió naranja. Los árboles dejaron de ser verdes, la tierra ya no era marrón, el cielo no pintaba de azul… ¡todo era naranja! Eso quedó grabado en mi mente”, dijo en el documental “Carlos Cruz-Diez, La Vida en el Color” de Bolívar Films.

Y en vez de usar estos años para «descansar» de tantas décadas de aporte a las artes plásticas, el continúa más entero que nunca. Actualmente pasa sus días entre Europa y América. Visita el taller Articruz, ubicado en Ciudad de Panamá, con bastante frecuencia, y desde allí trabaja en sus obras, a las que prefiere llamar “soportes de un acontecimiento”, en lugar de “cuadros” o “piezas de arte”.

Es que Cruz-Diez no se considera un decorador, sino un hacedor. “Una de las cosas que yo propuse en mi discurso fue borrar la mano del artista. Eso viene desde cuando era niño, que me encantaba imprimir y me fascinaba el olor de la máquina sobre el papel. El trabajo que quedaba era impreso. Ahí no está la mano, está el pensamiento del artista”, comentó a Producto. Por eso es que constantemente se sienta en su computadora y diseña unas 4 o 5 obras al día.

Él no se deja apabullar por tener poco menos que una centena. La llegada del milenio y de la era digital no lo agarró por sorpresa. Él se reinventa día a día, pues –en sus propias palabras– “todo es tecnología”. Desde una piedra y un grafito hasta un wearable, todo puede ser usado por este criollo para innovar. Cruz-Diez, el hombre óptimo y cinético, llega a sus 94 años, pero en su haber el número de obras puede alcanzar los mil, y por los vientos que soplan, mientras tenga fuerzas, ahora es que le quedan “soportes de un acontecimiento” por hacer.

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