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El patético López Obrador a un año de su derrota electoral

Al cumplirse un año de su derrota electoral, el cacique populista Andrés Manuel López Obrador convocó a la plaza del Zócalo a incondicionales y acarreados para seguir denunciando un fraude que nadie ha podido documentar y poder expresar su rechazo a cualquier reforma del presidente Calderón.

Andrés Manuel López Obrador, derrotado en las elecciones presidenciales del 2 de julio de 2006, volvió a movilizar multitudes para recitar hasta el cansancio el rosario de un fraude electoral que no pudo demostrar. Al cumplirse un año de su fracaso, se ha transmutado de líder carismático en etérea figura incómoda de la política mexicana, que obstaculiza los acuerdos que se requieren para construir el México del nuevo siglo.

Durante un año, este cronista recibe cada día repetitivos mensajes de López Obrador en los que insulta al presidente Felipe Calderón –»pelele», «espurio», «mequetrefe», son los improperios que más utiliza- al tiempo que sigue proclamándose «presidente legítimo». Su patética «presidencia» sólo existe en «boletines» virtuales que difunde por internet, que son objeto de burla, escarnio y menosprecio.

La mayoría de los medios ni caso hace de sus circenses giras por el país. Según una encuesta que publicó ayer el diario «Reforma», un tercio de los que hace un año votaron por él, hoy no lo harían. El estudio también indica que el 48 por ciento de los consultados cree que el desempeño de Felipe Calderón como presidente de México ha sido mejor de lo que esperaba, mientras que un 21 por ciento califica dicho desempeño por debajo de sus expectativas. Una mayoría de 54 por ciento afirma que hasta ahora el presidente ha hecho un buen trabajo.

A un año de distancia, López Obrador repite hasta el cansancio el mismo argumento: «me robaron la presidencia» y «gané la elección». Doce meses de que inició un movimiento alimentado de mentiras y medias verdades para construir el pretendido mito del robo de la elección sin presentar una prueba sólida. López Obrador perdió las elecciones y, después, fracasó en su pretensión de desestabilizar al país. Su grito estentóreo de «¡Al diablo con las instituciones!», que pronunció en el Zócalo, se convirtió en referencia grotesca para los caricaturistas.

Ayer, López Obrador volvió a llevar miles de personas a la plaza del Zócalo, pero muchas menos que hace un año. Algún comentarista radiofónico dijo que hubo más gente en la manifestación del sábado del Orgullo Gay. Como ocurre en los mítines del PRD, unos eran incondicionales que siguen creyendo en el «mesías tropical» (Enrique Krauze dixit) y otros eran acarreados, inducidos u obligados a asistir con las arcaicas tácticas del corporativismo mexicano. López Obrador dejó como heredero en la alcaldía de la capital a Macelo Ebrard, un ex militante del PRI que para movilizar a la gente recurre a coacción, dádivas, promesas de un puesto de venta ambulante o permisos para taxis piratas, etc. Lucía Mendoza dijo a este periódico que fue a la marcha porque «me prometieron que si llevaba 15 personas me apuntaban en una lista para darme una casa».

Lourdes Sánchez se pregunta en la prensa local: «¿Cuántos acompañaron a López Obrador por voluntad propia?» Para responder al interrogante habría que haber hecho una encuesta entre los marchistas para ver cuántos trabajadores municipales del Distrito Federal y vendedores ambulantes fueron obligados; cuántos llegaron a Ciudad de México en autobuses fletados por el PRD a cambio de unos cuantos pesos, o con promesas falsas, o por venir a conocer la capital gratuitamente, acarreados y mal comidos; y también, cuántos acudieron por adhesión a López.

Andrés Manuel López Obrador estrenó en esta marcha una estructura al margen de su partido, el PRD, que construyó durante sus recorridos por el país. En la práctica, su busca que sustituya al PRD cuando así convenga a los intereses del cacique populista. Esta estructura alterna funciona incluso en estados donde la presencia del perredismo es fuerte, como Guerrero o Veracruz.

No es la primera vez que López Obrador recurre a las fórmulas de estas estructuras que sobrepasan al partido. En 2004 impulsó la creación de las Redes Ciudadanas, organizaciones locales ajenas al PRD que promovieron el llamado proyecto alternativo de nación, que debían complementar la estructura electoral de ese partido. Las redes, sin embargo, terminaron por suplantar e incluso enconarse con el partido, lo cual derivó en una pobre promoción del voto y la escasa vigilancia de las urnas. De hecho, las Redes Ciudadanas fueron una de las causas que contribuyeron a la derrota de López Obrador.

Periodistas que cubrieron la marcha fueron agredidos por participantes de la movilización. Un grupo arrojó palos y piedras contra los comunicadores. Edgar Jiménez, reportero de la emisora Formato 21, fue obligado a golpes a bajar de su motocicleta, algunos manifestantes robaron sus pertenencias.

Los vecinos de la capital están hartos de las manifestaciones, marchas y protestas que a diario paralizan las calles más céntricas del Distrito Federal, muchas pagadas con los impuestos de las arcas municipales. En la memoria de todos aún están muy presentes los 40 días de bloqueo del paseo de reforme en los meses de agosto y setiembre de 2006, que causaron graves daños económicos, personales y sociales a a buena parte de la población de Ciudad de México. El escritor Carlos Monsiváis, que hasta entonces había apoyado de manera protagonista –presidió asambleas en el Zócalo- el supuesto fraude, sin basarse en prueba alguna, rompió con López Obrador cuando se instalaron los campamentos –muchos con gente pagada- en el señorial Paseo de la Reforma.

En la noche del 2 de julio de 2006, México estaba en vilo. El Instituto Federal Electoral (IFE) había declarado que el resultado preliminar estaba demasiado apretado para dar un ganador. Felipe Calderón y López Obrador se proclamaban triunfadores. México no tenía presidente electo. Vinieron los meses más difíciles de la historia contemporánea mexicana. Tensión, bloqueos, manifestaciones, protestas, polarización. Los gritos de «voto por voto» se enfrentaban a los gritos de «aprendan a perder». Las frágiles instituciones y la incipiente democracia quedaron vapuleadas. El peor delito de López Obrador y de la pléyade de intelectuales y artistas que denunciaron el «fraude» fue quitar la credibilidad que tenía el IFE, que será muy difícil que recupere. Un año después de la votación, las «pruebas» del fraude siguen sin aparecer.

López Obrador ya publicó su libro «La mafia nos robó la Presidencia» que, al contrario de lo que se esperaba, no aporta nada sustancial. No se indica dónde está y quién es la mafia, ni cómo se operó el robo. Es un listado de cuestionamientos e impugnaciones conocidas, sin aportar los documentos que las sustenten, sin probar nada. El comentarista Raymundo Riva Palacio afirma en el diario «El Universal» que por razones no explicadas, López Obrador decidió rasurar la única parte novedosa de una obra que sin ella es una mera repetición de denuncias pasadas.»El nuevo libro de López Obrador prometía traer revelaciones explosivas, pero al eliminarlas le quita impacto, espectacularidad y futuro», afirma el columnista.

Luciano Pascoe Rippey afirma en el diario «Crónica»: «Tras leer el libro de López Obrador, yo sigo con mi postura frente al 2 de julio: no hubo fraude electoral; Calderón le ganó a López Obrador. No me han podido demostrar algo distinto. Cómo explicarnos que López Obrador perdió una elección que parecía imperdible. Cómo pasó de 10 % de ventaja en marzo, a perder por medio punto en julio. ¿Qué pasó? La explicación se encuentra en su torpeza, orgullo y soberbia».

Hay factores que pueden explicar la derrota de López Obrador. El primero tiene que ver con los propios errores, omisiones y soberbia del candidato. El segundo, con la buena campaña de Calderón y su capacidad para sobrevivir en el proceso de repunte. Calderón no tuvo una campaña que te hiciera saltar de la emoción. Sin embargo logró consistencia, un discurso reiterado y, sobre todo, la sensación de un candidato confiable. Andrés Manuel hizo todo lo contrario, una campaña más estruendosa que con sus propios desplantes lo alejaron de la idea de ser un hombre confiable como para darle la presidencia.

Estos dos candidatos y sus partidos gastaron más de dos mil millones de pesos (unos 170 millones de euros, cada uno) en sus campañas. Obtuvieron espacios noticiosos, coberturas especiales, atención mediática. Hubo cosas reprobables en el proceso electoral del 2006, pero achacables a todos los partidos, que no tuvieron que ver con la jornada electoral ni con los votos en las urnas, que llegaron bien y se contaron, en general, bien.

Aunque López Obrador formalmente no es el líder de la oposición -no figura en la dirección del Partido de la Revolución Democrática (PRD)-, ni es el referente del gobierno para negociar acuerdos, quiere marcar la línea de los legisladores. Convencido de que cualquier logro de Felipe Calderón sería letal para su causa personal, intenta mangonear al PRD como si fuera de su propiedad, con el fin de sabotear su trabajo legislativo en la reforma fiscal y reforma de las pensiones. Mientras México exige creatividad, voluntad política y solidaridad para renovarse y actualizar las instituciones, López Obrador sigue lanzándose a la calle para estimular la confrontación social, alejado del liderazgo de un movimiento pretendidamente renovador y progresista.

La posición de López Obrador deja al PRD al margen de las decisiones importantes en el Congreso a pesar de ser la segunda fuerza, poniéndole al PRI en bandeja de plata al PRI operar como el partido más influyente en las Cámaras.

El analista Carlos Ramírez señala que mientras la crisis nacional exige una izquierda racional -aunque sea populista y en la línea del viejo PRI-, «López Obrador lleva un año rumiando su derrota, tratando de arrastrar al PRD al abismo». De ser un personaje que fortalecía a su partido, se ha vuelto un estorbo y en agente nocivo de la izquierda mexicana. Ramírez señala que muchos dirigentes del PRD tratan a López Obrador como «víctima de una enfermedad psicosomática»: le responden que harán lo que les diga pero luego no le hacen caso. Ahí está, por ejemplo, la orden de López Obrador al PRD para rechazar la reforma fiscal sin analizar sus posibilidades y sus limitaciones. Los perredistas le dijeron que sí, pero se sentaron en la mesa de la realidad para negociarla con el gobierno de Felipe Calderón.

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